Personajes

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Voy a intentar contribuir con este post....a ver si cogí la idea....más o menos, almenos....

Es uan mezcla de personajes, e algun personaje real, de sensaciones q a veces se tiene, de actitudes y de otras cuantas cosas más, enfins...es sólo un personaje...


“…Tenía pocas cosas peores que los recuerdos. Y estos no le dejaban seguir adelante. Siempre le tenían atrapado, en un bucle del que era casi imposible escapar. Noche tras noche. Los recuerdos no se sabe para qué y por qué volvían, bueno quizás sólo por el mero placer que les producía el seguir atormentándole. Tenerle bajo su influjo dominante. Los recuerdos pueden ser buenos, pero cuando de estos no se tienen es casi mejor simplemente no tener. A él la vida, la muy puta, le había tratado así, sólo contaba en su memoria con recuerdos tristes que le impedían continuar y mirar hacia delante. Lo más triste como él pensaba era que cuando al menos se paraba a mirar atrás, porque adelante no podía, los recuerdos siquiera tenían color. Es jodido no poder ver en colores, es muy jodido mirar en blanco y negro. Se entendía entonces su cara, su expresión, entonces te dabas cuenta de que clase de persona era. Era una persona triste sin más. Y daba pena, lo mirabas desde fuera y daba pena, la sigue dando. Podías pararte a pensar que se estaba perdiendo mucha vida, creo que en realidad le había tocado ya vivir mucho. Por eso no podía escapar, se sentía atrapado, hiciera lo que hiciera, ya lo había hecho, lo había hecho en blanco y negro.
Se resignó, perdió las ganas de luchar en busca de colores, se esforzaba en pensar cierta cosa era amarilla y que otra era verde, pero cómo era el amarillo. Le quedaba todo tan falso, lo veía en un chungo technicolor como el de las pelis antiguas. Eso le decepcionaba aun más, así un día simplemente se rindió, sacó la bandera blanca y vivió con esa expresión. Triste…”
Aidita_gambita
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Post by Aidita_gambita »

Allí en el pueblo eran pocas las emociones. Todos los dias lo mismo. Levantarse, a tientas, no por la falta de luz, sino por los ojos entelados, quizás de lo que tuvo que llorar durante toda su vida. Luego, calentar la leche en un cazo... pero como siempre, se le solia derramar. Luego, levantar a su hija con paralisis cerebral... 45 años... Pero, a pesar de esa cruz, quizás era ese el motivo por el que seguia viva... El dia lo pasaba con ella, unas veces viendo la vieja tele, a la cual apenas se deducian las imagenes. Otras, sacaba a reme con su silla arrastrando al portal, y alli juntas veian a la gente del pueblo pasar. Todos les saludaban, eran muy queridas en el pueblo.

Su rostro muestra infinidad de arrugas... seria inutil contarlas... cada una de ellas cuenta una historia... triste la mayoria... aunque de cada tristeza, podia exprimir alguna alegria, normalmente por los suyos. 4 hijos tuvo, pero cada uno tiene su vida hecha, y las visitas cada vez que pasa el tiempo se reducen... Pero su corazon seguirá latiendo por ellos. Por ellos, y por los demas. Cuando son las fiestas, hace unos rosquillos... a ciegas practicamente. Pero todo sea por sus seres queridos.

Remedios, cuantos nos apollamos en ti, donde te apollas tu?
Me gustan mis errores, no podria renunciar a la deliciosa libertad de equivocarme.
MaRuJoNa #28)
er bufón

Post by er bufón »

No recuerdo exactamente cuándo la conocí. Ni siquiera si le di importancia a que me hubiera mirado. La recuerdo sonrojando al viento con su sonrisa. Llena de madurez como lo está un árbol anciano de savia. La vi siendo ella, y también fingiéndolo, y también a puntito de apagarse. Pero siempre resurgía, con un halo misterioso alrededor, poblando de abrazos y frases que punzan en el alma los tiempos que vivimos con un "tal vez".
Vivía siendo solidaria en este mundo de lobos que nos ha tocado vivir. Sin importarle recibir bofetones, sin importarle los arranques de soledad, sin dejar de poner la otra mejilla para ver si esta vez tocaba un beso. Era tierna, al modo que lo es la primavera. Y también sensual. Muy sensual.
Era tan atractiva como el crimen perfecto. Sin dejar rastro. Tenerla, disfrutar y olvidarte. Y vivir en el olvido. Espero que el mundo la trate como se merece...
Aidita_gambita
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Post by Aidita_gambita »

Cuando la conocí, José ya habia muerto hacia unos años... La conocí de negro... pero de su alma rebosaban los colores.

Madrugaba todas las mañanas, limpiaba, y salia pronto de su casa. Su hijo y sus nietos vivian en el piso de arriba, así la ausencia de José se hacia mas llevadera. Iba a por el pan y las cuatro cosas, pero siempre llegaba a su casa pasadas las horas, porque era incapaz de pasar por al lado de nadie sin saludarle ni pararse a hablar... Se desvivia por todos... En realidad, la conocia poco, pero me dió la sensacion que la conociese de toda la vida, porque, en esencia, era igual que él... su hermano... mi abuelo... Si le enseñaba a su nieto los mismos trabalenguas que me enseñaba mi abuelo a mi...

Esas dos semanas fueron como estar en casa...

La siguiente vez que la vi... supe que seria la última. El mundo que a lo largo de sus setenta y algunos años que habia vivido, solo estaban en su mente. Después de la embolia, todo cambió... En esa cama ella barria, hacia la comida, cuidaba de sus nietos... todo en su imaginación... ajena a su desgracia... ajena a su muerte...

Esa vez tambien fue la última vez que mi abuelo la vió... aunque, paradojas de la vida, no fue él quien se despidió de ella... sino alrevés...

Ahora estan los dos juntos... ellos, sus 5 hermanos y hermanas, José, y todos aquellos que iban envejeciendo, y poco a poco, se iban llendo... aquellos con quien compartieron algun momento en la vida en el pueblo, y que poco a poco iban apagandose cuales velas al viento...

Todos juntos, donde quiera que esteis...
Me gustan mis errores, no podria renunciar a la deliciosa libertad de equivocarme.
MaRuJoNa #28)
cronopio
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Post by cronopio »

-Enrique Urquijo-

(Madrid 16/11/05)

Se puede decir que llevaba seis años esperando este momento. Como de costumbre al principio no podía imaginarlo siquiera, y simplemente vivía intensamente el sentimiento inundándome de él, creciendo junto a él, con la ilusión y la esperanza de que llegara el día en que fuera capaz de intentar sacarlo fuera y al menos por unas horas conjugar realidad y sueño en un mismo tiempo y espacio. Y precisamente de esta forma la obligada linealidad temporal cobra sentido y razón de ser hasta ofrecernos una existencia circular que - sin necesidad de huir de ese accidente llamado Tiempo – nos permite rozar la eternidad regresando (porque al vivir no avanzamos hacia la muerte sino que regresamos a ella) a todo aquello que fuimos, somos, y volveremos a ser.

Como yo ahora vuelvo a ser el de hace seis años y regreso una tarde de jueves a la calle General Margallo, esquina con Julián Romea (y ya sólo el hecho de ser esa calle fue otro regreso a lo que fui, al adolescente cuyo instituto quedaba cerca y en los bares y calles de esa zona pasó mucho tiempo) y vuelvo a bajarme del autobús con un libro recién comprado, y entro en la floristería pegada al Vips y le comento a la dependiente que es el cumpleaños de la chica con la que estoy empezando a salir y a la que sólo conozco de un par de semanas, y con quien he quedado (mirada al reloj; ¡por entonces llevaba reloj!) en diez minutos (a las siete y media para ser exactos) a la salida de su trabajo en las oficinas del número... (sacando feliz una arrugada tarjeta de la cazadora) ...¿dieciseis? de la calle General Margallo, y a quien pienso regalar este libro (por supuesto enseñándoselo como quien exhibe un tesoro) - y causalmente ese libro me regresaba entonces sin yo saberlo al futuro, a lo vivido hace unas semanas en Palma, a lo que ahora estoy viviendo en Madrid, porque se trataba de La vieja sirena de José Luis Sampedro – y claro, quería regalarle también una flor y no sabía cuál elegir. Lógicamente la buena mujer me despachó en un instante y a la salida ahí estaba yo con un par de tallos inmensos cubiertos por un ostentoso plástico adornado por un lacito inevitablemente hortera, sobre el que afortunadamente al final florecían unas pequeñas rosas rojas, sosteniéndolo con una mano junto al libro, y con la otra fumando un cigarrillo, mirando al reloj, y esperando en la calle a que ella bajara. Lo hizo y entonces, al caminar hacia el mítico Lekumberri de Reina Victoria para tomar unas cañas y brindar por su nuevo año de vida... ahí terminó todo.

