"Princesa" y "Desnudo pincel de luz"

cronopio
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"Princesa" y "Desnudo pincel de luz"

Post by cronopio »

Uffff; han sido muchos días dándole vueltas y muchas, interminables noches, intentando darle forma escrita a dichas vueltas, y el insomnio, los madrugones después, el cansancio... pero por fin logré terminar esta especie de obra de teatro que ya no sé muy bien siquiera cómo calificarlo :P Es largo, en Word son 35 páginas (jejeje, aquí más de un@ seguro que deja de leer ipso facto :P :P ) pero la mayor parte son diálogos y así la lectura es más rápida. Pese a ello, si alguien se atreve a terminarlo gracias por el esfuerzo y cualquier opinión será bien recibida :D (sobre todo del final donde cometí una especie de "traición" acerca de la cual tengo serias dudas y no he quedado demasiado convencido :roll: )
En fin, que estoy feliz, muy feliz de haberlo terminado y poder compartirlo con vosotros :lol:


Primer acto

I–Descansillo del segundo piso:

–Silvia se encuentra con su vecino–

Se abre la puerta del ascensor. Al mismo tiempo aparece por las escaleras un hombre de avanzada edad, cabello gris, corto, bien peinado, vestimenta clásica y hasta cierto punto intemporal, bastón negro en una mano, y en la otra una bolsa casi transparente de plástico que apenas oculta su contenido: varias películas de vídeo cuyas carátulas coinciden en mostrar imágenes de semidesnudos junto a enormes y chillonas palabras de comprensión explícita.
Del ascensor sale una joven atractiva de veintitantos años, estatura media, melena corta de color rubio tirando a castaño que descansa en una leve coleta, ojos claros y brillantes, mirada ausente, vestido azul celeste de una pieza, zapatos sin apenas tacón también azules; una joven que sostiene en sus manos un cartón de botellines de cerveza mientras en su bolso asoma una botella de whisky. El viejo silba al subir el último peldaño, y al torcer casi tropieza con la joven que finge sorpresa.

–Silvia: ¡Vaya por Dios! Tenía que ser usted. Un día de estos me mata de un susto.
El viejo, apurado, intenta esconder con torpeza la bolsa a sus espaldas.
–El viejo: Demonio de chica... ¿No podrías tener más cuidado y mirar por dónde andas?
–Silvia: No empecemos.
–El viejo: Claro. Como que es viernes –con su bastón señala la caja de cervezas– y ya es hora de emborracharse, consumir otras porquerías, juntarse con golfos de tu misma calaña, y llegar al amanecer casi inconsciente montando jaleo y despertando a las personas decentes como yo. ¿Me equivoco?
–Silvia: Sólo en lo último. Que ya nos conocemos. ¿Ha encontrado algo interesante? –mientras habla rodea al anciano hasta fijar su vista en las cintas de vídeo, y él torea a la situación y a la muchacha con inútiles excusas.
–El viejo: Ya sabes que para juzgar primero hay que conocer. Además soy muy mayor para tener que darte explicaciones.
–Silvia: Ni hace falta. ¿O acaso yo lo hago?
–El viejo: (con voz dulce, ojos encendidos, y mirada perdida) Tú eres diferente. Me recuerdas tanto a mi princesa...
–Silvia: No empecemos (desaparece su sonrisa, frunce el ceño, y busca en su bolso las llaves para escapar del delirio)
–El viejo: (confundido) Perdona, prometí no recordar, pero aún es tan difícil... Por favor, ten cuidado, y no abuses de tu cuerpo que la juventud no es sinónimo de eternidad.
–Silvia: Por desgracia ya lo sé –le mira con amargura– y usted controle la dosis de somníferos que al final le harán esclavo de una estéril dependencia.
–El viejo: Pero tú tienes la vida por delante. Sin embargo yo...
–Silvia: No empecemos.

Alguien ha llamado al ascensor que cierra sus puertas y se eleva hacia el cielo. Silvia saca dos cervezas de una cárcel de cartón, las introduce en la bolsa de plástico, y espera a que el viejo escoja una película que introduce en su bolso a la vez que hace un guiño dirigido al silencio. Cada uno, sin despedirse siquiera, se dirige a su piso. Abren la puerta, se miran, se sonríen, y se escuchan dos portazos casi al mismo tiempo. El ascensor vuelve a bajar y se apaga la luz del descansillo.

II–Dentro del piso:

Horizontalmente de izquierda a derecha del escenario: amplios ventanales y una puerta que da a la terraza; una maceta con una planta artificial; un tresillo con una pequeña lámpara manual; a su lado un sofá negro de generosas dimensiones; enfrente una mesa acorde al tamaño del sofá, y más alejado un mueble donde están situadas la televisión y el aparato de vídeo, y encima varias fotografías familiares; otra puerta abierta que parece dar a un pasillo; una minicadena musical en simétrica ubicación al mueble con la televisión y el vídeo; una torre de compactos; ya cerca de la entrada una pequeña cocina (armarios, frigorífico, fregadero, una mesa redonda, tres sillas...) que proyecta un conjunto cuadrado separado del salón por una medio pared en forma de repisa; en las paredes varias láminas de estilo abstracto y en menor medida expresionista; y la lámpara del techo luminosa, simple, de aspecto romboidal.

–Silvia y la espera–

Silvia entra con una expresión de desconsuelo. Con rapidez mete las cervezas en el frigorífico, saca de su bolso la botella de whisky y la deja momentáneamente tumbada en una silla en inestable equilibrio. Después observa con curiosidad la carátula de la película, y se dirige autómata hacia el vídeo. Con el mando a distancia sintoniza el canal y baja el volumen. Sonríe. Se acerca a la minicadena musical y la enciende. Luego se sienta en el sofá, busca de nuevo en su bolso, saca el paquete de tabaco, un mechero, una especie de monedero donde guarda el costo y el papel, y se hace un porro que fuma tumbada en el sofá sosteniendo un cenicero en su otra mano. Observa con desgana artificiales imágenes de sexo. Centra su interés en la música de Los Suaves (“Si pudiera”; “Parece que aún fue ayer”...) cuando suena el telefonillo (situado a un lado de la puerta principal) y le indica a Pablo que suba mirando al reloj que le obliga a sufrir la maldita molestia de una prisa no deseada, por lo que deja la puerta entreabierta para que él pueda entrar, y sale por el pasillo en supuesta dirección hacia la ducha. Pablo (veintinueve años, moreno, algunas canas en su pelo rizado sin estilo aparente, rostro de marcada madurez, oscuros ojos saltones guarecidos por unas discretas gafas de cristal ovalado, nariz puntiaguda, labios gruesos, jersey gris de cuello alto, pantalón azul oscuro, mocasines negros) llama al timbre, acto seguido entra en el piso, busca a Silvia, grita su nombre, y al escuchar el agua fluir vuelve al salón donde proyecta una mirada que recorre el lugar observando la botella de whisky, las escenas de sexo en la televisión, la mesa con el costo, el paquete de tabaco, el papel de fumar, y el CD donde suena a un volumen apreciable una música que le obliga a curiosear la caja del compacto porque (con expresión reflexiva) son canciones ya casi olvidadas de su desterrada adolescencia. En ese momento Silvia hace acto de presencia cubierta con una toalla, y se saludan con dos besos.

–Silvia: Perdona. No recordaba haber quedado tan pronto.
–Pablo: La culpa es mía. Esta tarde he salido antes del bufete, Belén todavía no ha llegado a casa, estaba aburrido, y sin saber muy bien la razón me decidí a presentarme a estas horas sin ni siquiera avisarte. Por suerte estás aquí.
–Silvia: ¿Dónde si no? En el frigorífico hay cervezas, sírvete una, y dame unos minutos para vestirme –sonríe–. ¡Estás en tu casa! (baja el volumen de la música y apaga la televisión mientras se encoge de brazos y vuelve a desaparecer por el pasillo)

Pablo se sienta en el sofá, saborea la cerveza, y busca en la agenda de su móvil un número ausente por defecto en su memoria.

–Pablo: ¿Te queda mucho?
–Belén: Acabo de llegar, e iba a empezar a arreglarme. Por cierto ¿Y tú? ¿Dónde estás?
–Pablo: En casa de Silvia.
(silencio incómodo)
–Belén: ¿Y se puede saber qué haces allí?
–Pablo: ¿Ya estamos con lo de siempre? Silvia ya sólo es mi pasado y tú en cambio mi futuro.
–Belén: Lo que me preocupa es el presente, y no me has respondido. ¿Qué haces allí?
–Pablo: Esperar a que vengas. Te recuerdo que esta noche hemos quedado en salir con mis viejas amistades.
–Belén: Ya. ¿Y los demás?
–Pablo: He sido el primero –con rapidez–. El resto llegará enseguida –excusándose– y ahora mismo estoy solo, Silvia está vistiéndose.
–Belén: ¿Qué?
–Pablo: (nervioso) Al llegar estaba duchándose y..
–Belén: No quiero escuchar más.
–Pablo: ¿Cuándo vienes?
–Belén: Me daré prisa: en hora y cuarto más o menos.
–Pablo: Un beso.
–Belén: Adiós.

Pablo cuelga y, contrariado, se hunde en el sofá. En ese instante reaparece Silvia que se sirve una cerveza, se sienta junto a él, y lía un nuevo porro.

–Silvia: ¿Con quién hablabas?
–Pablo: Con Belén –cambia de tema– ¿Qué tal todo?
–Silvia: Como siempre. Ya me conoces.
–Pablo: Sí ¿Nueve años? Justo cuando empezaste Filosofía y yo dudaba si dejar Derecho. ¿Cómo llevas tu tesis doctoral?
–Silvia: Sinceramente me oprime; tal vez me equivoqué al elegir el tema.
–Pablo: “La esclavitud moral en la sociedad contemporánea”. No me extraña.
–Silvia: Curioso que precisamente tú me digas eso. ¿Has olvidado quién fuiste?
–Pablo: Aquello era utopía, y de ella no se vive.
–Silvia: No empecemos.
–Pablo: En serio, ya sabes lo importante que tú has sido para mí, no puedo negarlo, estuve años enamorado de ti, los mejores años de mi vida. Sin embargo... (suspira)
–Silvia: Continúa. No te cortes (saborea unas caladas y lanza el humo al rostro de Pablo aceptando el desafío)
–Pablo: He cambiado a mejor. Contigo no existía el futuro, nada, sólo irrealidad, sueños, y angustia existencial. Contigo mi vida no tenía sentido.
–Silvia: ¿Y acaso ahora lo tiene? ¿Cuál? ¿Enriquecerte, comprarte otro coche, vivir a lo grande, adorar el dinero, explotar a los débiles? Sí; has cambiado, pero no precisamente a mejor.
–Pablo: Piensa lo que quieras, pero así soy feliz.
–Silvia: Y antes no. Muchas gracias.
–Pablo: No quería decir eso. Te repito que tú fuiste algo imborrable, te quise... (piensa en Belén, se queda pensativo unos segundos mientras su rostro refleja tristeza) pero no podía seguir en aquella espiral de incertidumbre y confusión. Sin embargo...
–Silvia:No empecemos.
–Pablo: ...¿Por qué estoy aquí?
–Silvia: Tú sabrás.
–Pablo: En el fondo tú también.
–Silvia: ¿Es cierto todo lo que me has dicho? –Pablo hace un gesto afirmativo y Silvia apaga el porro y le susurra con voz inocente–. ¿Qué sientes por mí?
–Pablo: No puedo decírtelo (se acercan el uno al otro, sus ojos brillando en silencio, los labios expresando interrogantes deseos...)
–Silvia: (en voz baja apenas audible) ¿Y Belén?
–Pablo: (más cerca aún de ella, casi a punto de besarla) ¿Quién?

De pronto suena el timbre de la puerta y se rompe la magia del instante mientras termina la última canción de Los Suaves (“Por una vez en la vida”) pero ninguno se decide a levantarse. Silvia hace un amago y Pablo se lo impide apretando sus rodillas.

