Mensajepor mikeltxo » 03 Ago 2005, 00:23
Tumbada en la bañera sentía que su cuerpo se iba relajando mas y más. El olor a sales de baño inundaba sus fosas nasales haciéndola que una increíble sensación de bienestar se apoderara de ella.
Abrió su diario y releyó esas frases que tanto le recordaron como había sido su vida. Aquellas palabras de tinta corrida por las lagrimas, que habían marcado los años finales de su existencia:
“Siempre acabo recitando la misma plegaria, siempre pido y deseo que este dolor no se vuelva a repetir y nunca me di cuenta de ello, hasta que lo sufrí”.
Apenas era una cría cuando escribió aquellas palabras, aunque ella pensara en ese entonces que ya era una mujer hecha y derecha.
Recordando como había empezado todo aquello, descubrió que en apenas unos años había madurado mas que lo que la mayoría de gente hacía en una década.
Desde su más tierna infancia un sentimiento de vacío se fue apoderando de su interior, como una pesada cortina negra cerrándola hacia el mundo exterior. Aquella sensación de sentirse ciega, en un vacío donde no podía encontrar nada mas que su propia sombra. Sin que nadie que oyera sus llantos, la fue haciendo mas y más insensible.
Una coraza se fue creando alrededor de su corazón, impidiendo que pasara cualquier rayo de emoción. Comprendiendo con el tiempo que el amor, el odio, o el aprecio eran comportamientos inútiles para una sociedad tan competitiva como en la que le había tocado vivir.
Ella era así, desde pequeña había sido expuesta a la soledad y no había tenido oportunidad de rechazarla. Unos padres exigentes le habían hecho esforzarse para conseguir lo máximo posible en la vida, mientras perdía su juventud entre mudos libros encerrada en una fría biblioteca.
La niña fue creciendo y se convirtió en una joven bastante atractiva, a pesar de ello jamás tuvo un novio formal. Nunca tuvo amigas y en la universidad siempre se la veía deambular de un lado al otro con un buen puñado de libros entre los brazos.
Así había pasado los dos primeros años, peleando contra unos instintos que habían surgido poco a poco en su interior y que creía muertos.
Desde que dejara el hogar familiar para estudiar sicología en una de las universidades más importantes del estado algo cambió en su interior. Pensó que era el cambio lo que había hecho que la coraza se resquebrajara lentamente y no le dio mayor importancia.
Durante meses acalló aquellas sensaciones centrándose en sus estudios, y la verdad es que no le fue bastante mal. Su primer año acabó siendo brillante para ella, consiguió unas notas que le regalaron elogios por parte de todos sus profesores y las envidias de mas de uno de sus compañeros.
Todo aquello no le importaba a ella, debía seguir adelante y conseguir lo máximo, debía aspirar a la cúspide. Sabía que nadie cuidaría de ella, tal vez sus padres, pero aquello entraba dentro de sus planes y se negaba a tener que depender de nadie. Ella estaba sola en esto y así siempre había estado bien así.
Pero cuando aquel primer año pasó, algo cambió. La fisura creció hasta hacerse una grieta, dejando que la luz volviera a iluminar su insensible corazón.
Algo de dentro de ella empezaba a crecer y una sensación de perplejidad y asombro se apoderó de ella. No entendía lo que ocurría, sentía que cada vez le costaba mas concentrarse en sus estudios y sus parciales empezaban a flojear. Empezaba a quemar, sentía que su cuerpo dejaba de funcionar como ella deseaba y no conseguía encontrar el equilibrio que tanto había estado trabajando durante tantos años.
Todo empezó cuando ese joven se sentó a su lado. Un chico moreno, un año mayor que ella y con una preciosa sonrisa.
Aquel maldito día todo su mundo se había ido al garete.
Días tras día el joven intentaba acercarse mas a ella, haciendo caso omiso a las continuas salidas de tono con las que ella acostumbraba a contestarle. Poco a poco se había empezado a colarse dentro de esa fortaleza que era su corazón.
Su cabeza pensó racionalmente y al fin halló una solución viable para que el orden existente en su vida volviera a la normalidad. Llamaría a aquel joven, sabía que él sentía algo por ella, y lo seduciría para lograr acostarse con él. Pensó que así conseguiría calmar ese instinto que se apoderaba de ella, tarde o temprano sabía que surgiría en su cuerpo la necesidad del sexo y estaba preparado para ello.