Dieciocho de noviembre. Yo estaba emocionalmente herido ya que unas horas antes me había enterado viendo la televisión de la desgraciada muerte de Enrique Urquijo descubriendo su adicción a las drogas, y de pronto algo saltó como un resorte dentro de mí y me puse a escuchar de otra manera sus discos y comencé a descubrir que ese músico inmenso que tanto me había inspirado y maravillado con sus creaciones, con el que tanto me había identificado y apoyado a la hora de ponerle nombre y apellidos a emociones tan desgarradoras como la angustia, la tristeza, el fracaso o la melancolía... acompañadas siempre por el deseo de seguir buscando, de no cesar nunca de ilusionarme por el anhelo de alcanzar el amor, la paz, la esperanza... decía que a ese artista genial por primera vez le conocí como a un simple ser humano vencido y derrotado, y recuerdo muy bien la brutal sensación de abandono e incluso traición que daba sentido a las lágrimas y el dolor con una simple pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué teniéndolo todo lo único que le daba vida era aquello que más le destruía y que marcaría su final? Camino del Leku se lo comenté a Diana y nunca olvidaré ni sus palabras ni el tono de voz empleado: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Terrible. Me dieron ganas de recuperar el libro, pisotear las flores, y contestar algo parecido a un “prefiero la compañía de un muerto que me transmite tanta vida a la de un vivo que es capaz de mostrar semejante indiferencia e insensibilidad”, pero en lugar de eso no hice más que aceptarlo como síntoma evidente de ignorancia y esperar a otro momento para reincidir en el tema. Y el momento llegó minutos después cuando en la barra apurando unas cervezas empezó a sonar una canción de Los Secretos que hizo que se me humedecieran los ojos y apenas lograra expresarme. Escucha con atención –le dije nervioso- y mientras la voz y la música de Enrique se hacían presentes yo le repetía la letra una y otra vez emocionado ante tanta belleza y fatalidad. Pero Diana ni caso, “no está mal, pero ¿qué quieres que te diga?, yo soy muy simple y tú muy profundo y no alcanzo a comprenderte. Ya te lo dije antes: Ha muerto ¿no? Pues que descanse en paz y nosotros a disfrutar de la vida que en cualquier momento podemos palmarla y fin de la historia.”.
Y efectivamente fue así: el principio del fin de mi relación con Diana. Un fracaso más en mi larga lista, - ¿todo sigue igual porque todo ha sido un juego? – que me hizo inmensamente afortunado al disfrutar de la vida sin la necesidad de convivir diariamente con alguien similar a Diana.

Volver a ser un niño. En el mismo lugar donde ahora vivo. Tendría doce años. Me asomo al pequeño jardín que da paso a la parcela común, y vuelvo a escuchar una música procedente del jardín vecino y que comienza con “Buena chica.” Me asomo a la verja y disimuladamente observo los quince años de ¿Raquel? tomando el sol en bikini como tantas otras veces escuchando Los Secretos y concretamente su disco “Continuará” Y esa chica, la música, el verano, la pubertad en su apogeo... ahí comenzó todo aunque tardaría ocho años en darme cuenta, y otros seis más en llegar hasta aquí. Regresar hasta aquí mejor dicho, al prodigioso instante de leer “adiós tristeza” y en ese libro zambullirme de lleno en la vida de Enrique, y enlazar su vida y su obra (y no sólo la suya sino la nuestra también), y sin haberle conocido sentir conjuntamente, al mismo tiempo, una inmensa felicidad y tristeza que me llevan a reconocer sin pudor que gracias a la existencia de artistas como él soy capaz de aprender a soñar y a vivir la vida que yo mismo he elegido. Una vida en la que sin necesidad de conocer la publicación de este libro yo seguía teniendo muy presente las creaciones de Enrique como lo demuestra lo que escribí en este foro hace tan solo dos meses despidiéndome de Ana. En ese terrible instante necesitaba más que nunca escribir porque necesitaba vivir, y lo hice. Y unas semanas más tarde salió el nuevo disco de José Ignacio Lapido que tanto anhelaba, y gracias a él me compré la revista Efeme del mes de octubre, y ahí en las primeras páginas se hacía mención a la biografía recién publicada de Enrique Urquijo y entonces comprendí que personalmente estaba atravesando una crisis maravillosa en la que gracias como siempre a la música, la literatura, el arte... podría alcanzar una explicación a mi existencia y dentro de ella apostar definitivamente por disfrutar en lo posible de la misma.
Así regresamos a Palma y a todo lo vivido esos dos días y medio que igualmente necesité escribir y donde estaba presente, muy presente, la figura de Ana acompañada, cómo no, en menor medida por la figura de Enrique gracias sobre todo a la búsqueda de su dichosa biografía. Intento fallido pero recompensa aún mayor: José Luis Sampedro y su “Escribir es vivir”.

Finales de octubre y principios de noviembre. Poco a poco fui consciente de la relación entre dos fechas coincidentes en su número: diecisiete. Dos muertes separadas por seis años y sus circunstancias, pero unidas intrínsecamente por el dolor y la impotencia. Absorto por la causalidad me encontré inmerso en la rutina soñando nuevos planes y vivencias que giraran en torno a todo aquello que me hacía sentir especialmente vivo e ilusionado. Valencia, Madrid, Cádiz y Granada... La chica de ayer de Antonio Vega, el barrio de Malasaña (El Pentagrama, La Vía Lactea, la sala Maravillas, El Café del Foro, la calle del Espírutu Santo...), el aniversario de mi primer encuentro con la Luz (“Y Cádiz. Andalucía. Mi tierra. Madrid queda atrás. "La Ciudad te seguirá (...)" Me sigue, sigo en ella y ella en mí. ¿Hasta cuándo? Desde siempre y hasta siempre. Se le escapa a la razón un sentido y una causa, pero el efecto está aquí. He regresado y todo es igual. No hay cambios. Me ahogo en Madrid pero al instante respiro de nuevo. Necesito la Costa de la Luz. Tacita de Plata. Necesito conocer profundamente el Cádiz que ya llevo dentro, y, por supuesto, necesito descansar de una vez".) y sobre todo los conciertos de José Ignacio Lapido el dos de diciembre en Granada en la sala La Copera, y el diez en la mítica sala El Sol de Madrid.

“Allí estaré” es sin duda la mejor frase que sintetiza mi absoluta confianza en que todo sueño puede transformarse en realidad si se le exime de su ingrata guillotina funcional. El engaño consiste en vivir el componente positivo emocional de cada sueño (ilusiones, esperanzas, deseos...) a cada instante una y otra vez por medio de esa especie de rutina circular de la existencia llamada memoria, y así almacenando, acumulando, revisando, eliminando, reviviendo esos sueños dentro de la otra rutina lineal de la existencia llamada tiempo, es inevitable que cada día se convierta en un sueño (pasado, presente, o incluso futuro) hecho realidad. Por ejemplo mi fracasada búsqueda del libro. En mi rutina laboral seguía esperando y soñando ese encuentro, pero no me molesté en forzar su cumplimiento porque no lo necesitaba, sabía que si antes del diecisiete no tenía el libro en mis manos me resultaría muy fácil obtenerlo en un radio de apenas quinientos metros. Así que esos días me dediqué a vivir la soñada rutina que me tocara en ese momento realizando el mismo proceso de siempre de acumular, revisar, eliminar otros sueños, y de esta forma cada vez que pasaba por una librería certificaba feliz que nadie encuentra lo que busca hasta que la tarde del dieciseis, al salir del trabajo, decidí aprovecharme de la nueva rutina creada los últimos meses y consistente en no esperar al autobús para dirigirme a la estación de Aluche sino andar quince minutos hasta ella, y como resulta que en ese trayecto hay una tienda de papelería, prensa y revistas y según su cartel también libros, ahí estaba yo caminando hacia ella y eligiendo en el reproductor mp3 la música de Enrique Urquijo como compañía. Y a medida que me acercaba la causalidad se fue cumpliendo. Escasos metros antes de la tienda se encuentra la parada del 17, al que en caso de divisar a distancia no dudaría en intentar coger y adiós posibilidad de obtener en ese momento el libro, pero nada, ni rastro del autobús y por tanto vía libre para entrar en la tienda. Entrada apoteósica en el disfrute de la inutilidad de la misma ya que su apariencia de quiosco de prensa me hacía impensable el hallar allí un libro tan particular, y efectivamente dentro por más que mis ojos recorrían la estancia yo por allí apenas veía libros, y los que veía eran escolares. De todas formas, casi disculpándome dando por supuesta la negación, cuando me tocó el turno pregunté (escéptico de mí) si vendían libros y ante la lógica respuesta afirmativa, contesté que “ya, pero buscaba la biografía de Enrique Urquijo y no tendré tanta suerte, ya he mirado en otros sitios y, o estaba agotado o ni siquiera lo conocían, o...” pero ya no pude seguir más, la mujer me interrumpió sonriendo e indicándome que sí, y ante mi evidente rostro de sorpresa y felicidad, me señaló el escaparate mientras salía del mostrador para dirigirse hacia él comentándome algo así como que al menos tenían uno y que iba a comprobarlo, y efectivamente ahí estaba, y yo volvía a ser un niño maravillado y fascinado ante la aventura de vivir que ahora me obligaba a salir de la tienda sin el ansiado tesoro para sacar dinero del cajero automático (porque sí, tendrían el libro, y no se qué tanto por ciento de rebaja del mismo que hacía que se quedara en una cantidad y no en otra, pero evidentemente sólo admitían el pago en efectivo) y regresar de inmediato a por él, y no perder ni un instante en abrirlo y empezar a leerlo de pie, en plena calle, saltando capítulos, esperando al autobús y sobre todo buscando una fecha ya que deseaba comprobar y cerciorarme de lo siguiente:

“El martes 16 el rastro de Enrique se perdió en las tripas de Malasaña.”

Dato que desconocía y que me dejó hondamente impresionado de igual forma que cuando encontré esta foto no pude evitar emocionarme y escuchar una canción que por fin se me revelaba en su máximo esplendor de desnudez hasta dar forma real a lo soñado.