–Pablo: No abras, por favor.
–Silvia: No empecemos (se levanta, vuelve a sonar el timbre, abre la puerta, y entra Luis)


–Sintonía entre Luis y Silvia; Pablo ausente–

(Luis: veintidós años; larga melena desordenada en intención desmedida; tez pálida y sin afeitar; nostálgicos ojos color miel; afilada barbilla; cuerpo delgado y fibroso, de elevada estatura y anárquicos movimientos que enlaza con gestos indefinidos que sugieren un control irracional de emociones ambiguas y dispares; camiseta negra de manga larga y dibujos abstractos, pantalón amplio de colores chillones prevaleciendo los tonos rojos, violetas, y zapatillas verdes sin cordón.)

–Luis: Ya estoy aquí, vampiresa –coge a Silvia por la cintura y la besa en el cuello; después se fija en Pablo que sigue sentado en el sofá, y se acerca a saludarle rebosando ironía–. ¿Qué tal abogado? ¿Esperando a que me trinquen para salir en mi defensa y mandarme directamente al patíbulo?
–Pablo: (apretando con fuerza la mano de Luis) No tendré tanta suerte, animal.

Luis se fija en el costo, hace una cruz con los dedos que dirige a Silvia para después de que ésta le lance una cerveza (que él atrapa con fingida dificultad) sacar de su bolsillo del pantalón una bolsita de maría y empezar a liar un cigarrito. Pablo se levanta del sofá y se dirige por el pasillo hacia el cuarto de baño, lo que aprovecha Luis para acercarse a Silvia y pasarle el canuto.

–Luis: ¿Qué hace aquí tan pronto?
–Silvia: No sé. ¿Te importa mucho?
–Luis: Para nada. Por cierto, te traigo un perico de primera.
–Silvia: Ya veremos. Para ti siempre es de primera.
–Luis: No me líes, yo nunca falto a la verdad. ¿Cuándo te he fallado?
–Silvia: Aparte de en la cama... –Luis pone los brazos en cruz, y ladea la cabeza– podría enumerarte muchas otras situaciones. ¿Continúo?
–Luis: (arrancando la etiqueta de su botellín) Para el carro que me amuermo. Aquella noche me pillaste en horas bajas, y ahora que recuerdo tú tampoco estabas para muchas alegrías... ¿O acaso has olvidado tu histérico llanto de lagarta?
–Silvia: Mira por donde habló el avestruz (se ríen y se besan en la boca)
–Luis: Hablemos de negocios.
–Silvia: (sacando el monedero de su bolso) ¿Ahora lo llamas así? ¿No eras tú el Robin Hood de la coca?
–Luis: Exacto –coge los billetes y le pasa una papelina–. Así da gusto. ¿No me estaré volviendo un cerdo capitalista?
–Silvia: No empecemos.

Pablo regresa del baño y mira su reloj, apura un último sorbo de cerveza, y se dirige a la cocina a por otra.

–Luis: ¿Y la música?
–Silvia: Tú mismo; pero antes pasa el porro.

Lo hace, luego busca en la torre de compactos hasta que muestra triunfante uno de Extremo, y empieza a cantar desafinando la canción de “Amor castuo”. Silvia se ríe, duerme el canuto en el cenicero, y los dos empiezan a dar saltos en una especie de baile informal entre caricias de alcohol y complicidad añorada. Pablo mientras (sentado en la cocina) juguetea con las melodías de su teléfono móvil, saborea el botellín, y al terminarlo se dirige a ellos con voz indiferente.

–Pablo: Me voy.
–Silvia: ¿Y eso?
–Luis: (a pleno pulmón) “Me levanté hasta los huevos de vivir”
–Pablo: A casa para recoger a Belén. No quiero que se enfade.
–Silvia: (otra vez) ¿Y eso?
–Pablo: Cosas mías. ¿Cuál es el plan de esta noche?
–Luis: (como un gallo en declive) “Me levanté...”
–Silvia: (empujando a Luis que sigue en sus trece) Por lo pronto esperar a que lleguen Laura y Rafa dentro de más o menos... –hace un ligero cálculo mental en el reloj de Pablo– una hora. Después ya veremos.
–Pablo: Entonces nos vemos aquí.
–Luis: (ya calmado al terminar la canción) Dame un beso, abogado. El beso de Judas.
–Pablo: (sin mirar a Luis, sólo a Silvia) Hasta ahora.
–Silvia: Adiós.

–Luis y Silvia se quedan solos–

Silvia se tumba en el sofá y se acaricia sus pechos. Luis se dirige al frigorífico en busca de otra cerveza, pero no hay y el vacío le confunde hasta que al cerrar la puerta de la nevera casi tropieza con la botella de whisky (que seguía apoyada sobre la silla en equilibrio inestable) mientras Silvia sigue en lo suyo.
–Luis: ¡La hostia! (abraza el whisky y se sirve un chupito en el mismo botellín)
–Silvia: (ya de pie señalando su escote) ¿Te gustan?
–Luis: ¿Por qué no?
–Silvia: Tú siempre has sido un radical en todo, sin término medio, o grandes o pequeñas, y las mías no sé cómo calificarlas.
–Luis: Recuerda que la puta soy yo, y que tú eres mi chulo.
–Silvia: (acercándose a él) ¿Qué haces? (le quita el botellín, saca dos vasos del armario, coca–cola, hielos del congelador, y realiza la mezcla cargando levemente las copas; después se aleja y vuelve a tumbarse en el sofá; Luis saborea su whisky, sube aún más el volumen de la música, y se hace un hueco al lado de Silvia)
–Luis: Las tienes preciosas (sus manos moldean por fuera sus curvas hasta juguetear en círculo con sus dedos sobre los pezones exaltados de Silvia que le mira a los ojos con una ausente expresión de agradecimiento)

Ya sentados prosiguen lanzándose caricias, disfrutando de la música, el alcohol, y un par de cigarrillos hasta que se escuchan unos fuertes golpes en la puerta, y Silvia se levanta a abrir pensando que es Laura, pero en su lugar aparece su vecino.

–El viejo: ¡Ya está bien de molestar con tanto ruido! ¿O acaso pensáis que estoy sordo?
–Silvia: No se queje y pase dentro –le invita a entrar dándole una cariñosa palmadita en la espalda–. Que ya nos conocemos. ¿Qué quiere?
–Luis: (desde el sofá y alzando su vaso) ¿Qué hay viejo? ¿Funciona la Viagra?

Silvia se ríe, pero al instante disimula y le lanza una mirada de reproche a Luis justo cuando el viejo alza su bastón hacia él como si esgrimiera una espada en dialéctico juego del lenguaje.

–El viejo: Un poco de respeto, niño, que podría ser tu padre.
–Luis: Por eso lo digo, my darling, y no se me altere con el bastón no vaya a darle un ataque al corazón por mi culpa.
–El viejo: Luisito, Luisito... (y mirando de nuevo a Silvia) ¿Cuándo harás de él un hombre?
–Luis: (tarareando) Abuelito dime tú...
–Silvia: No tiene remedio. Pase de él. ¿Y bien? ¿Qué se le ofrece?
–El viejo: Divina juventud... Nada –bajando los ojos– Sólo otra cerveza.
–Silvia: Pues no quedan, pero puedo ponerle una copa. ¿Se anima?
–El viejo: (con los ojos brillantes) Si no queda más remedio...

Luis mientras ha encontrado la caja de la cinta de vídeo y enciende la tele.

–Luis: Esta vez has elegido una excelente película, viejo, y geniales actrices, no veas. Silvia, toma nota.
–Silvia: Ya quisieras tú.
–El viejo: (rechazando la coca–cola; sólo whisky) Aprovecha, Luisito, y no manches el sofá.
–Luis: ¿Por qué? ¿A ti te ocurre eso a menudo?
–Silvia: No empecemos.

El viejo apura la copa en dos tragos, se sirve otra, y habla con Silvia bajando la voz.

–El viejo: Me recuerdas tanto a mi princesa... Tenía tu edad cuando murió. Desde entonces han pasado los años y ya nada tiene sentido. Nada. ¿Sabes? Todavía la veo cruzar aquella calle alejándose de mí –Silvia cierra los ojos y empieza a volar–. Si no nos hubiera dejado su madre... Si yo no hubiera sido tan intolerante y represivo con ella... ¿Pero qué sabía yo? Todas las noches la veo en mis sueños pidiéndome ayuda. ¿Por qué? –unas lágrimas resbalan por su rostro diluyéndose en el whisky; la cabeza le da vueltas y apoya su mano sobre la de Silvia que no hace nada para impedir el delirio reincidente de un pasado destructor–. ¿Princesa?...
–Silvia: (con voz ahogada) ¿Sí?
–El viejo: Lo siento mucho –sus ojos transmiten desnuda esperanza irreal– y te pido perdón.

Hundida por una mezcla de ternura e hiriente esclavitud Silvia sufre de golpe los efectos del whisky, las cervezas, y el hachís, y no puede remediar sentirse en un infierno sin salida, un laberinto existencial de angustia y sinrazón.

–Silvia: No pasa nada. ¿Me oyes? Estoy aquí contigo, tu princesa, yo... –por los altavoces suena “Buscando una luna”– te absuelvo, papá (y le besa con dulzura la frente)

El viejo, turbado, sale del piso. Luis vuelve de la terraza donde fumaba en silencio. Silvia le abraza, pero él no comprende lo que ocurre y se despega de ella para sacar el perico y dispersar unas dosis sobre el cristal del marco de una fotografía de Silvia. Luego esnifan las rayas y cambian de música. Ella elige. Se escucha la voz de Sabina cantar su “Princesa” y con voz monótona Silvia repite las estrofas una y otra vez en su interior hasta vencer al silencio.
–Silvia: ¿Tú crees que ahora es demasiado tarde?
–Luis: No te comprendo. ¿Tarde para qué? ¿Lo dices por la canción?
–Silvia: (pensativa: para vivir) Dejémoslo, no he dicho nada.
–Luis: (que sigue dándole vueltas) ¿Lo dices por nosotros? –deja la copa en la mesa, apoya sus manos sobre los hombros de Silvia, y la mira fijamente con ojos de terror y dependencia.
–Silvia: (acaricia el rostro de Luis con una mano, con la otra sostiene su vaso casi vacío, y se vuelve de espaldas a él para no mirarle a los ojos mientras suspira) No empecemos.
–Luis: Te necesito, Silvia, y no te hablo de amor.
–Silvia: Ya. Como siempre –se sirve otra copa y Luis hace lo mismo.
–Luis: ¿Y tú? ¿Qué necesitas?
–Silvia: (por su cabeza sobrevuelan pensamientos confusos de soledad y de angustia, ausencia de respuestas, la náusea, el ser y el no ser, dioses y mitos, esperanzas dormidas) Nada... y todo a la vez. No lo sé, Luis, no lo sé. Y es tan injusto...

–La marcha de Luis y la llegada de Laura–

–Luis: (al observar la hora en el reloj del vídeo se da una palmada en la frente sin poder reprimir un exagerado gesto de sorpresa) ¡Joder, la madre que me parió!
–Silvia: ¿Qué ocurre?
–Luis: Nada. Que he quedado hace diez minutos y soy la hostia. Me tengo que ir.
–Silvia: Ya.
–Luis: Los negocios son los negocios y no tengo elección.
–Silvia: (más en tono de certeza que en tono de ruego) No quiero estar sola.
–Luis: (con prisa) Tú nunca lo estás.
–Silvia: Cierto, pero contigo es diferente.
–Luis: No me líes. Llego tarde. Adiós.

Silvia se queda unos segundos contemplando la puerta cerrada. Después se sienta en el sofá, apoya sus pies sobre la mesa, y cierra los ojos. Vacío. Anochece. Al poco tiempo suena el timbre y se levanta. Laura entra en el piso, y Silvia enciende la luz. “Tú nunca estarás sola”

–Laura: Anima esa cara, mujer –silencio–. ¿Ocurre algo?
–Silvia: Lo de siempre. ¿Por qué todo es tan difícil?
Laura (cabello rubio y rizado; rostro angelical, sonriente; ojos verdes y profundos; cuerpo rellenito que encaja a la perfección en su atuendo pasivo, indiferente, sin llamar la atención) aprovecha la pregunta para lanzar acusaciones sobre Luis que Silvia rechaza por superficiales y simples: el problema es suyo, sólo suyo, y Luis en todo caso sería un accidente, un efecto, pero no la causa.