Tal vez no sabía mucho de lo que era el arte de la seducción, pero eso daba igual, ella era una chica deseada y no estaba para nada mal. Había notado las miradas de muchos chicos cuando ella pasaba, aunque nunca se había molestado en devolver ninguna.
Aquel no sería muy diferente de todos ellos, seguro que lo único que buscaba era acabar dentro de la cama de ella. Le daría ese placer, mientras, ella suplía aquella extraña necesidad que poco a poco podía acabar por terminar cambiándola.
Había quedado con él bien entrada la tarde y además casi nadie se encontraría en la residencia, era viernes y las fiestas abundaban. Nadie sospecharía nada, nadie vería su debilidad.
Le había engañado diciéndole que necesitaba hablar con el sobre un tema relacionado con una de las asignaturas, y como siempre él había aceptado sin pensárselo dos veces.
Si se esperaba algo de lo que estaba planeando, no dio muestras de ello por el teléfono. Mejor así, si se oliera su plan tal vez se echara atrás.
Sacó de su armario el vestido más sexy que encontró, se peinó como si de una cita se tratase y volvió a pintarse tras muchos años de no hacerlo.
Cuando se miró al espejo casi no pudo reconocer a la joven que se reflejaba en él, cualquier hombre le hubiese deseado si la viera vestida así.
De repente una punzada intensa recorrió todo su cuerpo, para asentarse en el lado izquierdo de su pecho. Instintivamente se echó la mano a la altura del corazón y un pensamiento recorrió fugaz por su cabeza, sintió lastima por el chico. Él sentía algo que ella no estaba dispuesto a darle, en cambio, solo quería utilizarle y luego tirarlo sin mayores miramientos.
El dolor desapareció tan de improviso como había aparecido a la par que se empezaron a oír ruidos tras la puerta de su habitación. Alguien estaba llamando y por la forma de hacerlo, con esos golpes pausados y firmes solo podía tratarse de una persona, él ya había llegado.
Abrió la puerta e intentó esbozar la mejor de sus sonrisas forzando su rostro hacia un gesto que no estaba acostumbrado a realizar.
Cualquier persona se hubiese fijado que aquel amago de felicidad era forzado, pero él no se estaba fijando en su rostro precisamente. Era la primera vez que veía a la joven vestida con otra cosa que no fueran unos vaqueros y el cambio era espectacular, nunca pensó que un vestido la pudiera favorecer de tal manera. Aquel trozo de tela se amoldaba a su cuerpo resaltando cada una de sus curvas, haciéndola estar simplemente arrebatadora.
Allí se quedó con una mirada de estúpido, en el rellano del pasillo sin ni siquiera poder dar un paso. Tenía miedo de romper la magia de aquel momento, tal vez único, donde finalmente comprendió que amaba a esa mujer.
La había querido desde el primer día que se sentó a su lado. A pesar de sus burlas él había continuado a su lado, perseverante, ganándose poco a poco su frío corazón y parecía que al fin lo había conseguido. Soñó durante meses con aquel día y ahora que por fin lo estaba viviendo, no era capaz de reaccionar. Estaba allí plantado y sin poder articular palabra, realmente debería de estar pareciendo un estúpido.
- Entra.- Le dijo una voz dulce pero autoritaria.
Finalmente reaccionó e hizo caso a la joven cerrando la puerta tras de sí, al fin había entrado en aquel santuario prohibido durante meses. Siempre que había quedado con ella era en la biblioteca y jamás había aceptado ninguna de sus invitaciones para tomar ni siquiera a tomar un café. Y ahora, sin previo aviso estaba en su habitación.
Sabía que algo no iba bien, lo sentía pero en aquel momento la verdad es que todo le daba igual. Podía que al fin hubiese ablandado su corazón, tal vez hubiese conseguido que sintiese algo por él.
Se sentó a su lado e intento que abrir su libro y centrarse, pero se sentía demasiado nervioso. Las continuas miradas que la joven le dedicaba no ayudaban a ello y sus manos temblaban mas y más según iban pasando los minutos. Finalmente, el libro cayó de sus temblorosas manos con un golpe seco sobre la madera que cubría el suelo.