Image

-Agárrate a mí María-

Estoy metido en un lío
y no sé como voy a salir
Me buscan unos amigos
por algo que no cumplí
Te juré que había cambiado
y otra vez te mentí
Estoy como antes colgado
y por eso vine a tí

Agárrate fuerte a mí, María
Agárrate fuerte a mí
que esta noche es la más fría
y no consigo dormir

Agárrate fuerte a mí, María
Agárrate fuerte a mí
que tengo miedo
y no tengo donde ir

Mañana cuando despiertes
estaré lejos sin ti
No creo que pase nada
de otras peores salí
Si acaso no vuelvo a verte
olvida que te hice sufrir
No quiero si desaparezco
que nadie recuerde quien fui

Agárrate fuerte a mí, María
Agárrate fuerte a mí
que esta noche es la más fría
y no consigo dormir

Agárrate fuerte a mí, María
Agárrate fuerte a mí
que tengo miedo
y no tengo donde ir

Agárrate fuerte a mí, María
Y no llores más por mí
Volveré a por ti algún día
y escaparemos de aquí

Agárrate fuerte a mi, María
Agárrate fuerte a mí
que tengo miedo
y no tengo donde ir


El libro es increible y ya me dedicaré en otro momento a comentarlo. Ahora simplemente espero recorrer este fin de semana las calles de Malasaña compartiendo todo lo feliz que me hace sentir esta música y esta vida. ¿Por qué? Mejor que te lo explique alguien que llegó a conocerte como Vanessa, o incluso mejor que te escuches a ti mismo en las palabras de Pía:

Julio 1999:

(...)

Ese mes de julio, Enrique sufrió una recaída y fue infresado en la clínica Nuestra Señora de la Paz, de la orden religiosa de San Juan de Dios, donde permaceció tres semanas. Allí conoció a una jovencita de 21 años llamada Vanessa Montalbán, que estaba en tratamiento contra la anorexia. Enrique, cariñosamente, la apodaba la gordi.

Enrique y Vanessa empezaron a coincidir en las sesiones de terapia de grupo. A ella le llamó la atención que Enrique resultaba bastante inaccesible a la hora de compartir con los demás su problema, pero , a pesar de ello, bromeaba sobre él. Durante esas sesiones el terapeuta les preguntaba, por ejemplo, cuál era su hobby. Vanessa podía responder, “yo me alimento del aire”; Enrique, tremendamente desengañado después de años saltando de clínica en clínica, de tratamiento en tratamiento, de médico en médico, con resultados frustrantes, respondía entre burlón y cínico: “yo no bebo, no me drogo, no fumo...”
Vanessa entraría a formar parte de un reducido grupo de nuevas amistades que iban a oxigenar sus últimos meses de vida. Ella se encontró con una persona que irradiaba “una dulcura especial”.
“En esos meses me recuperé mucho mejor”, afirma Vanessa. “Me aceptaba con todos mis defectos, con todos mis problemas, tal como soy. Cogí mucha autoestima.”

Enrique le regaló los dos discos de Los Problemas. Vanessa aprendió a interpretar la crudeza de las letras de Enrique y se convirtió en una admiradora acérrima; por eso se quedó con la espina clavada de no haber podido verlo nunca en directo. Hubo una oportunidad en la que casi lo consiguió: el 6 de septiembre Los Problemas actuaron en Picassent (Valencia) y Vanessa estaba de vacaciones cerca de allí, en Benidorm. Como no tenía medios para desplazarse, le envió un fax para decirle por escrito todo lo que no podría decirle cara a cara.

“Aunque no sepas cómo”, escribió, “me has ayudado mucho. Me ofreciste tu amistad y eso significó mucho para mí porque nunca había conocido a nadie que mereciera tanto la pena como tú. [...] Las canciones de los compact que me regalaste me han caompañado en los ratos malos como en los buenos y han conseguido que vuelva a emocionarme, sensación que creí haber perdido y que gracias a ti he recuperado [...] Yo por mi parte te he tomado la palabra y si me siento decaída o sin fuerzas para luchar te lo haré saber”.

Enrique, conmovido por las palabras de Vanessa, la llamó por teléfono y estuvieron dándose ánimos y recordando los días que pasaron juntos en aquel centro que ellos, en una broma privada, conocían como Alcatraz.

(...)

El día 20 se desplazaron hasta un pueblecito de los Pirineos para celebrar el cumpleaños de una prima de Pía (...)
Cuando regresaron a casa después de la fiesta, Pía se sorprendió al descubrir a Enrique llorando a lágrima viva. Según ella estaba emocionado por lo bien que había hecho sentir a ese pequeño grupo de personas. ,“Es que éste es mi trabajo: mi trabajo es hacer feliz a la gente” decía

(...) [Enrique Urquijo, Adiós tristeza. De Miguel A. Bargueño. Editorial Ramalama Music, 2005]


Y para terminar mi sentido homenaje, un nuevo regreso; en esta ocasión a lo que yo mismo escribí y viví hace seis años contrastándolo con los últimos versos que compuse hace unos días viviendo precisamente este momento que ahora cronológicamente en lo posible escribo:

Año 1999:

MÚSICA-SUCESO HALLADO MUERTO ENRIQUE URQUIJO FUNDADOR DE "LOS SECRETOS"
Madrid, 18 nov (EFE).-El líder del grupo musical "Los Secretos", Enrique Urquijo, falleció la pasada tarde en Madrid por causas "no naturales", informaron hoy a EFE fuentes policiales.
Urquijo, de 39 años de edad, y fundador de uno de los grupos más populares del 'pop' español de los años 80, fue hallado muerto en un portal de la madrileña calle Espíritu Santo, en el barrio de Malasaña.
Según las mismas fuentes, las diligencias sobre el fallecimiento del compositor de la llamada 'movida madrileña', "al parecer motivado por problemas de drogodependencia", han pasado al juzgado de Instrucción número 14 de Madrid, que estaba de guardia.
El grupo "Los Secretos", con nueve discos grabados, fue uno de los más representativos de la 'movida madrileña', y entre sus filas se vivió hace años las muertes repentinas de dos de sus baterías. EFE

(...)

"Fue una de las muertes más crueles y terribles que he visto en mi vida.", dice Joaquín Sabina.

(...) [Enrique Urquijo, Adiós tristeza. De Miguel A. Bargueño. Editorial Ramalama Music, 2005]

-Tristeza-

Malasaña.

Un portal.

La noche corrompe tu música
y baila disfrazada de muerte.

Cerca de allí
se cierran los bares
y las sombras
–pentagramas del color de tus ojos–
calman en silencio
la soledad de tu angustia.

Hace frío,
el termómetro de la esquina
señala dos grados
y tu piel
–geografía de un sueño sin luz–
dibuja el tatuaje invisible
de tu voz perdida en la niebla.

Alguien enciende un cigarrillo.

El cielo de Madrid
derrama sus lágrimas
escribiendo tu nombre en la lluvia
mientras
–ajeno al dolor–
duermes por fin como un niño.

Malasaña.

Un portal...
y no hay nadie en la calle.


+

-Cicatrices-

Tu único secreto
consistía en vivir
más allá de la existencia mortal
que a todos nos esclaviza
sin encontrar una respuesta.

Tus canciones
eran disparos de flash,
grises sueños,
borrosas esperanzas,
ilusiones perdidas
en el túnel de la angustia
y por eso
–ahora que tu voz ha enmudecido para siempre–
el vacío se vuelve insoportable
y calmo mi dolor
en la eternidad de tu música
mientras mis ojos se cierran.


+

(18/11/05)

-Vivir-

Ya no queda otra salida posible.

Hemos abierto tantas puertas y ventanas
que el espacio y el tiempo se confunden
en un solo presente accidental.

Tal vez si la distancia y el olvido
secaran al sol sus cicatrices
los días de diluvio y de tormenta
limpiarían nuestros ojos de nostalgia
al recorrer nuevamente el laberinto.

Tal vez sea la esperanza indestructible
escondida al final del corazón.

En todo caso no hay salida.

Hemos abierto tantas puertas y ventanas
que el tiempo y el espacio se destruyen
en múltiples espejos diferentes.

Ayer diferente al que vas a ser mañana;
hoy idéntico al que nunca fuiste ayer,
y mañana siempre buscando otro tal vez
que corresponda con el que nunca hubieras sido.

Hemos abierto tantas puertas y ventanas
que ya no queda otra salida posible.


(18/11/05)

+

Saludetes,
"He visto tu cara ardiendo en un lienzo de agua, y me he sumergido en un sueño sin poderte tocar, formando un mosaico de sombras, buscando a ciegas lo que sé que no está."
Guest

Post by Guest »

No he podido evitar escucharla una vez mas (o dos o tres...) mientras te leia...

JEFEDAD
“ Para Enrique Urquijo”.
Musica y Letra: Jesus Prieto.

Volaré desde mi balcón
por decirte una vez más: te quiero, adios.
Te encontré tendido sin voz,
simplemente tu tristeza terminó.

Ya no hay luz en los espejos
machacados de reflejos de alumbrar.
Cuélgate de tus guitarras,
quítate de las arañas,
ya verás... ¿verdad?

Vuelo pues no se dónde mirar.
Mis manos te buscan, quieren tocar.
Déjame, no juegues más,
esos dulces ojos continuaran.

Ya no hay luz en tu ventana
pero no puedo pasar... ¡sin mirar!
Vaya forma de marcharte
de decir no quiero estar,
perdonad... ¿quizás?