–Laura: Me acabo de cruzar con Luis en el portal. Parecía llevar prisa.
–Silvia: Sí; se le hizo tarde.
–Laura: Cada vez tengo más claro que ese chico acabará por mal camino, y temo que te arrastre a ti con él.
–Silvia: (termina su copa y le ofrece una a Laura, pero ésta sólo quiere coca–cola. Encienden dos cigarrillos y continúan hablando sobre el tema) ¿Por qué lo dices?
–Laura: Demasiados trapicheos. Demasiado descontrol. No se puede vivir sin rumbo fijo.
–Silvia: (a la defensiva) ¿Estás hablando de él o de mí?
–Laura: Ya sabes que tú eres diferente.
–Silvia: No. No lo sé. Siempre juzgas a los demás con una simpleza o desconocimiento que en ocasiones roza el absurdo. Es más, si no nos conociéramos tanto pensaría que lo haces a propósito.
–Laura: (como siempre sin dejar de sonreír) Perdona, pero sólo digo lo que pienso, y Luis –Silvia niega con la cabeza anticipándose a sus palabras– no hace más que darme la razón con sus actos.
–Silvia: ¿Y por qué? ¿Acaso porque escapa a tu modélica visión de prototipo social y humano? ¿No comprendes que lo que tú condenas para él puede significar su salvación? ¿Por qué todo es tan difícil?
–Laura: Yo respeto a todo el mundo, pero eso no implica que simpatice con comportamientos que aunque lo intente no puedo comprender.
–Silvia: ¿Y quién te pide que lo hagas? Yo no defiendo a Luis, le acepto tal y como es y punto. No es cuestión de cambiarle, de obligarle a entrar en el buen camino (tu buen camino que para él puede ser diferente) sino sólo permitir que libremente decida lo que quiere hacer con su vida. ¿Me comprendes?
–Laura: Puede ser, pero no estoy muy segura.
–Silvia: Nosotras somos el ejemplo perfecto. Tú crees en Dios, aceptas el orden social establecido y vives acorde con él, desde siempre has esperado a tu príncipe azul, y aunque Rafa no lo sea te conformas con sus promesas de futuro: matrimonio, familia, estabilidad... porque así tu vida tiene un sentido: tu vida –hace una pausa y prosigue el diálogo con renovado interés–. Yo por el contrario no creo en nada, reniego de una sociedad injusta por naturaleza, confieso con pesar que el Amor no existe, y me rebelo contra el futuro porque me angustia el transcurrir del tiempo sin respuestas que den sentido a mi vida: mi vida. Y sin embargo nos aceptamos como somos. La libertad consiste en eso.

Apagan los cigarrillos en el cenicero. Silvia se va al baño mientras Laura, ahora sí, se sirve un whisky. Al minuto reanudan la conversación.

–Laura: ¿Y qué me dices de Pablo? Con él eras feliz.
–Silvia: (media sonrisa de nostalgia) ¿Y ahora no lo soy? Pablo ha cambiado mucho hasta transformarse en una persona completamente diferente a la que era, y no le culpo, no, sin embargo...
–Laura: ¿Ves? Aún sigues enamorada de él y te cuesta reconocerlo. No lo niegues.
–Silvia: En todo caso enamorada de su recuerdo. El olvido a veces traiciona a la razón.
–Laura: (mirándola fijamente) Por eso desde entonces tus relaciones se limitan al sexo y nada más: innumerables amantes de una noche, anónimo sacrificio del placer, fracaso y soledad...
–Silvia: Has vuelto a juzgar por defecto sin atender a causas objetivas.
–Laura: ¿Acaso me equivoco?
–Silvia: No empecemos.

Se levanta del sofá, y ante la desaprobadora mirada de su amiga empieza a quemar la china y se lía un nuevo porro. Después elige un compacto (Reincidentes: “Vicio”) y enciende la cadena de música a un volumen intencionadamente elevado.
Avanza la noche.

–Casi todos juntos–

Pablo y Belén acaban de llegar y sus rostros reflejan distancia, interrumpida discusión camuflada en la apariencia que sobresale en la mirada que Belén dirige a Silvia mientras ésta interpreta con desgana su papel de anfitriona y la botella de whisky velozmente se vacía, las conversaciones giran en ausente dirección, y el tiempo vuela con precisa indulgencia.

–Belén: (metro setenta y cinco; cabello largo, liso, moreno; ojos azul grisáceo y nariz rectilínea; rostro ovalado, agresivo, hermoso en su propia seriedad; labios apenas dibujados en una ausente sonrisa; cuerpo escultural bajo un vestido rojo que moldea sus curvas en perfecta simetría de sensualidad aplastante) ¿Podríais bajar la música? Lo siento, pero me da dolor de cabeza.

Silvia disminuye el volumen mientras lanza a Pablo una mirada compasiva.

–Laura: ¡Cuánto tiempo sin vernos! ¿Qué tal todo?
–Belén: Muy bien –abraza a Pablo por la cintura y le da un beso–. Cada vez a mejor. Estamos hechos el uno para el otro.
–Pablo: (buscando a Silvia bajo una llamada de auxilio) ¿Qué vamos a hacer?
–Silvia: Por lo pronto contactar con Rafa y con Luis. Después ya veremos (y sale por el pasillo en dirección al teléfono de su cuarto)
–Pablo: (dirigiéndose a Laura) ¿Qué tal en la escuela? Debe de ser difícil lidiar con los críos. ¿No? A su edad ya se sabe.
–Laura: Cierto, aunque lo curioso es que siempre me sorprenden. No hay día que pase sin que aprenda algo nuevo sobre ellos.
–Belén: Será cuestión de experiencia. Dudo que dentro de veinte años opines lo mismo.
–Pablo: Ojalá. Por otra parte los tiempos cambian y también las costumbres, las formas de ser y comportarse...
–Laura: Pero siempre serán niños...
–Belén: Mientras que tú envejecerás. Por eso te decía lo de los veinte años.
–Laura: No estoy del todo de acuerdo. De alguna manera yo también, gracias a ellos, seguiré siendo una niña. Ésa es mi esperanza.
–Pablo: Brindemos por ello.
(Silvia reaparece justo cuando suena el móvil de Laura)
–Silvia: Acabo de hablar con Luis.
–Laura: Ya era hora que llamaras. Cariño, espera un segundo –y dirigiéndose a Silvia– ¿Has quedado ya con Luis?
–Silvia: Sí. Dentro de cuarenta minutos en el Parque.
–Belén: Pablo; di algo.
–Pablo: A mí me parece bien. Los viejos tiempos nunca mueren.
–Silvia: Gracias.
–Belén: Si no queda más remedio...
–Laura: Sí, en el Parque, la esquina de siempre, un beso, adiós (guarda el móvil en su bolso y suspira de felicidad)
–Belén: Al menos esta noche no hace frío.
–Pablo: Y sólo será una botella. Tampoco es para tanto. ¿No crees?
–Silvia: No empecemos.

Y ella sale a la terraza mientras los demás recogen los botellines y los vasos, vacían los ceniceros, apagan la música (“Hartos de aguantar”) y Silvia contempla con asombro y emoción una inmensa luna llena a la que lanza caladas de humo despidiéndose del piso, y entregándose con absoluta sumisión al interrogante del silencio.

Fin del primer acto.
Last edited by cronopio on 23 Dec 2005, 14:02, edited 1 time in total.
"He visto tu cara ardiendo en un lienzo de agua, y me he sumergido en un sueño sin poderte tocar, formando un mosaico de sombras, buscando a ciegas lo que sé que no está."
rDm

Post by rDm »

pero,nose akaba ahi no?y los demas aktos?yo kiero leer mas k menganxao sim pones mas plis tlo agradeceria mogoyon nen xfa xfa xfa xD
cronopio
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Post by cronopio »

Ostras :oops: que dije lo de las 35 páginas de word pero no el que por ese motivo lo colgaría en tres partes, cada una de las cuales correspondiente a cada acto de la obra, y así en tres mensajes como que parecería mas corta o menos "pesada" de leer :oops: Así que hoy cuelgo el segundo acto y mañana por fin el último xD
Ah, y muchas gracias por leerte enterito el primer acto :D

Segundo acto

I–El parque:

A la izquierda del escenario unos columpios donde se balancean dos adolescentes en una imaginaria carrera hacia el infinito de la noche. Enfrente un tobogán sobre el que están subidos en incómoda postura una pareja de jóvenes besándose. Al final de la rampa el resto de sus amigos rodean en círculo varios cartones de vino y algunas botellas de dos litros de coca–cola marcando el territorio de su reino embriagador mientras todos hablan como si lo hicieran a la vez.
En el centro una estatua ecuestre protegida por un cuadrado colorista de gladiolos alternando con erguidos tulipanes, y más a la derecha, por fin, una farola, varios árboles, y un banco de madera como centro de la reunión que forman Silvia, Laura, Rafa, Pablo, Belén, y Luis alternando posiciones según las circunstancias.
El cielo estrellado, la oscuridad suspendida a la luz de la farola, una botella de whisky, otra de coca–cola, una bolsa de hielos, y ocho vasos de tubo. El tiempo no avanza en su memoria.
Rafa (persona que desprende simpatía en sus facciones agradables; rostro circular y ancho, nariz chata, ojos grandes, muy abiertos, orejas diminutas que sobresalen con luz propia de su larga y desordenada cabellera color castaño, patillas cuidadosamente definidas en término medio, cuerpo que muestra con orgullo varios kilos de más sin llegar a lo ostentoso) habla con Luis. Cerca de ellos Laura, Belén, y Pablo conversan con naturalidad, sin relevancia, mientras Silvia se mueve entre uno y otro grupo opinando sobre lo que encuentra interesante, y ejerciendo de forma involuntaria un invisible influjo de encuentros contrapuestos.

–Rafa: Me quedé con ganas de ir al concierto. Me han dicho que estuvo genial.
–Luis: Tampoco fue para tanto.
–Rafa: Sin embargo los periódicos comentaron que había sido uno de los mejores espectáculos acontecidos en los últimos tiempos.
–Luis: Por mí como si dicen misa.
–Rafa: Si incluso un colega mío que fue por acompañar a su novia, y no porque le gustara el grupo, acabó sorprendido gratamente por la calidad de su música.
–Luis: Ése no sabía ni lo que estaba escuchando.
–Rafa: Pero...
–Luis: Joder, Rafa ¿Acaso tú fuiste? ¿Acaso estuviste allí? No. ¿Verdad? Pues entonces por mucho que te digan nunca sabrás cómo fue realmente. Acéptalo: te lo perdiste y punto, ya no puedes hacer nada, no puedes conocer tu propia opinión por medio de otros, lo que nosotros te digamos no importa, ésa es la cruel realidad.
–Rafa: Pero al menos sí puedo hacerme una idea de lo que fue. ¿No crees?
–Luis: (sacando la bolsita de maría) Yo paso. Tú mismo.
–Silvia: Si sólo nos dejáramos llevar por nuestras propias experiencias...

A su lado pasa una mujer vendiendo rosas como si el amor pudiera comprarse, y Pablo regatea con ella para ofrecerle una flor a Belén que no sabe que hacer con el regalo.