Esa pareció ser la señal, ella se levanto y sin mas miramientos busco sus labios. Le ofreció un beso húmedo que él no rechazó. Le agarró de su mano y le invitó a que se tumbara en la cama, mientras ella dejaba caer su vestido dejando al descubierto su preciosa figura.
Aquello era su sueño hecho realidad, la mujer que amaba se le estaba ofreciendo y a pesar de todo él no era feliz. Algo hacía que no fuera perfecto, una pequeña espina clavada que no lograba hallar, le hacía sentirse mas y más incomodo según se acercaban los dos cuerpos.
Cada uno de los besos que ella posaba sobre sus labios. Eran roces mas y más fríos, no sentía del primero al último un solo estibo de amor. Fue entonces cuando entendió, ella no le quería, solamente quería a su cuerpo.
Aquella sensación de bienestar se tornó asco, sintió repulsa por su cuerpo y por la persona por la que había perdido su corazón. Descubrió de la forma más amarga lo ciego que había estado, él no había significado nada para ella antes y ahora tampoco lo significaba, simplemente quería echarle un polvo.
Con un leve pero firme empujón la apartó de encima de él y lentamente se levantó intentando darle en todo momento la espalda. No quería que le viese llorar.
Todo empezaba a ir a la perfección para la joven, le había impresionado nada mas abrirle la puerta. Conquistarle no tendría que haber supuesto ninguna dificultad y aún así se le resistió durante mas de una hora.
Según había oido a las chicas de su residencia los tios eran por lo general lanzados e impulsivos. No se solían pensárselo dos veces a la hora de acabar en la cama de una chica, sobre todo si se lo ponía tan fácil como lo estaba haciendo ella. Pero aquel joven, a pesar que sus ojos reflejaban que la deseaba su autocontrol le hizo mantenerse a una distancia prudencial de su persona.
Finalmente y viendo que aquello no llevaba a ninguna parte, decidió que era la que debería tomar cartas en el asunto y dar el primer paso. Se acercó al joven y como había previsto, él no se apartó cuando sus labios le buscaron.
Poco a poco empezó a ganar confianza, a pesar que no lo había hecho nunca no le temblaron las manos cuando empujó al joven sobre la cama. Dejó caer su vestido al suelo, quedándose totalmente desnuda sin mostrar pudor alguno.
Mientras, dos ojos negros no se despegaban de aquella figura casi perfecta sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo.
Pero entonces, cuando se disponía a tumbarse sobre el joven, este la rechazó. Suavemente apartó su cuerpo y se incorporó dándola la espalda, para acto seguido quedarse ahí sin pronunciar palabra alguna.
- Así que era esto lo que querías de mí.- Dijo al fin intentando esconder su voz entrecortada.- Por eso me has llamado hoy aquí, para acostarte conmigo.
- Ahora no te hagas la victima.- Contestó ella secamente.- He visto en tus ojos que tu deseabas exactamente lo mismo.
- ¡No tienes ni puta idea!
Aquel cambio de tono del chico la hizo callarse al instante. Nunca le había hablado así, por muy mal que ella le contestase siempre había mantenido las formas.
Pero aquella vez era distinta. Su voz destilaba un profundo odio, una rabia incontrolada que nunca esperaría que partiese de una persona como él. Aquello la hizo comprender por primera vez en la vida lo que era hacer daño a otra persona.
- Yo te quiero.- Se giró para que viera sus ojos llenos de lagrimas.- Siempre te he visto como una chica solitaria y que jamás encontraría el sentido de su vida. Y ese sentido quería haber sido yo.
Se tomo una pausa para enjuagarse las lagrimas y mirar a los ojos de aquella joven cuya mirada había cambiado. Por primera vez en su vida empezó a sentir el dolor de haber hecho sufrir a una persona importante para ella.
Si, acababa de admitir que aquel joven era importante para ella. Nadie más había estado a su lado, solo él había compartido cada uno de sus momentos.
Comprendió demasiado tarde, que aquello que había empezado a sentir meses atrás no era para nada malo, sino todo lo contrario. Se había estado enamorando de aquel joven, ella no quiso darse cuenta de ello y ahora tal vez sería demasiado tarde.