Perro y dueño fue
de la música que un día yo escuché
Yo no sé porqué
sin querer en tu camino me crucé...
y me quedé.

Timidez, o miedo tal vez,
qué motivo amargo llenaba tu sed.
Inventé canciones, ¡ya ves!
De ilusiones llenaría aquel perder.

Cogí el tren y me largué,
te llamaré, lo olvidarás, volverás.
Esa fue la última vez
que yo te dije “jefedad”,
majestad.. ¿te cuidarás?

Perro y dueño fue
sin querer en tu camino me crucé...
me acostumbré.

Tocaré
en mi habitación,
soñaré que estoy contigo en un rincón,
soñaré que estoy allí junto a tu voz.
cronopio
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Post by cronopio »

Uff, siempre tarde, como teniendo la sensación de estar viviendo de prestado intentando siempre ofrecer no lo último, ni siquiera lo penúltimo, pero bueno, por fin terminé de transcribir lo que te comenté por teléfono. En mi descargo diré que en estas semanas sigue siendo mi libro de cabecera, y me temo que lo será por mucho tiempo. En fin, que aquí está toda la información sobre Jesús Prieto aparecida en el libro y que hace que al escuchar esa canción de Jefedad sienta una emoción aún más intensa que no tiene "parangón" xD

-Enrique Urquijo, Adiós tristeza- (Miguel A. Bargueño, Ediciones Ramalama Music, 2005)

(Pág 11)

(...) Para la vida en carretera y el papel de Enrique en el estudio de grabación resultó esencial contar con los testimonios de músicos que antes o después formaron parte de Los Secretos, como el guitarrista Ramón Arroyo, el teclista Jesús Redondo, el batería Steve Jordan y el bajista Nacho Lles; así como de los músicos de Los Problemas Begoña Larrañaga, a la que visité en su refugio rural de Guadalajara, el inefable Iñaki Conejero (que también fue bajista de Los Secretos) y Jesús Prieto Pitti, que me recibió en su piso de Valladolid. (...)


(...)


(Págs 298-299-300-301-302)

Desde que no nos vemos saldría a la venta en abril de 1998, dejando atrás una grabación interminable y accidentada. Durante los meses anteriores, el disco pasó, como una patata caliente, por las manos de dos productores distintos. Se registró en dos estudios diferentes. Incluía una nueva formación de Los Problemas, con músicos que, en algún caso, no eran bien vistos ni por la discográfica ni por el productor. Y contenía alguna colaboración tan deslumbrante que ni siquiera Enrique supo digerir. (...) Mientras tanto, Enrique y Begoña habían estado reclutando a nuevos músicos para su banda. En realidad, constituyeron una formación de emergencia para grabar el disco, integrada por músicos de sesión solventes y rápidos como el batería Tino di Geraldo, el percusionista Tito Duarte o el bajista Josemi Garzón. El joven Eduardo Ortega se ocupó de la mayoría de los violines. Por descontado, la cabeza visible del grupo era Begoña Larrañaga. Aunque la incorporación más controvertida fue la del virtuoso guitarrista Jesús Prieto, Pitti.
Nacido en Ávila en 1967, Pitti había aprendido música en Valladolid, la ciudad donde vivía. A los 6 años sabía sacar notas de una armónica; a los 7 empezó a recibir clases particulares de guitarra en el colegio y antes de los 10 ya tocaba en misa. Creció escuchando lo que sonaba en la radio a principios de los ochenta: de Barón Rojo y Leño a Los Secretos. Cuando salió del instituto se matriculó en el conservatorio, donde inició la carrera de guitarra clásica. Seis años después, tenía el título en grado profesional.

Su primer grupo fue la banda de Jesús Cifuentes, el cantante de Celtas Cortos, que publicó un disco en solitario en 1995. Cuando hubo concluido aquella gira, y Cifuentes retornó a su grupo, Pitti se quedó como guitarrista acompañando a Celtas Cortos en sus conciertos. En esos años estuvo tocando también con Javier Gurruchaga y Carlos Segarra, de Los Rebeldes.

A principios de 1997 el teclista de Celtas Cortos dejó el grupo y llamaron a Begoña Larrañaga para hacer unas galas. Begoña, impresionada por el talento desbordante de Pitti, le dijo que hablaría de él a Enrique Urquijo.

Pitti se había olvidado del comentario cuando, meses después, recibió la llamada de Enrique Urquijo. Enrique le informó de que necesitaba un guitarrista para grabar su segundo disco. Pitti estaba disponible, aunque, antes de nada, quiso dejar claros sus honorarios; había tenido algunos contratiempos por este motivo con Celtas Cortos, que también grababan para DRO, y prefería evitar situaciones incómodas. El asunto económico le traía sin cuidado a Enrique.

“Eso lo lleva la gente de DRO”, le dijo.

Pitti insistió. “Quiero que sepas lo que yo cobro para que no haya ningún problema”.

“No te preocupes, úntales bien, te van a pagar lo que pidas. Mira, que sepas que en la discográfica me han recomendado que no te llame, me han dicho que tú no eres una persona creativa. Y basta que me hayan dicho eso para que yo te llame”.

En realidad, en DRO no querían vetar a Pitti. Según Alfonso Pérez, sólo advirtieron a Enrique de que era un guitarrista demasiado brillante y sus florituras podían condicionar el sonido del disco. “Yo le decía, ‘Ten cuidado con Pitti porque le cortas un brazo y el otro se lo atas al cuerpo y todavía le sobran notas’. Y él, ‘No quieren a Pitti’. No, quiero a Pitti, pero no quiero que toque más de lo que tiene que tocar”.

“A Pitti hay que frenarlo”, sostiene el productor Joaquín Torres, que terminó el disco. “Es un guitarrista excepcional pero hay que frenarlo. Decirle, ‘Pitti, que éste es un disco de Enrique, no es un disco de guitarras’. Porque a Pitti le dejas y te llena el disco de guitarras. Había que dosificar todo eso”.

Pitti recuerda la primera fase de la grabación, en Trak, como “desastrosa”.

Para empezar, se le citó de un día para otro. De hecho, el DAT con los temas que tenía que grabar lo recibió a las 8 de la mañana en su casa de Valladolid el mismo día en que tenía que salir hacia Madrid. Cuando llegó al estudio, se encontró un panorama bastante caótico. “Empezó a grabarlo su hermano, pero había cuatro o cinco personas opinando sobre la producción: Begoña, Juan Ignacio Cuadrado, él. Yo hice lo que me pidieron, y luego decían, ‘Vamos a cambiar’. No se ponían de acuerdo”.
Al final, era el propio Enrique quien tenía la última palabra. Según Pitti, “había veces que se quedaba medio sopa en el sillón, pero de tonto no tenía un pelo a la hora de escuchar y de saber lo que molaba y lo que no molaba”.

(...)

Las sesiones en Torresonido fueron más calmadas, EN el eestudio no había más gente que la imprescindible. Volvieron a llamar a Pitti para terminar de grabar las guitarras. “Allí todo era mucho más sosegado. Sólo estaban Enrique, Ambite y, algún día, Pía”.

CAPÍTULO 24: “JEFEDAD”

La última gira de Enrique Urquijo arrancó el 24 de abril de 1998 en Zaragoza. Aunque en su particular montaña rusa había atravesado uno de sus baches más hondos, afrontó su vuelta a los escenarios con ilusión y ganas. El patrocinio de la emisora Cadena 100, una de las pocas radios que había apoyado el disco, permitió una gira abundante por teatros y discotecas por todas las grandes ciudades.

A pesar de que tenía el calendario repleto de bolos, Enrique quería más. A principios de junio se quejaba de que tenía pocos conciertos. Durante una comida, Alfonso Pérez, le explicó que nadie tenía muchos conciertos en junio, porque estaban a punto de empezar los mundiales de fútbol. En esos días se hablaba mucho de fútbol y poco de rock and roll, le dijo.

“¿Qué mundiales?”, preguntó absolutamente desconcertado Enrique.

“Enrique, mírame a la cara: júrame por Dios que no sabes que mañana empiezan los mundiales”, dijo Alfonso.

“¿Pero no han sido el mes pasado?”

“No. Eso fue la final de la Copa de Europa. No saber que mañana empiezan los mundiales es prácticamente imposible”. Pero Enrique no tenía ni idea. Su mundo interior era tan rico que pocas veces necesitaba asomarse a la superficie.

Enrique diseñó una nueva formación de Los Problemas para la gira. De los músicos que habían grabado el disco sólo repitieron su inseparable Begoña Larrañaga, el violinista Eduardo Ortega y el barroco guitarrista Pitti. Se les unieron Irvis Méndez al bajo y Manuel de Lucena a la batería. “No era una banda que acompaña al famoso en acción, porque no era el caso de un famoso en acción”, dice Pitti. “Yo creo que estábamos todos muy a gusto tocando”.

Completando la expedición, estaban Ambite, como hombre multiusos (conductor, road manager, técnico, nanny) y el doctor Salvador Laguna, que acompañó a Enrique en cinco fechas. “Era un personaje curioso”, recuerda el guitarrista, “porque tenía pinta de médico loco. Supongo que iba a cuidar de Enrique; tampoco teníamos mucho trato con él”.

Incapaz de llamarlo “jefe”, ya que Enrique no se comportaba como tal, Pitti se inventó otro término para dirigirse al líder de la banda: “jefedad”.

