Mensajepor cronopio » 07 Nov 2005, 02:30
-La Isla de la Calma-
(Madrid, 31/10/05)
Calles de Madrid... no te esperaba.
Y la verdad es que por mucho que lo hubiera imaginado, lo vivido en este imposible reencuentro me ha sorprendido completamente enamorado. Puedo mirar atrás y reconocer que todos los días al menos un pensamiento iba dirigido a ti y entonces era como si hablara contigo y compartiera dicho pensamiento, y siguieras de esa forma presente en mi vida. Sin embargo era yo el que forzaba el encuentro, el que siempre inevitablemente requería tu presencia y no al revés, por lo que soy consciente de que ya entonces soñaba el momento en que tú por ti misma aparecieras junto a mí para hablarme y compartir tu vida, y ofrecerme la esperanza de que el tiempo y el espacio gozan de infinitas dimensiones y es posible conectar al menos dos de ellas en un mágico instante.
El instante en que tú y yo volveríamos a vernos.
Nunca Jamás es el nombre del país imaginario por excelencia donde todos al menos una vez hemos estado aunque no siempre seamos capaces de recordar. Con el paso de los años –obligándonos a crecer- abandonamos ese país para alojarnos en el territorio común de la vida adulta y responsable, lo cual es necesario pero no suficiente. Hace falta soñar, seguir soñando y pronunciando Nunca Jamás como esperanza de que siempre dispondremos –si nos permitimos soñar- de ese país donde no existe pasado ni futuro sino un único presente incandescente en el que seguir experimentando la mayor aventura que te pueda ofrecer la existencia: Vivir.
Y si de vivir se trata, no es extraño que la estatua de un Hombre de Hojalata cobre vida al observarla con detenimiento y requiera mi presencia, o que simplemente perderse por las calles estrechas y misteriosas sea siempre el pasadizo a otro tiempo y lugar que la memoria será capaz de imaginar y revivir si lo desea.
Como tú deseaste revivir aquella mañana para acompañarme en mi búsqueda y orientarme hacia lo desconocido y empezar a tararear “Calles de Madrid...” llegando al puerto, y entonces, deslumbrado por la luz inmensa de la belleza del mar y su olor y su sabor, mirar a las alturas y divisar unos Molinos de Viento invitándome a sonreir de felicidad y sentarme en un banco del paseo para compartir contigo los versos de Luis García Montero que descubrí recientemente y no pude comentarte con anterioridad: Las confesiones de Don Quijote.
(:..)
Volver será el oficio del amor,
incluso en un lugar impertinente.
Regresa tú también,
aprieta con tus manos el silencio
del último rencor
hasta sentir la caracola
que ha guardado la culpa y la inocencia
junto a la voz del mar,
esta canción añil
de los saludos y el adiós
que todavía compartimos.
(...)
Y entonces en aquél banco de piedra de la Isla de la Calma, fumando a medias, desde nuestras calles de Madrid, te sentí ver llegar doblando la esquina donde se afinan los sueños y se encienden los ecos de palabras antiguas. Para engañar al dolor en lugar de acabar la canción. No podía ser de otra forma y sonriente lo acepté. La verdad es que lo había presentido en cierto modo esa misma mañana en el hotel cuando tumbado sobre la cama escuché esa canción y la sentí de una forma diferente, no sé, como si allí, en ese lugar tan alejado al que llegué volando por primera vez en la realidad, fuera posible encontrar la búsqueda rodeado de sirenas y fantasmas. La vieja sirena y el fantasma de la soledad. ¿Recuerdas? Glauka y Krito otra vez juntos sentados en un banco divisando el mar y aprendiendo a vivir, a soñar, a aceptar lo que uno es para poder (si lo desea) ser otro. ¿Y qué otro desearía ser yo? El gallo cantó a mediodía y una hora más tarde aparentemente me perdí por la ciudad. Lo que no podía imaginar es que tú me siguieras como la sombra que un día soñé y que esconde la intensa luz de la melancolía futura, y que esa mañana de sábado me cegó de ignorancia y desconcierto primero, para después regalarme simplemente la vida. No la mía, por supuesto, sino la de esos otros que no fui y que nunca seré. Como el niño feliz saboreando un helado de limón en un rincón de la calle, huyendo del sol, y observando a su alrededor todo lo que ocurre deteniéndose en los minúsculos detalles de irrealidad que siempre aparecen en cualquier esquina bajo el disfraz de lo estrictamente cotidiano.