–Belén: ¿Y qué hago yo ahora toda la noche cargando con este muerto?
–Pablo: Mujer, pensé que te gustaría.
–Laura: Y Rafa ni siquiera se ha dignado a preguntarme.
–Belén: Toma, Pablo –le devuelve la rosa– demuéstrame que no era un gesto superficial: consérvala tú toda la noche, y así creeré que no lo has hecho sólo para aliviar tu conciencia.
–Pablo: Estás siendo injusta conmigo.
–Laura: Yo ya no me entero de nada. ¿Se puede saber de qué estáis hablando?
–Silvia: De hechos, y no palabras. La rosa queda al margen.
–Pablo: Me niego a tomar parte en el juego. Si no la quieres la tiro.
–Belén: Es tuya. ¿No? Por tanto haz lo que quieras con ella. A mí ya no me importa.

Silvia vuelve con Rafa y con Luis, y al instante éste (pasándole el porro a Silvia) desaparece a comprar tabaco.

–Rafa: ¿Cómo te va todo? Laura me ha dicho que no avanzas en la tesis. ¿Por qué?
–Silvia: (mirando al cielo estrellado) Intuyo que el problema está en mí, pero el caso es que ahí he dejado a Tomás Moro y a Rousseau con sus utopías y contratos sociales sin llegar a un fin concreto.
–Rafa: Sin embargo al principio estabas muy ilusionada.
–Silvia: Cierto, pero a medida que avanzo y desarrollo la estructura me doy cuenta de mi error.
–Rafa: ¿Cuál?
–Silvia: La ausencia de respuestas. Ni más ni menos. Lo de siempre.
–Rafa: No digas eso –su voz se convierte en esperanza–. Estoy convencido de que tarde o temprano encontrarás tus ansiadas respuestas, no lo dudes.
–Silvia: Gracias, pero eso no depende de ti.
–Rafa: Lo sé, yo sólo intentaba animarte.
–Silvia: Perdona. A veces olvido que tú no eres como Laura.
–Rafa: ¿Y entonces cómo soy?
–Silvia: Dímelo tú.
–Rafa: No puedo.
–Silvia: ¿Crítico, juicioso, dialogante, receptivo, consciente, tolerante...?
–Rafa: (extrañado) ¿Como Laura?
–Silvia: No. La diferencia es que ella por desgracia se limita a ser así en lo que comprende y acepta de buen grado. En lo demás no se compromete lo más mínimo, no opina, no se moja, y opta por el camino fácil del desinterés y la desgana, no sé, hablar con ella no conduce a nada nuevo –sonríe y termina por mirar a Rafa con profunda decepción.
–Rafa: (casi susurrando) Tengo que hablar contigo sobre ella, aunque más bien sobre mí. No todo parece ser como es.

Luis regresa sonriente, recoge la copa que dejó junto a un árbol, y los tres se reúnen con el resto de sus amigos.

–Pablo: (sirviéndose otra ronda) Los políticos nunca dicen la verdad, todos siguen sus propios intereses aunque para ello deban prometer lo que ellos mismos son conscientes que no pueden, o incluso no quieren, realizar. Así funciona todo, y yo también.
–Laura: No lo creo. Si eso fuera cierto la gente acabaría descubriendo sus mentiras y no volvería a votarles. En el fondo nosotros, la opinión pública, controlamos sus actos.
–Pablo: ¿En qué mundo vives? Son ellos los que al final siempre nos controlan a nosotros.
–Belén: Mejor ir a lo práctico: el interés individual por encima del colectivo.
–Silvia: Y así siempre vence el poderoso. Desengáñate, Laura, lo mejor que nos puede pasar es que sigan como hasta ahora defendiendo la Democracia y respetando la Constitución. Algo es algo.
–Laura: ¿Tú también?
–Luis: Silvia consiente pero no aplaude; se resigna porque no encuentra la manera de luchar contra eso, y, en el fondo, sospecho que no le importa demasiado. ¿Me equivoco?
–Silvia: No empecemos.
–Pablo: (con voz ligeramente pastosa) Recuerdo cuando en la Universidad Silvia y yo uníamos esfuerzos para luchar contra injusticias cercanas como la calificación de exámenes o el precio de las tasas, la insuficiencia de becas, la necesidad de una mayor presencia del alumnado en la toma de decisiones... ¡Qué tiempos aquellos! Huelgas, panfletos, reuniones... –se detiene un segundo como mirando al pasado–. Todo quedó atrás.
–Silvia: Y todo continúa, Pablo, no pienses que fue inútil, el fin sigue sin nosotros. Además, es cierto que quizás yo me he alejado y en parte resignado, pero lo tuyo es peor: has cambiado de bando traicionando tus ideales y eso, por mucho que lo niegues, no tiene perdón.
–Belén: Te equivocas, Silvia. Pablo por fortuna comprendió que lo mejor para él consistía en dejarse de utopías y pensar en su futuro, y ahora todo le sonríe; no proyectes sobre él tus propias frustraciones.
–Luis: Poderoso caballero es don Dinero.
–Rafa: No se trata de vencedores ni vencidos. Cada cual es como es.
–Pablo: (mirando a Silvia con ternura) ¿De verdad piensas que yo te traicioné?
–Silvia: No puedo responderte: lo tienes que hacer tú.
–Belén: ¿Y eso qué importa? Vamos a darnos prisa con el whisky.

Unos rellenan sus copas, otros encienden un cigarro, la noche despide oscuridad, y la luz de la farola refleja en sus rostros encendidas pasiones y apagados deseos, contrastes de un grupo que se divide en dualidades voluntarias.

–Silvia y Pablo– (separados unos metros del resto del grupo)

–Pablo: Nunca quise hacerte daño. Yo no sabía, nunca supe lo que esperabas de mí, ¿sabes?, siempre me sentía juzgado ante tus ojos, tus ojos, Silvia, ¿qué querían decirme?, ¿por qué nunca pude averiguarlo?, nuestra relación murió en una lenta enfermedad y ahora lo veo claro, ahora te miro a los ojos, tus ojos Silvia, y comprendo, ahora... (observa la rosa que sobresale de un bolsillo de su pantalón, y la tira al suelo en un claro gesto de rabia contenida)
–Silvia: (ocultando sus ojos a la vista de Pablo) Ahora ya es tarde. Peter Pan envejeció y dejó de ser un niño, cambió sus sueños por una realidad acomodada junto a Moyra, y ya no hay marcha atrás, no hay vuelta de hoja, el cuento terminó sin perdices, Campanilla está sola y Garfio se pudre en el silencio, Pablo, tú has escrito la historia y yo sólo te la leo. Punto y final.
–Pablo: Sin embargo... (Belén surge a sus espaldas)
–Belén: ¿Qué has hecho con mi rosa?
–Pablo: (ligeramente enfadado) ¿Tuya? ¿No dijiste que era mía? Me cansé de tenerla para nada.
–Belén: No lo entiendes, Pablo. ¿Cuándo vas a hacerlo? Anda, recógela y vuelve a guardarla en tu bolsillo –lo hace y Silvia, vencida y a la vez triunfadora, se aleja a servirse otro whisky.

–Laura y Luis– (al lado del banco, de pie, y con cierta desgana)

–Laura: Últimamente encuentro a Silvia cambiada, no sé, más apartada del mundo y de sí misma, triste, apática... como prisionera... sí, eso es, esclava de su propia libertad.
–Luis: ¿Y?
–Laura: Nada. Simplemente me preguntaba la razón.
–Luis: Deberías comenzar de nuevo.
–Laura: ¿A qué te refieres?
–Luis: Últimamente encuentro a Silvia igual que de costumbre, no sé, como siempre buscando su lugar en el mundo, confusa, imposible, existencial... sí, eso es; libre en su propia esclavitud.
–Laura: (transformando su eterna sonrisa en dibujo incompleto) Tú no la conoces, Luis, no todo el mundo es capaz de vivir como tú.
–Luis: Menos mal; así es imposible aburrirse.
–Laura: ¿Ves? Todo te resbala, nada te importa...
–Luis: ¡Olvídate de mí! Te recuerdo que hablabas de Silvia.
–Laura: Ella me preocupa, Luis, y mucho.

Luis inicia la ofensiva vaciando su copa y absorbiendo una intensa calada de su recién encendido cigarro.

–Luis: No intentes engañarte, Silvia es excusa, lo que ocurre es que temes por ti, no aceptas que los demás rechacemos tu modélico mundo sin fisuras, el perfecto equilibrio del orden social: pareja, por supuesto heterosexual, familia, y religión –cruza los dedos–. Reconócelo Laura; te asusta nuestra forma de ser, te da miedo que exista la posibilidad de que llegue un día en el que pienses como nosotros y se derrumben ante ti tus ideales –Laura hace un amago de protesta, pero Luis lo corta de inmediato y prolonga sus palabras–. Nosotros nos hemos convertido en un problema para ti y por eso te preocupas por Silvia, porque quieres que deje de ser como es para ser como tú. Joder... ¿No te das cuenta de que ella nunca será como tú? ¿No puedes entender que al mirarse al espejo ella contemple a otra Silvia diferente a la Laura que tú quieres ver? La cuestión es muy simple: Silvia es feliz a su manera, y tú no eres capaz de asumirlo.
–Laura: (con cuidadoso desprecio) Silvia es mi mejor amiga. No sabes lo que dices.

Luis asiente con la cabeza mientras retrocede frente a Laura (el vaso vacío en una mano, y en la otra el cigarrillo a punto de consumirse) en dirección al resto del grupo.

–Laura y Belén– (sentadas en el banco)

–Belén: ¿Qué te ocurre? Pareces ausente.
–Laura: Nada... Pensaba en Luis: siempre termino cansada de escuchar sus palabras, y repitiéndome que no me volverá a suceder, que ha sido la última vez que intento entablar una conversación con semejante personaje, pero no, parezco idiota, y vuelvo a caer en su trampa.
–Belén: Haz como yo que apenas le hago caso.
–Laura: Ya. Sin embargo Silvia le aprecia. ¿Por qué?
–Belén: Porque en el fondo los dos son tal para cual. No te preocupes por ellos.
–Laura: (recuperando su amable sonrisa) Tienes razón. Por cierto... ¿Sabes que estoy tanteando la posibilidad de irme a vivir con Rafa?
–Belén: ¿Sin campanas de boda? Menuda sorpresa.
–Laura: Y todo porque él lo considera como premisa necesaria para llegar al matrimonio. ¿Por qué? –se encoge de hombros y mira hacia el suelo.

–Silvia y Rafa– (apartándose de los demás)

–Rafa: (observando de lejos a Laura) No sé lo que hacer.
–Silvia: Lógico. Primero debes aclarar tus ideas para luego decidir. Empecemos de nuevo la ronda de preguntas y, por favor, tómate el tiempo que quieras pero responde con una única palabra que describa con exactitud lo que sientes. ¿De acuerdo?
–Rafa: Sí –respira hondo y se concentra ante las preguntas de Silvia– Cuando quieras.
–Silvia: ¿Cómo definirías a Laura?
–Rafa: Previsible.
–Silvia: ¿Dicho de otra forma?
–Rafa: Transparente.
–Silvia: Muy bien. ¿Físicamente?
–Rafa: Agradable.
–Silvia: ¿Lo que más te molesta de ella?
–Rafa: Su ingenuidad.
–Silvia: ¿Y lo que más te atrae?
–Rafa: (lo piensa despacio, hace un esfuerzo por razonar, y al final responde con ardiente desgana) Lo mismo.
–Silvia: Ahora define su postura ante el sexo.
–Rafa: Sumisa –pero al instante corrige su respuesta–. Perdón, rectifico: pasiva.
–Silvia: Piénsalo bien antes de contestar porque de lo contrario todo esto no sirve para nada. La idea es que proyectes en tu cabeza mi pregunta hasta encontrar una palabra que identifiques con total seguridad como respuesta. ¿Lo has comprendido?
–Rafa: Sí. Continúa.
–Silvia: ¿Te gusta que sea pasiva?
–Rafa: Depende.
–Silvia: Entonces cambio la pregunta. ¿Cómo desearías que fuera en la cama?
–Rafa: (haciendo un esfuerzo introspectivo) Variable.
–Silvia: De otra forma.
–Rafa: Ilegal (Silvia se ríe y él hace lo mismo)
–Silvia: ¿Y eso qué significa? ¿No puedes precisar?
–Rafa: No es fácil en una sola palabra, pero tú ya me entiendes.
–Silvia: No. Cambia tu respuesta.
–Rafa: ¿Informal?
–Silvia: Mejor. ¿Cómo ves tu futuro con Laura?
–Rafa: Lejano.
–Silvia: ¿Y el presente?
–Rafa: Confuso.
–Silvia: ¿Pasado?
–Rafa: Imperfecto.
–Silvia: Vamos avanzando. Si continúas con ella... ¿cómo te sentirías?
–Rafa: (vagamente sorprendido) Infeliz.
–Silvia: ¿Y ella?
–Rafa: Supongo que lo contrario.
–Silvia: Entonces la idea de dejarla te produce...
–Rafa: Temor.
–Silvia: De otra forma.
–Rafa: Culpabilidad.
–Silvia: ¿Qué cambiarías en vuestra relación?
–Rafa: El compromiso.
–Silvia: ¿Te arrepientes?
–Rafa: Sí.
–Silvia: Llegamos al final. ¿Qué sientes por Laura?
–Rafa: (intentando sin éxito encontrar otra palabra) Cariño, sólo cariño.
–Silvia: Punto y final.
–Rafa: Entonces...
–Silvia: La decisión es sólo tuya: o decides vivir tu propia vida, o aceptas la que Laura te ofrece. La decisión es sólo tuya.
–Rafa: No sé lo que hacer.
–Silvia: No empecemos.