“Aunque era un cantante y su banda, él los integraba mucho. Necesitaba rollo de banda, que participasen, aunque él era el jefe”, dice Ambite.
En realidad, aunque Enrique imponía respeto y tenía experiencia como para saber dirigir un grupo, su trato hacia los demás no era tiránico. Repartía los beneficios de cada concierto a partes iguales entre los músicos. En ocasiones, los ingresos eran tan exiguos que prefería quedarse él sin nada y distribuir la totalidad de las ganancias entre los chicos. El 7 de abril de 1999 actuaron en la sala Potato de Alicante a cambio de 250.000 pesetas; era tan poco que, en esa gala, el empresario se encargaría también de los costes de la cena y el hotel. Unos días después en La Casa del Loco (Zaragoza) recibieron 400.000. Con un poco de suerte, podían recaudar 700.000. Para cualquier músico con su trayectoria, esas cantidades podían ser humillantes; Enrique, que podía llegar a ganar cuatro veces más con Los Secretos, consideraba que subirse cada noche a tocar las canciones que le gustaban con los músicos que él quería ya era de por sí suficiente recompensa.

El primer concierto, en Zaragoza, evidenció que la banda no había ensayado lo suficiente. A medida que los músicos fueron soltándose, y se hicieron más conciertos, las piezas dentro del grupo empezaron a encajar. En junio, dos conciertos consecutivos en la sala Galileo de Madrid sonaron impecables.

Enrique dejaba mancha ancha a sus músicos, hasta el punto de llegar a traicionar la filosofía de Los Problemas. Su banda paralela había nacido como un proyecto acústico, y a Enrique le gustaba alardear de ello en las entrevistas. Pero al cabo de unos cuantos conciertos, la guitarra eléctrica hizo acto de presencia.

La guitarra tuvo un papel destacado en la gira. Pitti se encargaba de rellenar cada silencio de Enrique con sus florituras imposibles. Cuando se trataba de guitarra eléctrica, sus solos parecían salidos de la púa de algún virtuoso del heavy metal como Steve Vai.

“Nada más acabar el disco fui a ver el directo y Pitti se pasaba muchísimo”, apunta el productor Joaquín Torres. “No puedes estar haciendo alarde de una guitarra espectacular todo el tiempo. Yo esa rienda se la puse en el disco y él no la puso en directo”.

Pitti reconoce que tenía la bendición de Enrique para sus exhibiciones. “Me daba mucho cuartelillo a la hora de los solos. Me dejaba algún solo más largo de la cuenta. Lo normal es que te pidan pocas notas: ‘Toca sencillo, llénate el bolsillo’. Pero a un músico le gusta tocar siempre. No se trata de demostrar nada pero sí te gusta sntirte libre a la hora de tocar tu instrumento”.

A Enrique no sólo no le importaba: se preocupaba de que la guitarra sonase brillante. En la sala El Elefante Blanco de Vitoria, en noviembre, Pitti inició una intro de una canción sin haber afinado la guitarra, para no perder demasiado tiempo entre tema y tema. Enrique, que detectó rápidamente las notas desafinadas, le echó la bronca delante del público. “Para y afina”, le sugirió por el micrófono.

(...)

Tras unos meses de gira, el ambiente dentro de la banda empezó a estar enrarecido. Aparentemente, Begoña Larrañaga encajaba mal la predilección que Enrique sentía por Pitti.

El día del concierto en Alicante llamaron a Enrique de una emisora local para una entrevista. A Enrique, a quien le gustaba más tocar que hablar con la prensa, solía aderezar las entrevistas en radio con alguna sencilla actuación acústica. Normalmente se hacía acompañar por Begoña, pero esa vez se lo propuso a Pitti. A la acordeonista no le sentó nada bien. “Pensaba que Los Problemas eran Enrique y ella”, sostiene Pitti.

En realidad, afirmar que el conflicto era únicamente entre Begoña y Pitti es simplificar las cosas. Acostumbrada a bregar ella sola con Enrique por carreteras, escenarios y hoteles de todo el país, la llegada de un nuevo equipo, con nuevas ideas acerca de cómo ayudar a Enrique, rompió sus esquemas. Ese nuevo equipo estaba integrado por Ambite, Pía (que apoyaba las decisiones de Ambite) y los músicos que formaban parte por entonces de Los Problemas.

El punto de fricción era, básicamente, Enrique. Salataba a la vista que Enrique no estaba bien. Durante el concierto en Valencia, el 27 de mayo, se le había ocurrido saludar a la audiencia con un “Hola, ¿qué tal estáis?”. Alguien desde el público replicó, “¡Mejor que tú!”

Begoña era partidaria de la mano dura, demantenerle alejado de las tentaciones a toda costa. “Yo en una ocasión le dije a Pía y a Ambite: o nos ponemos duros con Enrique o se va a morir”. Según Begoña, los demás eran más tolerantes: ya que era inevitable que Enrique se perdiera en la oscuridad de la noche buscando antídotos para sus demonios, por lo menos que lo hiciera acompañado.

Hacia la mitad de la gira, la acordeonista intentó un golpe de mano: amenazó con dejar la banda si Enrique no ingresaba en un hospital.
Se organizó un gabinete de crisis. Durante una reunión, los componentes de Los Problemas debatieron si apoyar a Begoña o seguir adelante con la gira como si nada. Según recuerda ella, los músicos apelaron a su condición de profesionales para seguir tocando con Enrique cada noche, fuese cual fuese su estado. “Es que tú tienes una implicación sentimental con Enrique, pero yo soy un músico”, dijo Pitti. Manuel de Lucena, el batería, intervino. “Si Begoña se va, pues habrá que buscar otro teclista”. Absolutamente decepcionada anunció a Enrique que se iba de Los Problemas.

“Era yo la que me tenía que llevar todos los sofocones”, se queja. A pesar de ello, su estrategia dio resultado: Enrique se ingresó y salió bastante recuperado. Begoña volvió al redil.

(...)

Sin embargo, 1999, su último año de vida, iba a empezar de la peor manera posible. Una explosiva mezcla de estupefacientes iba a estar a punto de matarlo.

El 10 de febrero, Enrique tuvo que ser ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Clínico por una sobredosis de alcohol, cocaína, heroína y cannabis. El parte médico era aterrador: tenía los pulmones encharcados por la inhalación de su propio vómito y padecía lo que en lenguaje técnico se conoce como síndrome de Mallory Weiss, que no es otra cosa que una laceración del esófago provocada por vómitos continuados. Estaba destrozado por dentro.

Los médicos pronosticaron que tenía un 50 por ciento de probabilidades de salir con vida. Durante 10 días que se hicieron interminables, Pía hizo guardia a las puertas de la UCI, donde sólo permitían visitas de familiares de uno en uno y cada cierto tiempo. Álvaro, consternado al ver a Enrique completamente entubado, expuso a los doctores que su hermano era músico y manifestó su inquietud por el hecho de que los tubos pudiesen dañar su garganta. Pero Enrique no estaba luchando por su carrera; estaba luchando por su vida.

Enrique cumplió allí 39 años, el 15 de febrero.

Milagrosamente, al cabo de unos días se recuperó. El día 20 le dieron el alta y regresó a casa. Tiempo después revelaría a su novia que, durante su estancia en el hospital, en dos ocasiones había visto “la luz al final del túnel” y que a medio camino se había dado la vuelta.

La idea de la muerte se instaló con fuerza en la cabeza de Enrique.

Empezó a resignarse a que no había curación para su problema. No podía tener siempre la misma suerte que la última vez. De hecho, siempre había proclamado que era un tipo con mala suerte. Parecía destinado a que, después de alguno de sus arrebatos autodestructivos, su cuerpo reventase.

“Él sabía lo que le iba a ocurrir”, sostiene su amigo Óscar Ruiz. “Sabía que se iba a morir, lo sabía de sobra”.

Begoña Larrañaga escuchó por boca de Enrique que había visto la muerte de cerca muchas veces. “Yo creo que sabía lo que le iba a pasar”, afirma.
En una ocasión en que Pía tuvo que viajar a Barcelona, recibió una terrible llamada de Enrique. Se había quedado en casa y estaba viendo Ghost, la película en la que el chico muere y su novia sigue viendo a su fantasma. “A nosotros no nos va a pasar eso, ¿verdad?... No nos va a pasar”, dijo emocionado a través del teléfono.

Con Enrique en esas condiciones se reanudó la gira de Los Problemas. A partir de abril, y hasta finales de junio, tendría un concierto prácticamente cada semana. Uno de los primeros se celebró en Alicante, en un club del puerto, el 7 de abril. Aquel día, los miembros de la banda y el público pudieron comprobar cómo, a mitad de la actuación, Enrique empezó a sentir mareos. “Se le nublaba la vista, no sé el motivo”, recuerda Pitti. Enrique abandonó el escenario y el resto del grupo siguió improvisando a la espera de que se recuperase. Pero Enrique no podía subir y el concierto hubo de ser suspendido.

El desmoronamiento de Enrique alarmó a los espectadores que habían acudido a verlo en directo. Todos conocían su fama, pero que suspendiera una actuación antes de terminar era algo realmente extraordinario. Días después, Enrique recibió una carta de un fan que había estado en el concierto de Alicante.