Escribir es vivir. No es fácil entenderlo, y mucho menos aceptarlo. Y sin embargo la necesidad vital es razón suficiente para hacerlo, y entonces surge la idea de que tal vez a la derivación del “pienso luego existo” por el “siento luego existo” habría que añadirle la del “escribo luego existo”. Escritura ilegible la mayoría de los casos que nuestro consciente e inconsciente a cada instante de tiempo redacta en la memoria en forma de pensamiento o sentimiento, y que luego después podremos releer y reescribir de cualquier manera elevando la creación artística a su inicial función aristotélica. Pero tardaría bastantes horas en descubrir ese hilo mágico de existencia, y al apagar el cigarrillo y levantarme del banco para proseguir la marcha, ya sólo tenía una idea fija en la cabeza: había llegado el momento de que leyéramos juntos la biografía de Enrique Urquijo para acabar cualquier noche en un bar que nunca cierra llamado la Antesala del Dolor donde sonrientes y felices le diríamos adiós a la tristeza apurando el agridulce sabor de la nostalgia en un nuevo beso de despedida.
Cruzamos la calle, y cerca de la Lonja nos detuvimos para hablar con el mar y explicarle las heridas que jamás purificamos en su abrazo imposible de interrogante eternidad. El mismo mar que nos conoció hace trece años a mil kilómetros de distancia y años luz de realidad. El mar, los Molinos de Viento, las murallas, y al fondo la catedral, y en otro tiempo y en otro lugar conocer tus múltiples reencarnaciones pasadas, presentes, y futuras. El mar. Y supongo que te hizo gracia verme la noche pasada mirándolo fijamente queriendo sumergirme en el lenguaje de sus faros. Unas simples luces que siempre me han fascinado porque me invitan a darle cierto sentido a la oscuridad adentrándome en su misterio, en su enigma, en la comunicación no visual sino secreta entre todos aquellos que en ese mismo instante contemplemos su luz. porque se trata de vida, y en las noches de tormenta (real o imaginaria) esa llama incandescente es la única que puede salvarnos del naufragio. Pero seguro que lo que más te divierte es que a mi lado se encontrara una sirena. Lo sé, mi escepticismo hace imposible que realmente considere siquiera la posibilidad de que existan las sirenas, y esa consciencia es la que hace más satisfactoria la búsqueda de dar nombre al sentimiento. Después amanece, las luces del faro se apagan, y todo vuelve a empezar, o todo sigue igual o –incluso, si lo prefieres- todo comienza a girar. El caso es que te fuiste, aunque no se bien definirlo porque en realidad por supuesto que no fue así ya que ni siquiera llegaste. ¿Cómo ibas a hacerlo? Sin embargo en esa otra realidad del corazón, en los rincones secretos del alma, sí es posible esta clase de apariciones y desapariciones que un día (soñar es un largo aprendizaje de soledad y silencios) espero llegar a controlar hasta elegir tus múltiples reencarnaciones, ésas de las que antes comenté que desearía conocer y que la imaginación fuerza a la memoria a descubrir y revivir. Y como para revivir primero hay que vivir, ahí estaba yo viviendo ese momento y decidiendo cruzar solo la calle para sentarme en una terraza y pedir una cerveza, y cumplir con la necesaria realidad.