–Luis y Pablo– (al lado de la farola, ajenos a todos y en parte hasta de ellos mismos)

–Pablo: Las leyes siempre estarán por detrás del delito.
–Luis: Todo juego encierra su trampa.
–Pablo: Y el control es necesario pero no siempre suficiente.
–Luis: El hombre necesita una conciencia limitada.
–Pablo: Más bien accesible a su propia comprensión.
–Luis: ¿No es lo mismo?
–Pablo: Yo ya no sé qué pensar.
–Luis: ¿Y prefieres que lo hagan por ti?
–Pablo: ¿Quiénes?
–Luis: La sociedad, por supuesto.
–Pablo: Ser libre, esclavo, o término medio.
–Luis: Sólo existirá justicia cuando la justicia no exista.
–Pablo: La balanza es ciega...
–Luis: ...Y pesa por igual un kilo de hierro que un kilo de lana. Sin embargo un millonario no equivale a un mendigo.
–Pablo: La teoría afirma lo contrario: Todos los hombres...
–Luis: No creo en la igualdad, pero sí en la equivalencia.
–Pablo: En forma de Revolución, imagino.
–Luis: ¿Quién eres tú?
–Pablo: Para Silvia un farsante, para ti simple incógnita, y para Belén promesa.
–Luis: ¿Quién eres tú?
–Pablo: Fui un soñador. Sólo eso.
–Luis: ¿Y ahora?
–Pablo: Demasiadas preguntas. La respuesta no importa.
–Luis: Necesito saberlo.
–Pablo: ¿Por qué te interesa?
–Luis: Por Silvia.
–Pablo: Entonces te diré lo que soy: el recuerdo de un olvido.

Saborean el whisky y permanecen callados un instante, el tiempo necesario para viajar por un mundo donde el caos prevalece en armonía con la paz, descontrol de la palabra y libertad de las ideas, contraste de una luz en plena oscuridad.

–Pablo: ¿Qué hay exactamente entre vosotros?
–Luis: ¡Protesto! Señoría...
–Pablo: El abogado soy yo.
–Luis: Mi Juez se presenta ante tus ojos –señala hacia el vacío y Pablo saluda al humo de un cigarro–. La carga de la prueba recae sobre el silencio.
–Pablo: La he perdido para siempre, lo sé, y me declaro culpable.
–Luis: Yo no soy tu rival. Lo siento.
–Pablo: ¿Es feliz?
–Luis: Contigo lo fue. De eso estoy seguro.
–Pablo: Pero ahora...
–Luis: Entre Silvia y yo es diferente. Tampoco soy tu sustituto.
–Pablo: ¿Entonces?
–Luis: Te olvidas de Belén. Habla con ella.

–Silvia y Belén– (aprovechando un momento de soledad)

–Belén: Las cosas claras. Dejémonos de hipocresías.
–Silvia: (con claro sarcasmo) Si tú puedes yo también.
–Belén: Te voy a ser franca: si en el fondo aprecias a Pablo, aléjate de él, déjanos en paz, y haz con tu vida lo que quieras.
–Silvia: Te ciega la inseguridad.
–Belén: Sólo deseo lo mejor para nosotros.
–Silvia: Cambia al singular.
–Belén: ¿Por qué? Aunque no quieras aceptarlo es así: nosotros, Pablo y yo, juntos.
–Silvia: No quieres razonar, de nuevo las dudas te impiden verlo claro: que seáis muy felices.
–Belén: Sin ti.
–Silvia: No empecemos.

–Laura y Rafa– (sentados en el banco)

–Laura: ¿Te ocurre algo? Apenas me has dirigido la palabra en toda la noche.
–Rafa: Lo siento. Tenemos que hablar.
–Laura: Ya le he dicho a Belén que estoy a punto de aceptar tu oferta.
–Rafa: ¿A qué te refieres?
–Laura: A irme a vivir contigo. ¿A qué si no?

Los ojos de Laura se clavan sobre los de él en actitud interrogante, y Rafa reacciona con un gesto inexpresivo, acaso como muestra de resignada sumisión.

–Rafa: Ha pasado tanto tiempo...
–Laura: ¿Y bien?
–Rafa: Nada. No importa. Luego hablamos.
–Laura: (confusa y preocupada) Como quieras.

–Pablo y Belén– (aparte en el extremo del banco)

–Belén: Silvia me preocupa. No entiendo su forma de ser.
–Pablo: Ella siempre será un misterio para todos. Sospecho que ni ella misma es capaz de comprenderse.
–Belén: ¿De verdad piensas eso?
–Pablo: (arrepentido) No sé, la conozco hace diez años y siempre fue proclive a la confusión y enfrentamiento de ideas, ausencia de proyectos, temor al futuro, angustia existencial, tal vez inmadurez o justo lo contrario, puede ser que haya definido su personalidad de una forma que en el exterior no encuentra correspondencia y de ahí su desinterés y apatía por todo lo real y cercano, por el día a día, el tiempo que avanza y no le ofrece respuestas... No sé.
–Belén: (indiferente) Todo eso es secundario. Yo la considero una persona autodestructiva, y temo que os arrastre con su angustia.
–Pablo: ¿Cómo puedes decir eso?
–Belén: ¿Y tú? ¿Por qué te interesa tanto Silvia?
–Pablo: Porque más allá de su infierno personal es una mujer estupenda, sensible, inteligente, libre de ataduras morales, sincera a más no poder, y sobre todo, no lo olvides, alguien fundamental en mi vida: mi pasado.
–Belén: Tú lo has dicho: el ayer es el ayer.
–Pablo: Sí –sus ojos se nublan de alcohol–. ¿Tú crees en Peter Pan?
–Belén: Déjate de tonterías y no bebas más. ¿Queda mucho para irnos?

–Silvia y Luis–

La botella vacía. Rafa y Laura besándose. Pablo y Belén sentados en el banco sin decir palabra alguna, mirando al vacío, esperando a que Silvia termine su copa y Luis se fume el último porro en el parque. Ellos, apoyados en un árbol, contemplan el horizonte y exteriorizan lo que ven.

–Silvia: Mírales, dobles parejas, y van de farol, cada uno no es del todo sincero con el otro y ambos lo consienten, se vendan los ojos para no ver, me dan náuseas, Luis, son esclavos de la soledad.
–Luis: Su relación es una farsa, abajo las caretas, por fuera de una forma y por dentro otra distinta, carnaval, títeres hipócritas de un guiñol incognoscible, disfraces, apariencia, y al desnudo esqueletos vacíos. ¿Alguien da más?
–Silvia: (abrazándose a él que sostiene como puede el papel entre sus manos) No permitas que a nosotros nos ocurra lo mismo, por favor, no podría soportarlo.
–Luis: (se deshace del abrazo y la besa con dulzura) Nunca seremos como ellos.
–Silvia: ¿Y entonces qué somos?
–Luis: Libres, sin compromisos ni obligaciones, sin ningún interés por camuflar sentimientos sobre la base de falaces excusas de herirnos o dañarnos si somos sinceros el uno con el otro. ¿Comprendes? Nos aceptamos como somos con todas las consecuencias, y eso no es fácil. Tú y yo somos libres.
–Silvia: Sin embargo a veces creo que tú me ocultas algo como yo a ti también. A veces creo que nos une la necesidad del reflejo y a la vez nos separa la imagen reflejada, no sé, como si en el fondo sólo fuéramos consuelo y resignación, apoyo mutuo en un mundo sin sentido.
–Luis: (intercambian la copa y el porro) Ya sabes que no podría estar sin ti como tampoco puedo estar realmente contigo. Ya sabes cómo soy.
–Silvia: No empecemos.

Se juntan con el resto del grupo y recogen las botellas, los vasos, y los hielos que borran en un contenedor las huellas de su presencia en el parque. La farsa continúa.

II–Una calle sin nombre en la noche de Madrid:
Una calle cortada, oscura, solitaria, y estrecha. De izquierda (principio) a derecha (final) sólo pared gris monótona, un par de farolas sin luz, estropeadas, y varias papeleras en el suelo describiendo soledad y abandono. Al extremo final de la calle la puerta de un bar anunciado bajo un letrero luminoso que parpadea en desequilibrio propicio color sangre la palabra “Infierno” que choca frente a un muro inundado por grafitis desnudos de interés que provoca ante la vista un extraño sentimiento de comunión instantánea ante la noche y el caos.

El grupo se enfrenta a la calle en sucesión aleatoria. El primero en llegar al “Infierno” es Luis que no mira hacia atrás y cierra la puerta ante la mirada perdida de Belén (que ansía escapar cuanto antes de allí para volver a su amenazado Paraíso tan lejano aquella noche de locura y descontrol) y el rostro monocorde y ausente de Rafa y de Laura que abren de nuevo el “Infierno” para entrar junto a Belén cómplices de una pesadilla común y diferente en cada uno de sus sueños.

En medio de la calle Silvia se apoya en la pared mientras Pablo serpentea entre las sombras hasta acercarse a su lado y ofrecerse como ayuda para llegar al “Infierno”. Silvia realiza un esfuerzo para retomar el control de sus actos cercanos al límite de la inconsciencia entre arcadas prolongadas y movimientos oscilantes de continuo balanceo cuando Pablo se detiene frente a ella y los dos al tropezar se sientan en el suelo para afrontar la soledad de su pasado.