Gracias por tu música, por todo, pero estoy preocupado. El miércoles me fui preocupado del concierto, no sé qué te pasó y me preocupa mucho, y te lo digo sinceramente. Intenté averiguar el por qué no volviste para seguir el concierto, pregunté a tu gente, a los músicos, incluso a ti te pregunté, me dijiste que no te sentías bien [...] No es que yo sea muy creyente pero espero que Dios te guarde muchos años [...] Cuídate, Enrique, no eches a perder la vida.

(...)

Pág 332 (Año 1999)

Ese octubre, en cambio, sí aceptó la invitación de participar en la grabación de un disco en vivo del grupo folk Ixo Rai durante las fiestas del Pilar, en Zaragoza. Enrique interpretó el tema “Te debo una canción”, y su aportación quedaría plasmada en el disco Circo Rai en directo, editado un año más tarde.

Nunca más volvería a cantar en público.

Uno de esos días, Pía estaba en la cocina preparando algo de comer. Enrique estaba tirado en la cama: ese día estaba especialmente atormentado por la proximidad de sus forzadas vacaciones en una granja de desintoxicación, y probablemente angustiado por su incierto futuro. Ella no pudo evitar sentir un escalofrío cuando escuchó los sollozos de Enrique desde la habitación.

”No me quiero morir... no me quiero morir...”

(...)

Pág 346-347

Como es lógico, Los Problemas, una banda creada con el único propósito de acompañar a Enrique Urquijo, entró forzosamente en un perpetuo dique seco. (...)

Pitti se alistó a Ixo Rai; en 2001 grabó con ellos un disco titulado Con el agua al cuello donde insertó una canción suya titulada “Jefedad”, inequívocamente inspirada en los días que compartió con Enrique. Tras la disolución del grupo de folk, sigue viviendo en Valladolid y presta ocasionalmente su guitarra a otros artistas. En 2002 publicó un disco en solitario titulado Camaleón, donde demuestra que su talento le permite abarcar géneros tan enfrentados como el rock, el bolero y la música clásica; una de sus composiciones, “Te daré”, está dedicada a “Enrique U.”

+

Saludetes,

PD: Y el próximo; Quique González. Discípulo y maestro, maestro y discípulo y una canción: Aunque tú no lo sepas sencillamente prodigiosa.
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gracias kike

Te debo una canción

Cuando te robo los besos a la hora de partir,
cuando me engaño y te digo que esta noche volveré.
Cuando la luna se cuela en tu libro de dormir,
la misma que me desvela y me vuelve a repetir:
te debo una canción

Cuando me acuerdo de todos, cuando me siento feliz,
cuando regalo canciones, ninguna para ti.
Cuando la noche se duerme en los asientos de un coche,
cuando la aurora se asoma y nos dice que ya es tarde.

Y en las tardes de invierno, y en los días sin sol,
y en las horas de sueño, te debo un canción.
Por las noches robadas, por un beso traidor,
porque no me lo pides, por ninguna razón.
Te debo una canción.


:wink:
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Post by cronopio »

Gracias a vos por enviarme esa canción. Ha sido muy emocionante escuchar esa última actuación en directo de Enrique con una voz rota y destruída y pese a ello como siempre transmitiendo tanto... Realmente me resulta muy complejo describir lo que he sentido al respecto y necesitaré mucho, muchísimo tiempo para asimilarlo. Mientras tanto seguiré dejando que el excelente libro de Miguel A. Bargueño hable por mí, y le toca el turno a otro de los grandes, que tuvo el inmenso privilegio de cruzarse en su camino: Quique González

Pág 21:

A pesar de su timidez, Enrique encontró en el cara a cara con el público su hábitat natural. Probó todos los formatos posibles: tocó acompañado por una banda de rock eléctrico (Los Secretos), arropado por instrumentos acústicos (Los Problemas), y hasta se subió a los escenarios formando dúo (con la acordeonista Begoña Larrañaga) o él solo. Tocó en grandes recintos con capacidad para miles de personas (Rockódromo, Palacio de los Deportes de Madrid, Plaza Sony de Sevilla, plazas de toros) y en garitos minúsculos donde sólo cabían dos docenas de espectadores, en bolos en los que él mismo tenía que hacer de road manager, porteador y técnico de sonido. “Él se exponía mucho”, apunta Quique González, que coincidió muchas noches en El Rincón del Arte Nuevo con Enrique, a quien considera su mentor. “No veo a ninguno de los grupos que triunfan haciendo lo que él hacía en ese momento: tocar en clubes pequeños las canciones que le gustaban. Y Enrique lo hacía”.

(...)

Capítulo 23: “Maestros y discípulos”

Págs 295, 296, 297 y 298.

A sus 37 años, casi la mitad de ellos dedicados a la música, Enrique Urquijo era ya un personaje legendario en el pop español. Sus canciones le habían dado prestigio y su estilo de vida peligroso le había otorgado un irresistible aura de poeta maldito. Músicos de su generación llevaban tiempo reivindicando su figura. La debilidad que sentía por él Joaquín Sabina era pública. En marzo del 96, Manolo García había querido cantar a su lado en el Palacio de Congresos, en uno de los conciertos más importantes de Los Secretos. Mamá, que habían vuelto a los escenarios, pidieron a Enrique que se uniera a ellos durante la grabación de su disco en directo en noviembre de ese mismo año en la sala El Sol (donde, haciendo gala de su pregonada mala suerte, soportó un apagón mientras cantaba “Hora punta en el metro”). Su reputación traspasaba géneros musicales: en 1997 el cantaor de flamenco-pop José Soto Sorderita le invitó a cantar un tema en El disco de la niña Celeste. Músicos cercanos a él como Manolo Tena, Antonio Vega, el ex Mermelada Javier Teixidor o Juanma del Olmo de Elegantes, se contaban, desde hacía años, entre sus devotos más fervientes.

A pesar de que la música de los ochenta había entrado en un proceso de devaluación, entre los músicos de la siguiente generación se destapaban continuamente fans de Enrique Urquijo. Alejandro Sanz, que en 1997 arrasaba las listas con su multimillonario Más, el disco más vendido de la historia en España, declaraba que en sus inicios había encontrado inspiración en la música de Los Secretos. Fito Cabrales, de Fito & Fitipaldis, grabaría en 1998 una versión de “Quiero beber hasta perder el control”.

Aunque probablemente ninguno de ellos encajaba en el término discípulo mejor que Quique González.

Cuando conoció a Enrique, en otoño de 1996, Quique González no era más que un aprendiz de cantautor intentando abrirse paso. Había estado un año en Londres, y asu regreso a Madrid decidió dedicar todos sus esfuerzos a introducirse en el circuito de pequeños locales. Por las mañanas trabajaba como camarero en Friday´s y por las noches se hizo asiduo del Rincón del Arte Nuevo. La segunda vez que tocó en el Rincón fue como telonero de Enrique Urquijo y Begoña Larrañaga. Ese día, lo primero que le dijo a Enrique fue que era fan suyo y que le encantaban sus canciones.

Me gusta de Los Secretos como el regreso, con ‘Quiero beber’. Ahí es donde me empecé a enganchar. Mi hermana, que es mayor que yo, tenía grabadas sus canciones y discos suyos, y yo creo que fue de las primeras músicas que empecé a escuchar. Me acuerdo perfectamente de la primera vez que escuché ‘Quiero beber’. Fue ahí”, dice Quique, señalando la terraza acristalada de la casa donde creció y que él ha heredado.

De alguna manera, el perro viejo quemado con la industria y el novato ilusionado conectaron. Puede que Enrique se viera reflejado en el joven Quique González, con el que aparte de un talento exquisito y de un mismo nombre, compartía cierto parecido físico e incluso un apersonalidad esquiva y retraída.

“Era fácil conectar con él”, explica Quique, “pero era difícil verlo. No era un tío especialmente efusivo. Parecía que estaba en su mundo, pero se enteraba de todo. Tenía una forma de demostrar el cariño reservada: no te decía nada gratuito pero cuando te decía algo era muy de verdad”.

Quique recuerda a un Enrique Urquijo que portaba cierto rictus de orgullo, sabedor del respeto que imponía a su alrededor. Aún así, procuraba resultar accesible a sus fans. “Con sus fans era mucho más cariñoso que con los demás, que conmigo. Una de las cosas que me decía es que podía traicionar a cualquiera en este negocio menos a tus fans”.

Para Quique González, esa época fue su mejor escuela. Contemplaba a su admirado Enrique Urquijo, todo un coloso del pop español, subirse cada noche a un pequeño escenario, y entregarse ante unos pocos espectadores como si ése fuese el concierto más importante de su vida. Siempre respondía, incluso cuando antes del concierto todo parecía presagiar lo contrario. “Recuerdo noches de verle antes y decir, ‘Hostia’, de dudar de cómo estaba. Y salir a cantar y hasta que el último [espectador] no pedía la última canción, no paraba de cantar. Nunca le he visto hacer el ridículo, y le he visto muchas veces, en el Rincón y fuera. A lo mejor unos días estaba mejor que otros, pero siempre tenía muchísimo más nivel que si veo a la mayoría de gente que triunfa ahora. Eso sí que era auténtico”, describe Quique.

“A él le gustaba mucho cantar y cantaba muy bien”, añade. “Cantaba con visceralidad y con pasión. Mucha gente los acusaba de blandos en los ochenta, pero esta gente era puro rock and roll, de actitud ante la vida. Siempre se la jugaban de verdad”.