- Yo...- Intentó empezar una frase pero las palabras no salían de su boca.
- No hace falta que digas nada.- Le cortó.- Me has hecho ver como eres y aunque te quiero, el daño que me has hecho es demasiado grande.
Recogió su ropa y se dirigió hacia la puerta. Durante aquellos largos segundos ella pensó algo ocurrente que decirle, algo para que cambiara de idea y se quedara.
Ninguna palabra salió de su boca
- No quiero volverte a ver.- Esa fue la ultima frase del joven antes de cerrar la puerta suavemente tras de sí.
Entonces ella rompió a llorar, sintiendo que algo se partía en su interior. El dolor del pecho era insoportable y respirar se le había hecho una tarea casi imposible de realizar.
Fue entonces cuando lo vio. Sobre su ordenada mesa se encontraba aquel viejo diario que jamás se había dignado a abrir y escribir una sola palabra en su interior.
Desde que se lo regalaran hace mas de cinco años ni una sola palabra había ensuciado sus inmaculadas hojas, pero ahora necesitaba escribir en él. Sentía que debía conseguir deshacerse de aquel sentimiento, expulsarlo de su cuerpo y conseguir que aquel sufrimiento desapareciese.
Busco un bolígrafo con sus temblorosas manos y abrió la primera hoja mientras toda su vida pasaba por su cabeza, entonces se dio cuenta que simplemente no había vivido, nadie estaba a su lado. No tenía amigas a las que contar su pena, sus padres estaban a miles de kilómetros y la única persona que había estado a su vera no la volvería a ver.
No sabe porque pero solamente se le ocurrió un párrafo en aquella hoja. Un par de líneas que le hicieron comprender cada vez que las leería lo infeliz que había llegado a ser.
Estas líneas llenas de dolor:
“Siempre acabo recitando la misma plegaria. Siempre pido y deseo que este dolor no se vuelva a repetir y nunca me di cuenta de ello, hasta que lo sufrí”.
Tres años habían pasado desde que todo aquello sucediera, tres largos años de su vida. Sus notas bajaron de forma alarmante pero la verdad que no le importo, ahora tenía una cosa más importante que hacer, debía encontrarse a si misma.
Tres años de dolor continuado, sin tregua. Intentó buscar el amor en otros brazos pero la mayoría de los chicos la utilizó como ella quería haber hecho aunque no les guardaba rencor por ello, ella había sido igual. Solo era una chica guapa en busca de un poquito de cariño, una presa fácil.
Pero nadie consiguió que el amor volviera a su corazón, aquel vacío siguió con el tiempo sin que encontrara solución para su mal.
La única persona que le había podido curar ya no estaba junto a ella. Al semestre siguiente pidió su traslado y durante mas de un año no había vuelto a verle. Intentó por todos los medios contactar con él pero no dejó ningún numero de contacto, ni siquiera una dirección a la que recurrir, nada.
Nadie comprendería su dolor, ni entendería su soledad. Toda su familia estaba entusiasmada con la idea de su graduación, mañana acabaría su carrera y todos viajarían para verla coger su diploma, ese trozo de papel tan carente de sentido para ella.
Aquello era lo único que le quedaba, sus malditos estudios. Aquel había sido todo su mundo y ahora, cuando al fin los había acabado no era la felicidad la que invadía su ser, sino la soledad.
Una gota de sangre cayo sobre el agua despertándola levemente de sus pensamientos. Bajo su mirada hacia sus desgarradas muñecas y comprobó que desde que se hiciera los cortes no habían dejado de sangrar, el agua había ayudado a ello.
El sopor volvió a apoderarse de ella pero esta vez no se intentó resistirse a aquella dulce sensación. Se recostó cómodamente sobre la bañera y esperó a que la muerte viniese a llevársela para mecerla en sus negros brazos.
Sus párpados eran cada vez mas pesados, cada vez le costaba mas mantenerlos abiertos, su hora había llegado.
Por fin cayó vencida por aquel sueño del que jamás despertaría.
Papa cuentame otra vez esa historia tan bonita, de aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia. Y cuyo fusil ya nadie se atrevió a empuñar de nuevo y como desde aquel día todo parece mas feo.