–Silvia: (después de resoplar varias veces y realizar numerosos espasmos con la intención de desprenderse, como si realizara un exorcismo, de todo el humo y el alcohol que gobernaba su cuerpo hace un instante) Ya estoy mejor, mucho mejor. Prometo abstinencia durante el resto de la noche o al menos hasta que pueda decidir por mi misma, con plena libertad, continuar el viaje hacia el final del abismo.
–Pablo: (dominando el trabalenguas de su voz) Silvia, Silvia... ¿Por qué tanto vacío? ¿Por qué descender hacia el infierno y no ascender al purgatorio? ¿Qué nos ha pasado?
–Silvia: No empecemos.
–Pablo: Por favor no interrumpas mi delirio. Por primera vez en mucho tiempo vuelvo a ver, recupero la memoria, y te persigo, añorada Alicia secuestrada por la realidad, detrás del espejo en un mundo lejano de fantasía e ilusión –Silvia sonríe y juntan sus manos intentando descifrar el mensaje invisible de su confuso porvenir–. He recuperado mi nombre y ahora sé lo que he sido aunque no pueda reconocer lo que soy. ¿Cómo he podido alejarme de ti?
–Silvia: (sus palabras describen en el aire diferentes caminos de ternura y soledad) No, Pablo, no, y no. Tú no eres consciente de lo que dices, y en el fondo me haces daño, Pablo. No puedes volver a ser el que eras antes, por mucho que lo intentes, porque sólo volverías a ser el recuerdo de la persona que fuiste y los recuerdos, aunque tratemos de negarlo, no pueden existir sin el olvido. Tú has olvidado quién eras y ahora pretendes convencerte de que recuerdas quién fuiste. No, Pablo, no. Nunca podremos volver al ayer.
–Pablo: (aprieta con fuerza la mano de Silvia, y su mirada es oración, ruego, y plegaria a la vez) ¡Intentémoslo! Permíteme demostrarte que querer es poder. Silvia... Peter Pan siempre será un niño pese a los años que transcurran.
–Silvia: (separando su mano de la mano de Pablo) Ni yo soy Alicia ni tú eres Peter Pan. ¿No te das cuenta? Todo ha cambiado, todo, y es inútil girar al revés las manecillas del tiempo y de los sueños. Fuimos lo que fuimos y no hay vuelta de hoja, ya todo se perdió en el agujero del pasado, ya todo terminó. Dejemos a los muertos que descansen en paz.
–Pablo: ¿Y entonces qué nos queda?
–Silvia: (en voz baja, susurrando emociones de difícil traducción) La nostalgia, Pablo, la nostalgia; los olvidos y recuerdos; las cicatrices y las heridas; la piedad; la compasión... Nos queda la vida. Nos queda el silencio.
–Pablo: Todo fue culpa mía. ¿Por qué tuve que cambiar? ¿Por qué tuve que crecer? Pero aún no he dicho, aunque comprenda tu descrédito, mi última palabra.
–Silvia: Hace tiempo pronunciaste tu última palabra que fue adiós. ¿Por qué todo es tan difícil?
–Pablo: Ayúdame para volver a ser el que era antes.
–Silvia: (agazapada entre las sombras, apoyando sus manos sobre sus pies formando un ovillo con la cabeza sobre el regazo como escondiéndose del mundo) Imposible, Pablo, y no estás hablando en serio: tú no quieres ser otro, tú no puedes ser otro, no te engañes.
–Pablo: Sin embargo...
–Silvia: No empecemos.

Belén, nerviosa y confusa ante la prolongada ausencia de Pablo, sale del “Infierno” y sin mirar a Silvia ayuda a Pablo a levantarse del suelo, y le conduce al local seguidos los dos por una Silvia que disimula sus lágrimas ante el enorme vacío que siente dentro de su credo interior.

III–El infierno:

A la izquierda del escenario una amplia barra de madera (en ocasiones carcomida) sobre la que descansan una hilera de nombres tatuados y apenas legibles debido a la cera que corroe sus firmas procedente de una serie de velas (en forma de personajes de la Biblia) siempre encendidas irradiando un fuego capaz de cegar la memoria.
Dentro de la barra se encuentra un sencillo aparato de música, la máquina registradora, los grifos y toneles de cerveza, y las estanterías de botellas y de vasos, aparte del resto de mobiliario imprescindible que permanece más o menos alejado de la vista del público como la cámara frigorífica o el decrépito e inservible fregadero. A continuación un pasillo escoltado a ambos lados por diferentes sillones apenas visibles en la semioscuridad roja–negra del ambiente a medida que la música se hace cada vez más presente a un elevado volumen, y la gente se amontona sobre un enorme círculo como pista de baile cuyo interior muestra un anagrama de triángulos superpuestos en contraria dirección.
Todos desentonan en el Infierno salvo Luis y Silvia que, a diferencia de sus amigos, no parecen extraños comensales en un espectáculo al que acuden sin previa y consentida invitación.

–Belén: ¿Se puede saber qué hacemos aquí? El calor es agobiante, y la música horrorosa, por no hablar de la gente que no sé de dónde habrá salido –su rostro revela desprecio y repulsión.
–Pablo: (sin dirigirse a Belén y aún así a voz en grito) ¡Ahora por fin sé quién soy!
–Luis: (que saluda al camarero y pide una ronda para todos) Bienvenido, entonces, abogado, a las tinieblas.
–Laura: Yo estoy con Belén –sus ojos asustados no encuentran la luz entre tanta oscuridad–. Dios mío, Silvia... ¿Tú vienes mucho por aquí?
–Silvia: Sólo a veces y siempre con Luis. Por cierto; el otro día me encontré con Virgilio que aún buscaba a su Beatriz.
–Rafa: Si Dante levantara la cabeza...
–Luis: Pues yo se la cortaría de cuajo. No lo dudes. Beatriz... ¿Dónde estás?
–Pablo: (sudando feliz su fugaz metamorfosis) Beelzebub, Satanás, Lucifer...
–Belén: ¡Déjate de tonterías! ¿Y mi rosa?
–Pablo: Me la tragué, pero no sangró mi garganta. La muy puta no tenía ni una espina.
–Laura: Quiero irme.
–Rafa: Antes tenemos que hablar.
–Belén: Se acabó, Pablo. Ya es hora de sentar nuevamente la cabeza.
–Silvia: (dirigiéndose a Luis al oído) Todos se quitan la máscara y se muestran tal como son. ¿Y tú –le acusa indiferente– a qué esperas?
–Luis: Tú eres mi única máscara –besa a Silvia en la boca y a continuación se muerde los labios–. ¿No has visto a Beatriz?
–Pablo: (testigo del beso se derrumba en los brazos de Belén) Me merezco este infierno que ahora sufro. Por favor, no permitas que me salve.
–Belén: (asumiendo el control de su esclavo acompañante) Tranquilo, Pablo, tranquilo, estoy aquí a tu lado y nada te va a ocurrir, vámonos y olvidemos para siempre esta absurda pesadilla.
–Pablo: Pero yo...
[b]–Belén: No digas nada. Silencio, silencio...
–Silvia:[/b] (gritando a unos metros de distancia) Adiós, Pablo, para siempre adiós Peter Pan.

Pablo desaparece lentamente dejándose llevar por Belén con los ojos cerrados y con sus manos tapándose los oídos mientras niega con la cabeza las palabras de Silvia.

–Laura: ¿Qué ocurre? Tengo un mal presentimiento.
–Rafa: No quiero hacerte daño.
–Laura: No sigas. Mejor cállate.
–Rafa: No puedo. Lo he intentado y es inútil. No hay nada entre nosotros.

Luis detiene su mirada y su vista descubre a Beatriz, una joven de ojos azul claro, profundos, larga y lisa melena rubia, y de apenas quince años con aspecto virginal que vestida de blanco muestra en transparencia la desnudez de su cuerpo esperando la presencia de Luis dentro del círculo de la eterna perdición.

–Silvia: Ahí tienes a Beatriz. ¿Por qué, Luis, me haces esto?
–Luis: Ya lo sabes.
–Silvia: Quiero oírtelo decir.
–Luis: Los dos somos iguales, y yo no puedo estar con alguien como yo.
–Silvia: Quiero la verdad.
–Luis: No existe la verdad.
–Silvia: Pero ella es una niña.
–Luis: La niña que tú fuiste.
–Silvia: La niña que ya es una mujer.
–Luis: Yo seré quien lo descubra. ¿Aún no comprendes quién soy?
–Silvia: Los dos somos iguales.

Laura, con los ojos heridos por las lágrimas que aún no ha derramado, sale del Infierno mientras Rafa continúa explicándole al vacío la verdad de lo que siente como si en realidad sólo hablara para él.

–Rafa: ¿Cómo he llegado a este punto? Ahora soy libre, y, sin embargo, estoy en el Infierno. Culpable sin posible perdón. ¿Por qué es tan difícil afrontar la verdad?

Luis se dirige a Beatriz repitiendo en su cabeza involuntariamente los acordes de “La chica de ayer”. Silvia, compartiendo su soledad con Rafa, carga un canuto mientras observa a lo lejos, dentro del círculo, cómo Luis y Beatriz se transfiguran ante sus ojos en una sola persona con la imagen del Ángel Caído.

–Silvia: “Demasiado tarde para comprender... –expulsa el humo sobre el fatigado rostro de Rafa– ...chica vete a tu casa no podemos jugar... –ni antes, ni ahora, ni nunca: siempre– ...mi cabeza da vueltas persiguiéndote”.
–Rafa: (vulnerable y destruido, cercado ante el recuerdo que pronto será olvido de Laura) Perdí lo que no era mío, lo que no quería tener. He ganado lo que no puedo alcanzar.
–Silvia: (interesada en las palabras de Rafa termina de cantar en su interior la melodía de un pasado inalcanzable) ¿Te refieres a la muerte?
–Rafa: No. Sólo hablaba de la puta libertad.
–Silvia: (reprimiendo un bostezo acusador) Nadie es del todo libre porque en parte somos todos esclavos.
–Rafa: Puede ser. Sin embargo Pablo y tú...
–Silvia: No empecemos.

Luis baila en el círculo con Beatriz. “Danzad, danzad, malditos”. Rafa se despide de Silvia que, sola en el Infierno, acepta la presencia de un desconocido a su lado como encuentro inevitable para alcanzar el final de otra noche que siempre se repite. Siempre.

–Un desconocido: Te he estado observando desde que entraste en el Infierno. ¿Puedo saber cómo te llamas?
–Silvia: (sonriendo) Para ti no tengo nombre.
–Un desconocido: Mejor. ¿Te apetece tomar algo?
–Silvia: Lo que quieras.
–Un desconocido: Bien –y susurrando en voz baja de manera que Silvia no llegue a descifrar el contenido de su voz–. Tú has sido la elegida.

Luis sale del círculo seguido de Beatriz, sin mirar hacia atrás como hizo Orfeo con su Eurídice, hasta llegar al rincón donde Silvia conversa con un desconocido. Al instante, después de las obligadas y respectivas presentaciones, Luis y Silvia hacen un hueco para decirse las palabras que necesitan pronunciar.

–Luis: Ya se han ido todos. Sólo quedamos tú y yo.
–Silvia: ¿Por qué siempre vuelves?
–Luis: Nunca me he marchado. No lo olvides.
–Silvia: Pero siempre estás tan lejos...
–Luis: ¿Qué pasó con Pablo?
–Silvia: Lo que tenía que ocurrir –hace una pausa buscando en su interior las palabras precisas–. Pablo sólo es realidad. ¿Qué pasará con Beatriz?
–Luis: ¿Aún no lo imaginas?
–Silvia: Sí. Pero no pienso llorar.
–Luis: Compréndelo; al fin y al cabo es de ti de quien estoy enamorado, y siempre lo estaré.
–Silvia: Confundes necesidad con amor.
–Luis: ¿Y acaso no es lo mismo?
–Silvia: Imposible. El amor sin deseo no es amor.
–Luis: Te equivocas. Precisamente apartando al deseo se alcanza el amor.
–Silvia: No empecemos...
–Luis: Se hace tarde. Me iré con Beatriz. No volveremos a verla.
–Silvia: Hasta que conozcas a otra. Todas son Beatriz para ti.
–Luis: Menos tú. Yo soy la puta y tú eres mi chulo. ¿Y ése –señalando al desconocido– quién es?
–Silvia: Alguien sin nombre. Un presente que será pronto pasado. No lo sé.
–Luis: Hasta pronto, princesa, y recuérdalo siempre.
–Silvia: (cerrando los ojos) ¿El qué?
–Luis: (abraza a Silvia y susurra a su oído) Mi mundo termina en ti –coge su mano y deja sobre ella una bolsita de plástico donde, envuelta en papel plateado, descansa una pastilla azul con forma animal.

Luis y Beatriz salen cogidos de la mano del Infierno cuando Silvia abre los ojos, y mirándoles marchar reproduce la imagen olvidada en su memoria de otra niña que vivió junto a Pablo lo que Luis ahora desea revivir.