Llamé entonces a tu hermana, y le expliqué lo sucedido, y debió ser muy transparente mi emoción porque recuerdo que en el tono de su voz (los teléfonos también gesticulan y comunican sentimientos) sorprendí curiosidad y alegría, pero no una alegría presente sino futura, ya que como bien debes saber ella quiso venir a la Isla y yo me negué para a cambio justificarme ofreciéndola otro viaje en busca del mismo mar antiguo del nosotros y donde la calma fuese sustituida por el sol. Y es cierto; aquí ella y yo no pintábamos nada juntos y sin embargo dentro de unos meses en Benalmádena... ¿Qué nos encontraremos? Ni más ni menos que mi vida, su vida, y tu vida. ¿Comprendes? La circularidad temporal es fascinante aunque exija el coherente sacrificio de la presente linealidad. ¿Para qué vivir en cada lugar diferente con la misma persona el mismo tiempo común de la simple realidad? ¿No resulta mucho más gratificante poder multidimensionar el espacio y el tiempo viviendo cada experiencia presente de diferente manera según la persona con la cual se comparta? Dándole vueltas a esta idea y contrastándola a cada instante con lo que me rodeaba (ni más ni menos que la vida de diferentes personas de diferentes lugares y diferentes tiempos reunida en una misma y única realidad), terminé de comer para salir de “El Túnel” donde me pude encontrar a un matrimonio joven inglés con una niña de unos diez años que sería probablemente su hija y que al instante me llamó la atención. Él a un lado de la mesa, y en frente su hija y a la derecha de ella su mujer. Apenas hablaban, y las miradas que entre ellos se dirigían dejando al margen a la niña, me transmitieron una sorprendente sensación de cansada y placentera felicidad y al instante ya me lancé por el tobogán de la imaginación y me puse a vivir una de sus múltiples intrahistorias posibles. Su país de procedencia, su trabajo, su familia, sus amigos... y como no era capaz de encontrar algo interesante desvié mi atención en la niña y me sentí cautivado por todo lo que podía imaginar que escondía su mirada. Una mirada perdida, expresiones autómatas de aparente aburrimiento que los gestos traicionaban al jugar con el tenedor sobre el vaso, o hacer una bola de pan, transformar una servilleta de papel a saber en qué fantástico elemento, y a la vez acatar de vez en cuando alguna corrección de sus padres al respecto supongo que referente a la educación, la compostura, y demás valores que la niña aceptará con resignación y que sólo entenderá cuando inevitablemente crezca y entre a formar parte del mundo adulto. Y encima estaba sola. Ningún otro niño con ella. ¿Y con quién jugaría en su mundo infantil? ¿Con quién compartiría las increibles aventuras que sin duda florecían en su mente a cada instante en aquella Isla de la Calma? No tengo ni idea, pero sí se lo mucho que agradezco esos minutos en que pude volver a ser un niño para intentar averiguarlo. Luego también averigüé -por la pregunta de un señor de otra mesa al camarero-, el significado del “Son” que acompaña a tantas expresiones mallorquinas y que suscitó un interesante combate lingüístico entre “casa de”, “finca de”, o -como el dueño se empeñaba en asegurar- “masía de”, permitiéndome descubrir que entre los ocupantes de la mesa había por lo menos un catalán, y la verdad es que es maravilloso profundizar en la importancia del lenguaje y su riqueza, y sentirse afortunado de intentar en lo posible amarlo y respetarlo para que su evolución constante no destruya su inmensa cultura anterior sustituyéndola por un único lenguaje universal vacío de contenido y hasta de forma aunque sin duda muy práctico en sentido plenamente tecnológico y funcional. Y es que el día en que por ejemplo un catalán, un balear, o un valenciano utilicen un mismo lenguaje oral y escrito a la hora de comunicarse... entonces algo como decía maravilloso se habrá perdido y no tengo nada claro que lo que se obtenga pueda compensarlo. Y lo mismo sucede el día que un madrileño, un salmantino, o un toledano, haciendo uso en este caso del castellano, también caigan en el error de usar exclusivamente el mismo lenguaje. O un sevillano, un cordobés y un gaditano.Ese es mi gran temor respecto a los avances tecnológicos, que ahora