Enrique se ocupó de cobijar bajo su ala a Quique. Le gustaba la música que hacía y, conocedor de las artimañas del negocio, se propuso aconsejarlo y encauzarlo para que no se malograse. “Me ponía las cosas muy claras. Me decía que hoy las compañías serían incapaces de ver la grandeza de ‘The river’ [el clásico de Springsteen]”. Quique le pedía que le ayudase a sacar un disco. Enrique le respondía con una mezcla de decepción y cinismo. “Si lo tengo yo mal con mi compañía, ¿cómo voy a ayudarte a ti?”, se lamentaba.

En primavera de 1997, Quique González encontró un trabajo para el verano como animador turístico en Mallorca. Tendría que hacer un cursillo de dos meses allí. Antes de irse, Enrique le comentó que estaba preparando su segundo disco con Los Problemas; estaba recopilando material y si le escribía alguna canción que le gustase, la grabaría. En la isla, Quique tenía mucho tiempo libre y lo dedicó a lo que él pensaba que era su gran oportunidad: componer un tema para Enrique Urquijo.

Después de terminar el cursillo, Quique regresó con tres canciones. Llamó a Enrique, y éste le citó en casa de sus padres. Cuando llegó, Enrique estaba dándole vueltas a una canción titulada “Tu tristeza”. La letra hablaba de arco iris de color y avioncitos de papel.

“¿Te parece como blando esto?”, le consultó.
“No, a mí me parece muy bonito”, respondió Quique, halagado por ese trato de músico a músico.

La cinta que llevaba Quique contenía tres canciones. Enrique escuchó la primera y no quiso escuchar nada más.

“Ésta”, fue todo lo que dijo.

Esa primera canción se titulaba “Aunque tú no lo sepas”, y estaba inspirada en un poema de Luis García Montero acerca de un amor secreto, una obsesión silenciosa. “Cuando terminé la canción pensé que le iría muy bien, que se la podía dar. Leí el poema y para mí tenía una música. No tardé nada en terminarla, es de las canciones que más rápido me han salido”, explica Quique.

Durante el verano, Quique estuvo en conversaciones con la editorial Peer Music. Les contó que había hecho un tema para Enrique Urquijo, les enseñó el resto de su material, y ellos le propusieron firmar un contrato por obra por cada canción, a cambio de un alto porcentaje de los derechos de autor para la editorial. El día antes de firmarlo, totalmente entusiasmado, llamó a Enrique para contárselo.

Enrique se encargó de cortarle el rollo.

“Mira, si haces eso no grabo ‘Aunque tú no lo sepas’”, le anunció.

A continuación, le dio algunas nociones de cómo funcionaba el negocio editorial. Le contó que al principio de su carrera él mismo había pecado de inexperto y ahora un desconocido seguía llevándose la mitad de los derechos de autor que generaba “Déjame”. Aquello realmente obsesionaba a Enrique; chocaba con su visión ingenua de la vida. Como vio perdido a su pupilo, le recomendó que llamase a Manuel Notario, su manager. “Habla con él. Yo llevo hablándole de ti todo el año. Que te ayude”, le dijo.

Quique González siguió su consejo. No firmó con Peer Music y Manuel Notario se convertiría en su primer manager. El verano siguiente, Quique publicaría su primer disco en Polygram.

“Podíamos estar hablando de otra cosa ahora su no llega a ser por Enrique. Ahí me demostró muchas cosas. Con el paso del tiempo aprendes cómo va el negocio y él me protegió ahí de la hostia. Es una forma de demostrar cariño”.

Cuando Enrique finalmente grabó “Aunque tú no lo sepas”, Quique seguía en Mallorca. Un día le llamó desde allí, y Enrique, en el estudio, quiso que escuchara cómo estaba quedando la canción. Dio instrucciones para que pusieran el playback, y sostuvo el teléfono en dirección a los altavoces para que Quique lo escuchase bien. Quique, que llamaba desde un teléfono público en unos lavabos, agarró fuerte el auricular y no pudo evitar emocionarse.

“Por el momento en que fue, y por lo que las canciones de Enrique significaron para la música española, siempre tendrá la figura de maestro”, admite Quique. “Para mí ha tenido una influencia decisiva, no tanto en lo musical, pero para mí Enrique era un ejemplo de muchas cosas. Una referencia importantísima. Esa es la tradición que tenemos la gente que escribimos canciones hoy. Yo, afortunadamente, tuve ese tipo de referencias y de modelo. Enrique tenía más actitud encima de un escenario que la mayoría de la gente que he conocido. Yo aprendí muchísimo.”

(...)

Pág 303

En el estudio de Joaquín Torres se registrarían las dos colaboraciones más rutilantes del disco: las de Antonio Vega y Jackson Browne.

El día que apareció por allí Antonio Vega estaba presente Quique González. El prometedor compositor no daba crédito: dos de sus ídolos estaban cantando juntos delante de sus narices, en una sesión histórica. Quique recuerda cómo Antonio Vega, que en esos días lucía una larga melena, llegó en un coche deportivo antiguo, con un punto macarra incluso. “Era muy potente la imagen de Antonio Vega llegando allí”, evoca. Cuando descendió de su coche, Enrique lo estaba esperando y ambos se fundieron en una abrazo de colegas..
Antonio Vega y Enrique grabaron a dúo una sobrecogedora versión del tema de Antonio “Desordenada habitación”, acompañados tan sólo por un quinteto de cuerda. Escuchar la canción, a pesar de la suavidad de los arreglos, produce un efecto devastador. La fuerza de la interpretación es brutal y la ausencia de artificios contribuye a crear una atmósfera estremecedora.
Lamentablemente, aquella grabación irrepetible no tendría la merecida trascendencia. “Se me pone la carne de gallina oyendo la versión de los dos”, dice Manuel Notario. “No puedo entender que esté ahí esa versión tan potente y no pasa nada. Yo no la he oído ni una sola vez en la radio”.

(...)

Pág 322 (Junio de 1999)

Uno de esos días, Quique González actuaba en el Hard Rock Café y Enrique fue a verlo, acompañado por Pía y María. El joven cantautor lo recuerda como “la vez que mejor vi a Enrique en mi vida. El tío tenía una sonrisa acojonante, yo nunca le había visto tan feliz, tan vivo, tan locuaz. Le veías mirar a María y decías, ‘Joder’. Se veía que tenía un amor acojonante”.

Mientras charlaban en el camerino, Quique se quejó de una mala crítica que había recibido su disco. Al parecer, el crítico Fernando Martín había menospreciado el álbum Personal en la revista Todas las novedades, poniendo en duda la autenticidad de su rock. Enrique, que había divisado minutos antes al periodista en la barra, reaccionó como un hermano mayor: se enfrentó a él para recriminarle sus comentarios. “Le dio mucha caña, defendiendo. A mí me pareció precioso”, dice Quique.

(...)

+

Saludetes,
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Post by brujita_alc »

- Rafael González -

No sabía como empezar a hablar de él. Pensé en introducirlo exponiendo las dos biografías oficiales suyas que he encontrado en Internet. Pero en el último momento he decidido presentarlo ante todo desde mi perspectiva puramente subjetiva y personal.
El momento tenía que llegar, tarde o temprano. El personaje, sin duda, lo merece. :roll:

Tenía 15 años la primera vez que supe de él. Gané un concursillo de relatos en el instituto y el premio fue un lote de libros. El único que conservé al cabo de los años fue uno llamado "Bocas llenas de peces rojos" cuyo autor era un tal Rafael González. Ni puñetera idea de quién era ese tío. Los libros ganados no recibieron la atención que merecían y allí permanecían en la estantería, olvidados de mí. De vez en cuando, si el aburrimiento me lo permitía, cogía alguno al azar, leía las primeras páginas y lo devolvía a su sitio. No me enganchaba ninguno. Pero llegó el momento en el que reparé especialmente en aquel "Bocas llenas de peces rojos" y el título, que hasta entonces no había despertado en mí la mínima curiosidad, me pareció terriblemente atractivo. Lo cogí y empecé a leer, como solía hacer, las primeras páginas. Y así continué leyendo, hasta devorarlo entero, hasta la saciedad. Me caló.
La segunda vez que este autor semidesconocido apareció en mi vida fue en carne y hueso. Claro que yo entonces no tenía ni pajolera idea de quién era él. Llegó un día un tipo al instituto, aproximadamente un año después de aquel concurso literario, a hablarnos sobre escritura, sobre cómo escribir. Aquello, a pesar del desaliento que me habían instalado ciertos profesores carcas que por entonces "enseñaban" literatura, me interesaba. Y mucho. Por entonces también me encontraba en mi época de tonteo con el mundillo del teatro el cual, por razones que no vienen al caso, abandoné un par de años después. La obra, un monólogo, que me tocaba interpretar (disculpadme pero olvidé el nombre) estaba escrita por Rafael González. Pero no relacionaba ese autor del monólogo (que trataba sobre una ex-estrella de teatro, una diva destronada de su estrellato que se lamentaba ante el público subida en un piano, completamente borracha y loca) con el de aquel libro de cuentos. Pues bien, cuando este hombre apareció por la puerta, para ofrecernos una interesante charla sobre literatura y sobre cómo escribir, pensé que ya lo conocía de antes. Efectivamente, así era, era clavadito al tipo de la foto que aparecía junto a la biografía del autor de "Bocas llenas de peces rojos". Debían de ser la misma persona y me hizo gracia la coincidencia. Pero más gracia me haría comprobar que aquel hombre, que nos habló de sus escarceos (más que importantes y considerables) en el mundo del teatro, era el mismo autor del monólogo que me encontraba aprendiendo de memoria esos días (monólogo que, por cierto, finalmente nunca llegué a representar).
Aquella charla me motivó. A pesar de encontrarme baja de ánimos al respecto, continué escribiendo.
Fue unos años después cuando volví a coincidir con él. Ya en la universidad, a mis 19 añitos, decidí que era hora de pulirme un poco como escritora aficionada. Me inscribí en un taller sobre escritura creativa. El profesor era él. Sería el primer profesor que despertaría en mí la pasión por la literatura. Más que profesor, lo consideré un maestro, aunque él siempre tuvo un trato con nosotros como de colegas de profesión. Nada más lejos por supuesto, él ya estaba más que curtido. Años atrás, mis vagos arranques sobre la materia habían sido atenuados por la pedantería y el desasosiego con que otros profesores impartían la materia. Eso cambió cuando descubrí que Benedetti, García Márquez, Cortázar o Gabriel Miró por poner cuatro ejemplos no eran solo los nombres de personas lejanas a mí, con una biografía que me tenía que aprender de memoria y cuya retaíla de obras no me decían absolutamente nada. Por suerte en mis años mozos la curiosidad siempre me empujó a ir un poco más allá y me agenciaba de cuando en cuando con algunas obras de esos personajillos de los libros que atraían mi atención. Pero necesitaba "el empujón". Y me lo dió, una vez más, Rafael González. Tras leer algún que otro relato mío me motivó a seguir escribiendo y ("nunca dejes de escribir, confío en que llegarás a ser una gran escritora"... ), por supuesto, no olvidó apuntarme que nunca dejara de leer. Y no lo haría, desde entonces mis estanterías empezaron a llenarse cada vez más de libros que, a día de hoy, considero imprescindibles por la huella que me han dejado.
En el sentido literario podría decir que este personaje ha tenido una repercusión decisiva en mí. En el aspecto personal, también. Su marcada ironía, escepticismo y su “amor al arte” han influido en mi particular manera de ver el mundo.
La última vez que lo vi fue unos meses después de aquel taller literario. Me lo encontré en la oficina de correos de la universidad. Se tropezó conmigo (o yo con él), me pidió disculpas al tiempo que yo le dedicaba un sonriente “Hola, que tal” mientras él, titubeante, me contestaba con un “Bien… gracias… Hasta luego”. No tuve que esforzarme mucho para darme cuenta de que no me había reconocido. Aunque pongo la mano en el fuego y me arriesgo a decir que dudo mucho que haya olvidado aquella historia de un niño que soñaba con volar. Con eso me basta.
Desde el silencio y el anonimato tan solo quiero darle las gracias. Por todo, y por tanto.


Biografías:

:arrow: Alicante, 1966
Es licenciado en Filología Hispánica.

Ha trabajado como actor y tramoyista de teatro. En periódicos, revistas y en una editorial. En la actualidad es becario de investigación de la FUNDACIÓN CULTURAL CAM.

Es miembro del consejo de redacción de la revista literaria “Ficciones” de Granada y colaborador de “Artes y Letras”, suplemento cultural del diario alicantino Información.

Ha publicado los libros de cuentos: “Caimán”, “Cuba” y “Bocas llenas de peces rojos”. El relato para niño, “Pilco, un charquito de mar”.

Ha escrito, también, los textos teatrales: “La pesadilla”, finalista de la I Edición del Premio de Teatro Durango-Baqué (1991), y Premio Ciudad de Alcoy 1992; Editado por la Diputación Provincial de Alicante en 1993 y estrenado por Trueque Teatro de La Marina Baja de Alicante; “Una larga temporada en Groenlandia”, Accésit del Premio Llorenç Palmireno de la Universidad de Valencia en 1994; “El culo de la luna”, Premio Durango - Baqué 1994; “Yo violé a caperucita roja y luego la maté”, 2º Finalista del Premio de Teatro Durango - Baqué 1994; “Echanove”, Accésit del Premio Ciudad de Alcorcón, 1994. Y el monólogo “Bienvenidos a diablo”.

También es autor de los guiones: del programa radiofónico Miguel Hernández, Poeta Nuestro, realizado por Radio Alicante - Ser y finalista de los Premios Ondas 92; De los cortometrajes “Con una crin en la garganta”, y “El zurdo”, realizados en 1988 y 1989, respectivamente; “El Columbarium”, Primer Premio del Festival Cine - Imagen Amateur Expo - Ocio 94, Segundo Premio en la sección de video del XVII Festival de Cine de Elche, Medalla de Oro en el Festival de Unión Internacional de Cineastas Amateurs celebrado en la República Checa en 1994, Primer Premio en el Festival Internacional de Cine y Vídeo de Navás, Tercer Premio en el Festival de Cine y Vídeo de Quart de Poblet y Premio Extraordinario en el Certamen de Vídeo de Tarrasa.

Con Paco Sanguino fundó en 1992 la Compañía de Teatro El club de la Serpiente y ha escrito el libro sobre teatro dirigido a estudiantes de bachiller “Una Literatura con piernas” (Alicante, Aguaclara, 1994), además de los textos teatrales: “013 varios: Informe prisión”, Premio Marqués de Bradomín 87, publicado por el Instituto de la Juventud, en Madrid, 1988, estrenado por Jácara de Alicante y representado, así mismo, por: Alquibla de Murcia, Aula de Teatro de la Universidad de León y Corocotta de Reinosa; “Elvis (Elviro Pérez)”, estrenado por Jácara; “Escarabajos”, Accésit del Premio Marqués de Bradomín, 90, publicado por el Instituto de la Juventud de Madrid, 1991; “La confesión de un hijo de puta”, estrenado por Jácara. Publicado en la colección El ojo de la avispa, Madrid, 1995; “Notre - Dame”, estrenado por Jácara; “Metro”, estrenado por Moma Teatre de Valencia bajo la dirección de Carles Alfaro, Premio de la Asociación Independiente de Teatro de Alicante al mejor espectáculo teatral, producido en la Comunidad Valenciana en la temporada 1993 / 94, Premio de Generalitat Valenciana al mejor texto teatral de 1994 y publicado en Alicante por el Instituto de Cultura Juan Gil - Albert en 1994, “Creo en Dios”, Premio Ciudad de San Sebastián 1995, estrenado por El club de serpiente.

Fecha currículum: 1996

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:arrow: Nació en Alicante en el año 66. Ha publicado los libros de cuentos Caimán, Cuba y Bocas llenas de peces rojos y la novela El regate cola de vaca (Premio del Instituto de la Juventud en 1996). En 1991 obtuvo el Premio Jaén de Relatos con "Bocas llenas de peces rojos". Su relato "Ella, Baudelaire" fue editado (traducido al inglés) en la revista internacional de narrativa breve contemporánea para internet The Barcelona Review. Ha escrito el guión de varios cortos; uno de ellos, El columbarium, resultó ganador de los certámenes para cineastas aficionados celebrados en 1994 en Praga (Chequia) y Duisburgo (Alemania), y obtuvo la medalla de plata en la Danubiale'95 (Krems, Austria). Ha escrito solo o en colaboración con Paco Sanguino más de una decena de textos teatrales: solo, La pesadilla (Premio Ciudad de Alcoy), El culo de la luna (Premio Durango-Baqué), Bienvenidos a Diablo (Accésit del Premio Marqués de Bradomín), Lovo (Accésit del Premio Marqués de Bradomín), El penalty de Panenka...; en colaboración con Sanguino, 013 varios: informe prisión (Premio Marqués de Bradomín), Escarabajos (Accésit del Premio Marqués de Bradomín), La confesión, Notre Dame, Metro (Premio de la Generalitat Valenciana), Creo en Dios (Premio Ciudad de San Sebastián)...

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En http://www.cervantesvirtual.com podéis encontrar algunas de sus obras en pdf.

METRO :arrow: http://www.muestrateatro.com/obras/o0034.html

EL CULO DE LA LUNA :arrow: http://www.muestrateatro.com/obras/o0148.html




Raquel
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Roma

Melena lista, más bien corta, un color cobrizo que confundía de noche. De sonrisa imperfecta, labios claros y dientes ennegrecidos, dos ojos negros y mirada tenúe. Era una persona alta, de composición delgada, la espalda medio curva de un accidente que sufrió hace ya dos años en una destileria.Su vida era corta, 24 primaveras y 3 años sin ellas, como me habia comentado en varias ocasiones. Nunca tuvo amores, pero si un hijo y una perra, Landa. Sólo en sus dialogos habla de áquel animal que le agradecía su presencia en casa. Quiza ese fue su trauma, la compañia de un perro y la muerte del mismo.

Una vez, alguién le regaló una montaña,desde entonces sube a élla todas las tardes con su guitarra a cantarle a la ciudad. La ciudad, otra pasión escondida, el ruido, los semaforos, las luces, la contaminación, la gente anónima... No sé separa de su guitarra, se la lleva hasta al bar donde trabaja, y cuando tiene un momento libre, entre calimocho y calimocho, sale a la calle con una cerveza a cantarle a la ciudad. Esa canción que da miedo, que tiene letra pero que unca canta ¿No se atreve a cantarla?. Su silvido ligero entona lo que debiera de ser escuchado, y a la vez dibuja lo que le falta al callejón oscuro y abandonado de cerca del bar. Trabajó 3 años en el bar, cambiandome calimochos por una sonrisa y luego nos abandonó. Le conocí demasiado tarde, o quiza pronto, ya no lo sé.
"Dormir es distraerse del mundo"
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