Fin del Segundo Acto
"He visto tu cara ardiendo en un lienzo de agua, y me he sumergido en un sueño sin poderte tocar, formando un mosaico de sombras, buscando a ciegas lo que sé que no está."
R d M

Post by R d M »

vale,jaja,gracias,ske ya kempece a leerla nom puedo
kedar sin saber k pasa,la verda ske mesta gustando muxo,sta mu bien nen,asias x ponerla
saludos
RociMadalenas
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Post by RociMadalenas »

se me han puesto los pelos de punta, con eso creo q lo digo todo. ¿identidicación? ¿qué? ¿quién te lo ha chivado? :oops:
esperando el tercer acto me tienes.
por cierto, no te imaginas la de frases q haría mías... ufffff
Crawly

Post by Crawly »

Vaya, pensaba q no iba a poder leerme todo

Oye tio, son unos dialogos realmente buenos, me gusta mucho la atmosfera q creas, y como interactuan los personajes.

Q haces tu en la vida? algo relacionado con esto, o solo es pasatiempo?

Ya kiero leer el tercer acto, me esta gustando

Sigue asi
nindë
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Post by nindë »

Oye tu, q los pelos de punta, mi mi mira! jejeje.

Espero el 3 acto...
cronopio
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Post by cronopio »

Bueno, llegó la hora del "temido" final. Y por favor, los que lo leais ayudadme porque cuanto más lo pienso menos me convence, no creo que la interpretación del mismo esté muy clara (normal si no era el previsto) así que si me contais cómo interpretais vosotros el final os lo agradecería mucho :D

Rdm, grax por leerlo y espero que este desenlace no te decepcione, pero si es así no dudo que me lo dirás sin problemas ya que me interesa mucho tu opinión xDDD

Roci, de chivármelo alguien habrían sido tus versos sin duda, que son capaces de transmitir sentimientos "en vena" y mucho más imposible de describir con palabras. No dejes nunca, por favor, de escribir. Ahhh, y espero que lo de identificada sea por Silvia porque como sea por Belén... :evil: :evil: :evil: :P

Crawly, grax por tus palabras XD y no, en la vida no me dedico a esto ni a nada relacionado con esto profesionalmente hablando, pero ahora que lo pienso en parte sí que me dedico a ello ya que escribir para mí hasta ahora es por un lado pasatiempo pero por otro una "bendita" necesidad que espero que me dure mucho tiempo :D

Y nindë que recordando, corrígeme si me equivoco, tu edad, me he puesto a pensar que la Silvia con 15 años que aparece mencionada en la obra tiene que ser necesariamente alguien como tú :roll: Espero que al igual que ella no cambies, y que el Pablo-Luis de turno (por su bien) no sea tan imbécil como para perderte o traicionarte nunca xDD


Tercer acto

I–El callejón y la habitación de Luis (dual):

El escenario dividido en dos mitades separadas por un doble muro en el centro.
A la izquierda un callejón. El nombre de la calle “Paseo de la Soledad”. Una pared gris plomizo empapelada de carteles gastados hace tiempo. La débil luz de una farola a punto de fundirse. La entrada a un almacén cerrado con candado donde cuelga un cartel desdibujado que oferta la venta del local por medio de un número ilegible. Frente a él una furgoneta aparcada, vieja e inservible, donde apoyados sobre su capó Silvia y un desconocido intercambian palabras opuestas junto al rincón del silencio.

El doble muro separa las distancias.

A la derecha la habitación de Luis en un céntrico piso compartido con otros dos compañeros ausentes esa noche. Una cama pegada al muro y vertical al escenario. Junto a ella una mesilla de noche con un flexo, un amplio cenicero lleno de colillas, una caja de preservativos, un marco de cristal mirando al techo con la foto de Silvia cuando tenía quince años, sobre él un par de papelinas y un pequeño tubo descansando al borde del abismo, un paquete de tabaco, y un mechero color rojo. La pared llena de láminas de grupos musicales, carteles de conciertos, la imagen del Che, una bandera republicana, diversos slogans... “fuck all; fuck you; the system goes down”; “policía represión, estado de sitio”; “sexo, droga, y rock and roll”... una matrícula S–0690–IA, una minicadena de música con sus dos altavoces a ambos lados, una estantería de Cds, enfrente una mesa de estudio desordenada, una silla, y al fondo un armario cerrado al lado de la puerta mientras en la cama Luis y Beatriz forcejean desnudándose bajo las sábanas desprendiéndose de la ropa bajo los efectos de una inevitable pasión.

La escena se produce en ambas mitades del escenario de manera dual y veloz pasando de Silvia a Luis, y de Luis a Silvia en paralela cercanía y lejana realidad estableciéndose una metódica relación causa–efecto entre ambas situaciones.

–Silvia: (Luis y Beatriz al otro lado del muro prosiguen su lenta desnudez) ¿Dónde estamos? No veo por ningún sitio el local al que aludías.
–Un desconocido: ¿Y? Mejor imposible: ahora sí que estamos solos.
–Beatriz: (en ropa interior reprimiendo un instante los impulsos de Luis) ¡Apaga la luz!
–Luis: Ahora mismo –lo hace y aprovecha para coger velozmente un preservativo de la caja.
–Silvia: No quiero estar aquí. Me voy.
–Un desconocido: De eso nada. Todavía. No tienes dónde ir.
–Luis: (entre salvajes caricias y lucha desigual por imponer su dominio) Comienza el espectáculo.
–Beatriz: (confusa ante la visión del rostro desencajado entre las sombras de Luis) No, espera un poco, no...
–Silvia: (asustada intenta huir pero no puede porque el desconocido la empuja sobre el capó de la furgoneta) ¿Qué haces? ¡Déjame! ¡Hij...! –e intenta morder la mano que ahora tapa su boca mientras otra mano se introduce dentro de su ropa, forcejea con su sujetador, casi lo rompe, y comienza a desabrochar su pantalón cuando ella patalea y recibe varios golpes y se escapan en el Paseo de la Soledad gritos ahogados junto a resoplidos babeantes y gemidos de desenfrenada excitación.
–Un desconocido: ¡Perra! ¡Puta! ¿No era esto lo que buscabas? ¿No era esto?
–Beatriz: (tumbada sobre la cama con sus manos apretadas por las de Luis en la cabecera, y su rostro hundido entre el placer y el dolor que la invade) Con cuidado, más despacio, sigue...
–Silvia: ¡Cabrón! –desencajada y fatigada consigue golpear con furia los testículos del desconocido, y se sube con rapidez las bragas, y escapa corriendo del callejón sollozando ¿por qué?
–Luis: Silvia, Silvia... –bruscamente se detiene confuso y afligido ante su voz.
–Beatriz: ¿Quién es Silvia? ¿Por qué paras? ¿Qué te ocurre?
–Luis: Vístete. Tienes que marcharte.

El desconocido, recuperado del golpe, enciende un cigarrillo y lentamente conduce sus pasos lejos del Paseo de la Soledad.
Beatriz, sin comprender, se siente despreciada y en un breve intervalo de tiempo se marcha de la habitación mirando por última vez con frialdad hacia Luis que, sentado sobre la cama, no deja de observar la foto de Silvia y derrama una fina lluvia de soledad mientras repite varias veces “mi mundo termina en ti”.

–Luis: (ya solo y vestido) Ni contigo ni con nadie.

II–La aparición de las sombras: el fin de la noche (dual)

El escenario de nuevo dividido en dos mitades separadas por un muro.
A la izquierda Silvia deambula por el escenario andando sin avanzar, sin saber adónde ir en una profunda oscuridad apenas iluminada por un fondo de estrellas y de luna en plenilunio que aparece en las diversas imágenes de calles, subterráneos, y viaductos, que Silvia contempla en su confuso viaje hacia el fin de la noche para llegar a su casa.
A la derecha Luis, preocupado y expectante, intenta ordenar su camino recorriendo los lugares visitados aquella noche pasando de esta forma (como fondos del escenario que cambian a medida que aparece y desaparece de la escena) por el parque y el Infierno, y, cuando en la izquierda cambia el fondo, aparece a la derecha la misma calle y el mismo subterráneo por donde Silvia pasó hace un momento en teórica dirección hacia su casa donde espera por fin encontrarla.

–Como fondo un subterráneo (a la izquierda) y el parque (a la derecha)–

Oscuridad, vacío, y en el centro una cinta mecánica sobre la que tanto Silvia como Luis caminan sin avanzar situándose al final de cada cambio de fondo el uno enfrente del otro sólo separados por el muro.
Silvia al principio, nada más aparecer con la camiseta rota y por fuera, el rostro surcado de lágrimas y dolor, despeinada, saca la bolsita que le dio Luis en el Infierno y se toma la pastilla azul sin pensarlo ni un instante. Después sube sobre la cinta hasta llegar frente al muro divisorio cuando Luis aparece a la derecha, y entonces ella desaparece del escenario y Luis, buscando sobre el fondo del parque la imagen de Silvia, se sube sobre la cinta y camina y camina con la mirada perdida frente al muro repitiendo varias veces “mi mundo termina en ti”.
Cambio de fondo pero no de escenario.

–Como fondo una calle (a la izquierda) y el Infierno (a la derecha)–

La aparición de las sombras.

Silvia camina al principio de la cinta cuando surge en el centro la sombra de Laura, una visión, un holograma, con la imagen de su amiga vestida de juez bajo una seriedad abismal al perder para siempre su sonrisa.

–Silvia: ¿Quién eres? –más confusa que asustada–. ¿Laura?
–La sombra de Laura: (voz en off) Cada uno recoge lo que siembra.
–Silvia: ¿Acaso soy culpable de lo que me acaba de ocurrir?
–La sombra de Laura: Por supuesto que no. Tu única culpa es la ausencia de respuestas.
–Silvia: Habla por ti. Yo nunca me arrepiento.
–La sombra de Laura: Por tu culpa Rafa y yo lo hemos dejado.
–Silvia: No sabes lo que dices.
–La sombra de Laura: Te condeno, conmigo, a la eterna soledad.
–Silvia: No eres mi juez, si acaso mi fiscal, pero un fiscal corrupto en su propia miseria y su vacío.
–La sombra de Laura: La ley del silencio.
–Silvia: O el dogma de lo absurdo. Mi fantasía es más real que todas tus verdades juntas.
–La sombra de Laura: De nada te sirven los sueños. No tienes nada. Nunca encontrarás lo que buscas.
–Silvia: ¿Por qué dices eso?
–La sombra de Laura: Porque tú hace ya tiempo que dejaste de existir.
–Silvia: ¡Mentira!
–La sombra de Laura: Por más que lo niegues tú sabes que es cierto. Te condeno, conmigo, a la eterna oscuridad.
–Silvia: Como quieras. Pero exijo mi defensa. Exijo un abogado.
–Luis: (que seguía caminando a la derecha del escenario sobre la cinta frente al muro) ¿Dónde estás?

Silencio. Desaparece la sombra de Laura. Silvia avanza a la mitad de la cinta. Luis prosigue su búsqueda (“mi mundo termina en ti”) y entonces aparece al lado del muro de la izquierda la sombra de Pablo que no es más que la imagen de un anciano y vencido Peter Pan.