no viene al caso pero que en aquel instante me planteé al ser privilegiado espectador de aquel debate lingüístico. ¿Y qué decir de la hermosa camarera que al servirme el agua derramó un poco de ella sobre el vaso vacío de vino sin darse cuenta hasta que su compañera se lo advirtió? “La chica de ojos color esmeralda espera al que nunca vendrá. Está escrito en la ley.” Cautivado ante su belleza no pude evitar observarla moverse de un lado a otro para atrapar ese instante de vida que sin saberlo le estaba regalando a todo aquel que deseara escribirlo en su memoria. Y la voz. Alguien que la noche pasada la invitó a una copa y que motivó el comentario de su amiga semejante a que si ella quisiera ese hombre le solucionaba la vida y no tendría que trabajar más. Fascinante. ¿Tendría novio? ¿Novia? ¿Quién sería ese hombre? ¿Qué era lo que ella buscaba y no había encontrado? ¿Y lo que había encontrado sin deseo de búsqueda? ¿Cuáles sus sueños? ¿Realidades? Y lo mejor: la imposibilidad de toda respuesta presente a causa simplemente de mi propia libertad consistente en no forzar el azar y dejar que todo siga su curso alejándome de “El Túnel” en dirección a la búsqueda del ansiado libro sobre Enrique Urquijo cuyo título no cesa aún de embrujarme y resultarme simplemente conmovedor: “Adiós tristeza” ¿Bienvenida soledad? ¿Y porqué la Soledad, la Pasión, la Esperanza, la Gracia, la Virtud, la Felicidad... son nombres propios de mujer y no de hombre? ¿María? ¿A causa de una Virgen? Pero no de una virgen cualquiera sino sólo de aquella que fue capaz de engendrar vida sin necesidad de ser fecundada por la Ley Natural sino por la Ley Sobrenatural vetada a la racionalidad y entendimiento humano.
Subo por el passeig des born, y aprovecho para formularle a la esfinge la cruel adivinanza del tiempo. Las edades del hombre. Entro en una galería de arte bajo el reclamo de un cartel de librería pero nada, ni siquiera conocen a Enrique Urquijo aunque obtengo la ubicación de unos grandes almacenes donde proseguir la búsqueda con el reloj de arena girando como siempre en mi contra porque debo regresar al hotel y descansar antes de iniciar la jornada vespertina para que los sueños se acostumbren a las sombras y queden ahí capturados como futuros recuerdos de pasados olvidos. Bajando las escaleras mecánicas comienza la burla. Primero en forma de altavoces al pasar por la sección de sonido (ahí estaban los adecuados y no los que compré el día anterior), y después en la sección de librería el dependiente me indica que el lunes les quedaban tres ediciones y nos ponemos a buscar y nada que hacer: agotado. Y creo que lo sintió él mucho más que yo, pues para mí sonó la alarma en el sentido de que tal vez aunque lo deseara no era aún el momento de que ese libro cayera en mis manos y así debía de aceptarlo aunque no pensara rendirme tan pronto. Aún me quedaba la tarde para proseguir la búsqueda, y al salir del establecimiento en lugar de tomar un taxi elegí perderme andando de nuevo por las calles en un camino de los que denomino de regreso y que afortunadamente, tarde o temprano, siempre tienen fin. El caso es que ni siquiera desandé el camino sino que busqué o me dejé guiar por lo desconocido y efectivamente mi orientación volvió a hacer de las suyas y tardé cerca de una hora en situarme. Pero mereció la pena, y mucho, porque a cambio conocí otra ciudad y la satisfacción ante lo visto y vivido en esa aventura que finalizó al llegar por fin al hotel, fue inmensa, y antes de ducharme para quitarme el sudor (el largo peregrinaje con casi cuarenta grados y una elevada humedad dejan afortunadamente huella física sobre la vida de un cuerpo cansado; la erosión y el desgaste para una nueva purificación que haga posible otra erosión y desgaste, y así circularmente...), sentí la necesidad de pasar las fotografías realizadas de la cámara digital al ordenador portátil que siempre al viajar llevo conmigo, para así poder visionar con todo detalle ese mundo recién descubierto para ocultarlo de nuevo bajo el disfraz de su reflejo fotográfico. Así pues realicé el proceso mientras me preparaba el delicioso cigarrito previo a cualquier sueño o descanso, y mientras lo fumaba escuchando música, ante mis ojos, directamente al corazón, iban sucediéndose imágenes que agrandaba y disminuía con entera libertad para exprimir toda la vida posible que allí se encontrara y sellar o fundir el recuerdo físico real con la experiencia incorpórea espiritual, y entonces de esa forma aceptar que de todos los mundos posibles que existen en cada fotografía, yo había vivido uno de ellos que podría recuperar cuando quisiera gracias a la memoria. Es cierto: cualquiera que no sea yo y que observe cualquier fotografía que yo haya realizado estará eligiendo de ella un espacio y un tiempo diferente al que yo viví; su espacio y su tiempo y no el mío. Y compartir esos espacios y tiempos diferentes en un mismo espacio y tiempo común, un mismo momento, para mí resulta simplemente esperanzador y es uno de los mayores placeres que le encuentro a la vida. Aplasté la colilla sobre el cenicero, apagué el portátil, y tras una breve ducha me tumbé desnudo en la cama para cerrar los ojos y dejarme llevar por todas las emociones y sensaciones recién adquiridas que en ese momento jugaban buscando su mejor ubicación dentro de mí. Deseaba dejarme vestir por ellas y me extraña que a la masturbación sentimental no le sucediera la física (era sin duda un momento propicio para ello) y me sonrío ante las causas posibles que ahora descubro y que no vienen al caso porque lo relevante es que logré disfrutrar de una hora sencillamente prodigiosa en el limbo de la consciencia durante la que no estuve ni dormido ni despierto, y sobre la que deseo detenerme un instante porque resulta muy estimulante conocer su final.
Un final ya previsto por mí, ya creado por mí, y en el que sin embargo siempre acaricio la duda de que no llegue. Quiero decir que dentro de la liturgia o preparación de ese momento privilegiado estaba incluído el rescate real del mismo en forma de alarma de teléfono móvil. A las 17:30 para ser exactos. ¿Y qué pasaría si dicho rescate no llegara nunca? ¿Si no fuera posible el regreso a ese mundo real? ¿Si la hora fuera interminable? ¿Si ya no saliera jamás de ese limbo en dirección a los sueños (dormir; estar dormido) o a la realidad (despertar; estar despierto) y lograra mantener constante esa vigilia? ¿Imposible? Está claro que para que eso llegara a suceder el resto de seres humanos que existiéramos tendríamos que estar viviendo en ese limbo en el mismo momento, y así el tiempo en apariencia se detendría (nadie preguntaría por mí, nadie me rescataría de ese mundo: ni mi familia, ni mis amigos, ni los empleados del hotel, ni mis jefes y compañeros de trabajo... porque tanto a mis compañeros y jefes, a los empleados del hotel, a mis amigos, y a mi familia... a todos ellos les pasaría lo mismo que a mí y nadie preguntaría por ellos: ni su familia, ni sus amigos...) o mejor aún: si no quedara nadie en la ciudad, si no quedara nadie...
Pero siempre queda alguien o afortunadamente siempre queda algo de ese alguien que es necesario ponerse a buscar. Despertar y soñar. Escribir y vivir. Y al bajar de nuevo las escaleras y salir del hotel para proseguir la aventura me percaté de que me dejaba la cámara de fotos y tuve la fabulosa oportunidad de elegir: o subo a por ella o dejo que el azar siga su curso. Decidí lo segundo amparándome en la pereza y la falta de tiempo, y al ir reconociendo las calles para perderme por otras fabricando su misterio (esa iglesia de comienzos del siglo pasado, o esa escultura donde se podía leer “arrabalero”) me hicieron sonreir al sentirme tan desvalido sin mi cámara porque entonces debía retener sin ayuda la imagen en la memoria y esperar a otro momento para disfrutar de un ahora en el que efectivamente podía sentir y vivir que “en todos los lugares te encuentro, en todos los lugares me siento un habitante más...” que por supuesto ya llegaba tarde (medir el tiempo y la distancia es lo más complejo que existe), y entonces no me perdí, no me aventuré a lo desconocido sino que me equivoqué conscientemente y esa es la gran diferencia entre lo fabuloso y lo inútil. Desandé los pasos y por fin llegué a la Plaza de España donde realmente comenzó el principio del fin de una de mis múltiples búsquedas y tal vez, ¿por qué no?, reencarnaciones: la del libro y la vida de Enrique Urquijo.