–La sombra de Pablo: (voz en off) Aquí estoy
–Silvia: No puede ser. ¿Pablo?
–La sombra de Pablo: El mismo, o eso creo.
–Silvia: (con emoción en su voz; con los ojos heridos) ¿Tú eres mi abogado?
–La sombra de Pablo: Ya no sé ni quién soy. Al perderte olvidé mis recuerdos y me transformé en una sombra que te busca sin éxito para recuperar el amor.
–Silvia: ¿Por qué?
–La sombra de Pablo: Sólo tú puedes coserme a mi cuerpo. Sólo tú puedes hacer que recupere mi imagen, la imagen de un sueño que no será realidad por tu culpa.
–Silvia: ¿Mi culpa? Antes Laura...
–La sombra de Pablo: ¡Mírame! ¿A quién me parezco?
–Silvia: Sin duda a Peter Pan. Sin embargo...
–La sombra de Pablo: Lo sé. Viejo y vencido. Esta es mi vida sin ti.
–Silvia: Fuiste tú el que cambiaste, quien dejaste de ser lo que eras, fuiste tú quien me dejó para empezar otra vida diferente sin mí.
–La sombra de Pablo: No te excuses. Sólo dime una cosa: ¿Encontraste lo que buscabas?
–Silvia: ¿A qué te refieres?
–La sombra de Pablo: ¡Ni siquiera lo sabes! ¿Comprendes ahora por qué me alejé de tu lado?
–Silvia: No es justo. Yo soy como soy, y siempre he sido así. Yo nunca cambiaré.
–La sombra de Pablo: Porque tú ya no existes, hace tiempo que dejaste de existir.
–Luis: ¿Dónde estás?
–Silvia: Te exijo una respuesta.
–La sombra de Pablo: Primero formula la pregunta.
–Silvia: No puedo. Una pregunta siempre es origen de otra, siempre, en una cadena infinita imposible de romper.
–La sombra de Pablo: Si quisieras yo sería de nuevo el verdadero Peter Pan, y todo volvería a ser como era antes.
–Luis: ¿Dónde estás?
–Silvia: ¿Cómo?
–La sombra de Pablo: Formula una pregunta: la única posible.
–Silvia: No puedo –gritando desconsolada–. No es justo. ¿Por qué?
–La sombra de Pablo: Porque tú, lo mismo que yo, hace tiempo que no existes.
–Luis: Mi mundo termina en ti.

Desaparece la sombra de Pablo. Silvia avanza hasta situarse frente al muro donde, al otro lado del escenario, Luis se encuentra junto a ella y a la vez separado en la distancia.
Cambia el fondo al mismo tiempo.

–Como fondo un viaducto (izquierda) y un subterráneo (derecha)–

A sus espaldas aparecen dos sombras de una misma persona, Silvia, pero ella sólo habla con su sombra sin atreverse a mirarla, y Luis no es consciente de que lo que busca (la imagen de Silvia) está detrás de él en forma de holograma.

–La sombra de Silvia: (la imagen de la muerte: su voz en off, monocorde, sin tono, sin emociones; muerta) ¿Sabes quién soy? –y cada vez que habla la sombra desaparece y vuelve a aparecer de espaldas a Silvia aunque su voz se escuche siempre proceder del mismo sitio: la nada.
–Silvia: (mirando hacia el suelo) ¡No quiero verte!
–La sombra de Silvia: Es igual. Lo importante es que me escuches, que te escuches a ti misma mejor dicho. ¿No querías encontrar una Respuesta?
–Silvia: Dentro de mí.
–La sombra de Silvia: Por supuesto. ¿Y bien?
–Luis: ¿Dónde estás? –aparece a su espalda la sombra de Silvia, la imagen de Silvia cuando tenía quince años.
–Silvia: No hace falta.
–La sombra de Silvia: Entonces...
–Silvia: Sí: ya conozco la Respuesta.
–Luis: ¿Dónde estás?
–La sombra de Silvia: ¿Cuál?
–Silvia: Hace tiempo que no existo.
–La sombra de Silvia: Hace tiempo que dejamos de existir.
–Silvia: Aún me queda una pregunta; sólo una.
–La sombra de Silvia: ¡Dime!
–Silvia: Laura, Pablo, Tú... ¿Por qué Luis no ha aparecido? ¿Y su sombra?
–Luis: ¿Dónde estás?
–La sombra de Silvia: Intuyo que sabes la razón: Luis no tiene sombra.
–Luis: Mi mundo termina en ti –y vuelve al principio de la cinta.

Cambia el fondo de la derecha del escenario (una calle) mientras se apaga la débil luz que existía. Fin de la escena.

III–Lento amanecer al borde del abismo:

Sólo un escenario en forma del viaducto del fondo anterior. De izquierda a derecha una cornisa en obras, un andén de fina tierra paralelo a la cornisa, y tanto al principio como al final del andén unas escaleras que bajan varios metros hacia una plaza perdida en la distancia, y a continuación, también paralela a la cornisa y al andén, un quitamiedos y las líneas de una carretera.

Suena una canción que procede del alma de Silvia: “Princesa”

Silvia se sube a la cornisa y camina balanceándose sobre ella mientras tararea el estribillo.

“Ahora es demasiado tarde princesa; búscate otro perro que te ladre princesa; ahora...”

La última sombra: el Viejo tal y como es. (Se detiene la música)

–La sombra del Viejo: Princesa, princesa... ¿Qué vas a hacer?
–Silvia: Yo no soy tu princesa. Hace tiempo que no existo.
–La sombra del Viejo: No digas eso. ¿No comprendes que existir sólo depende de los sueños?
–Silvia: ¡Absurdo!
–La sombra del Viejo: Yo, gracias a ti, sueño que existe mi princesa, y, gracias a ti, la recupero.
–Silvia: ¿Y a mí que me importa? –casi pierde el equilibrio.
–La sombra del Viejo: ¿No sabes quién eres?
–Silvia: Hace tiempo que no existo.
–La sombra del Viejo: Nunca es tarde para volver a nacer, princesa.
–Silvia: Y siempre es pronto para morir.
–La sombra del Viejo: Tal vez en un sueño. Sin embargo...
–Silvia: En realidad tu princesa murió. Yo sólo soy su recuerdo.
–La sombra del Viejo: Contigo no existe el olvido.
–Silvia: Pero sí la eterna soledad –se detiene y contempla el abismo con los brazos en cruz.
–La sombra del Viejo: ¡No saltes, princesa!
–Silvia: ¿Por qué?
–La sombra del Viejo: No soy el único que te busca. No soy el único que te ofrece otra Respuesta.
–Silvia: ¿Qué dices?
–La sombra del Viejo: Siempre serás mi princesa. Y la suya.
–Silvia: ¿Luis?...

Absoluta oscuridad. No se ve nada. Sólo se escucha el frenazo de un coche y el grito de la sombra del Viejo: “Princesa”.
Vuelve la luz y no hay rastro de Silvia. Sólo sus huellas sobre el andén.
Luis aparece y se asoma al viaducto. Grita ¡Silvia! varias veces y baja corriendo las escaleras. Suena la música y una voz infantil que canta “Tengo una muñeca vestida de azul” junto a las palabras lejanas y emocionadas, felices, de Luis: “Mi mundo termina en ti; princesa”.

FIN
"He visto tu cara ardiendo en un lienzo de agua, y me he sumergido en un sueño sin poderte tocar, formando un mosaico de sombras, buscando a ciegas lo que sé que no está."
R d M

Post by R d M »

weno,akabo d leer l final,y no se xq dices kiba a decepcionar l final..t soy sincera yt digo kma emocionao,no se si era la kancion keskuxaba d fondo mientras leia(gutuna d ken7)los paralelismos d los personajes kon gente q yo konozko y las deja vus ke tenido mientras leia,ok sta realmente bien,supongo kes mezkla d todo.

pues eso nen,kno ma decepcionao para nada,aunq ya m lo esperaba,pero eske es ley d vida,nom gustan las kosas kon final feliz,xq l final feliz solo existe n los kuentos,mientras klos finales tragikos son los k dejan huella,xq son los ke nos rodean,silvia tenia k morir,al fin y al kabo...una princesa?nunka m krei la istoria dk la princesa se kasa kon el principe y komen perdices,dnd sta la gracia?l verdadero amor no es eld las parejs perfektas,sino el k no se puede komprender ni yevar a kabo y termina apagandose d golpe,n ardiendo lentamente komo diria mi amigo kurt kobain jaja

weno lo dixo,k ma parecio mu bien,pa la ambientacion k tiene =man parecio unos dialogos demasiao profundos y trascendentales,pero weno,supongo q asi kontrasta,asiq k enorawena,kesta mu bien y gracias x ponerla,kma molao muxo.

pd:m kedo kon esta frase:
-Mi fantasía es más real que todas tus verdades juntas.

nga nen,saludos duna d tus lektoras y a x la segunda obra!!xDD
Jose
fitipaldi implicado
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Post by Jose »

me ha gustado mucho.
Supongo que mucha gente se habra visto reflejada, y nada que te felicito por la wena expresion que has tenido en las maneras de pensar de la sociedad.
Hay frases muy wenas
plas plas plas plas (aplausos)


un saludo
..de pequeño me enseñaron a querer ser mayor, de mayor quiero aprender a ser pequeño,
y asi cuando cometa otra vez el mismo error quizas no me lo tengas tan encuenta....
Layma(emocionada)

Post by Layma(emocionada) »

Jo cronopio yo lo he leido todo del tirón y he de darte mi mas sincera enhorabuna.

Todos lo personajes a su manera estan atormentados por un recuerdo y el no saber avanzar los lleva a la autodestrucción, o al menos este es el mensaje que yo he interpretado. Si supieras la de veces que he hablado de este tema.
Parece que no, pero llegas a una edad en la que se supone tienes que tener algo consegido aparte de seguir manteniendo tus sueños para no acomodarte demasiado.

Bueno ahora solo queda verla representada ¡¡¡¡¡¡¡¡

Un beso y gracias.
nindë
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Post by nindë »

Layma(emocionada) wrote:Bueno ahora solo queda verla representada ¡¡¡¡¡¡¡¡


Ojala, la primera en verlo!!!! jejejeej,

Cronopio, illo, me ha encantado, de verdad!!!!. Qué dialogos shiquillo. Muchas gracias por compartirlo con nosotros... y weno, espero no cambiar nunca, ni dejar que me cambien...

Mientras te leia se me venían muchas cosas a la cabeza... y me di cuenta de una cosa que me hizo muy feliz... le recuerdo, pero cuando le recuerdo se me dibuja una sonrisa, no lágrimas :) . Asiq mira que bien me ha ido leerlo...

MUCHAS GRACIAS!!!! besines :wink:
Crawly

Post by Crawly »

Bueno Cronopio, q decirte, ma gustao

Es mucho mejor un final tragico q uno feliz, incita mucho mas a reflexionar, y creo q aprendes mas asi.

De toas formas, me parecen mas flojos los ultimos dialogos, q los del principio. En el parke hay autenticas joyas macho.

Ahp, keda un poco complejo el q pasara con Luis, pero amos, yo me imagino q su mundo acabara con su princesa... eso es lo q mola, q nos dejes con nuestra propia historia.

En conclusion, estas aprobado xD. Ahora solo falta buscar a los actores, o igual ya los tienes...

Venga tio, q te vaya bueno
Mo
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Post by Mo »

Bueno, yo no tengo mucha idea de esto, ni puedo hacer " criticas" hacia los personajes, guión... simplemente decirte, Cronopio, gracias.
He visto mi pasado reflejado en cada personaje y mi presente, en Silvia. He derramado lagrimillas, se me han puesto los pelos como escarpias y mi cabeza ha entrado en ebullición; y mira k no iba a leerla por pereza ( leer en el ordenador, si son cosas largas, me cansan muxo).
Solo espero k no te importe, k me la haya guardado pa imprimirla y leerla con más calma... hay muxo gujo en ella k me pue venir cojonudo.
Y estoy de acuerdo.... busca a gente y a representarla tio!!!.

Besillos!!!!
a VeCeS áNGeL, a VeCeS DeMoNio... PeRo SieMPRe Yo

"eLLa eSTá SoLa eN eL HoRiZoNTe.
CaMiNo DieZ PaSoS Y eL HoRiZoNTe Se CoRRe DieZ PaSoS MáS aLLá.
¿PaRa Qué SiRVe La uToPía?.
PaRa eSo SiRVe: PaRa CaMiNaR."
Laytta
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Post by Laytta »

Enhorabuena tio!!.... Tengo los ojos rojos, q lo leio to de una vez..

Yo tb kiero verla representada!!

Ahora mi opinión (aunq no valga muxo) pos me ha encantao la obra xq hay muxas escenas y momentos en q te sientes identificada y hace pensar en situaciones vividas. Y creo q refleja la realidad de q a veces nos kedamos viviendo del recuerdo.. :roll:

Muchas gracias por dejarlo aki , ojala a algun dia la veamos representada!!! Besos :D
Ningun grito sin silenciar....
Ninguna agresión sin reponder...
....Y ninguna fiesta sin bailar...
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