Vencida la soledad resulta más sencillo compartir causalidades, y entender que la vida no es sólo lo que uno ha vivido, vive, o vivirá, sino también lo que todos los otros igualmente hayan vivido, vivan, o vivieran, y si a todo lo vivido se le añade lo que indefectiblemente, por vivir, se deja de vivir... ¿Qué nos queda? Por ejemplo el original “Música Celestial” que desde hace cerca de un año supe que algún día encontraría sin necesidad de buscar, y que en aquella tienda de discos y librería, a la caza de Adiós Tristeza, me dio por preguntar y ya lo tenía en mis manos y no sólo eso, sino que pude compartirlo con alguien y abrir el libreto y al sorprenderme el dibujo de ese insecto lanzando esporas conocí de sus labios la explicación de que son como mariposas de luz, y entonces seguir caminando y recordar la Luz de ciudades en llamas, y sentir cómo el atardecer le daba otro color a las calles, y proseguir inmensamente feliz la búsqueda en otra librería.
Y llegados a este punto es necesario parar. Una máquina antigua de escribir. Un espacio acogedor y moderno bien distribuido. Un rincón de lectura al lado de una barra de bar estéticamente diseñada para la ocasión, y donde el café y la cerveza, el anís o la copa, el cigarro o el puro, rodeados de libros, te sumergen por unos momentos en una especie de versión actual de bohemias tertulias. ¿Y qué teníamos allí? Ilustraciones gráficas de la historia de los Faros junto a La vieja sirena, y por otra parte la correspondencia personal de Frida Kahlo igualmente ilustrada, y las palabras, los gestos, el debate sobre el hecho de que un sábado a esa misma ahora este mágico rincón esté casi vacío porque la masa (nosotros mismos) lo normal es que estuviéramos haciendo otra cosa común a esa masa, y sobre todo ese anuncio cartón a gran tamaño de un libro que nada más verlo acepté la señal y supe que formaría un punto y seguido en mi particular existencia. Escribir es vivir. José Luis Sampedro. Minutos antes busqué a ese autor en las estanterías para enseñarle su obra a una persona muy especial, y comentarle que La vieja sirena a su edad significó para mí un antes y un después por todo lo que me enseñó a descubrir, y que era una gozada años después poder mirar atrás y reconocerlo, y entonces al dirigirnos a ese rincón de lectura con el libro en las manos, literalmente delante de mis narices, hace su aparición la portada gigante de cartón de este nuevo libro que es mucho más que un libro:
Escribir es vivir.
“No sólo en literatura, creo que en toda actividad humana hay siempre un componente racional, describible, transmisible, que se puede enseñar y un componente misterioso, al que puede uno aproximarse, pero sin tener la seguridad de que se ha encontrado. Esto nos lleva también al terreno de la religión, al misticismo, pero es realmente fundamental en el arte de vivir, que es nuestro tema de hoy. Y si trato del arte de vivir de un modo tan estrechamente vinculado a la creación es porque en mi caso escribir ha sido y sigue siendo una necesidad vital. Cuando digo que la vida y la obra están entremezcladas es porque hacer y hacerse son las dos caras de una misma moneda. Hacer y hacerse. Vida y obra. Retengan estos conceptos; son importantes para entender todo lo que sigue, pues es con este enfoque con el que pretendo penetrar mejor en la génesis de la creación literaria. Seguramente entre ustedes habrá personas a quienes les guste escribir, que aspiren a ser escritoras o escritores o que ya hayan emprendido el camino. Desearía ser capaz de mostrarles “lo que hay”, no como la expresión de una técnica, sino como la demostración de alguien que escribe, que ha escrito toda su vida y lo sigue haciendo porque, en el fondo, no sirve para otra cosa. No intento enseñar en el sentido de adoctrinar; intento mostrar mi oficio y generar ideas en quienes me siguen, ideas provocadas por lo que han oído. He sido profesor y he enseñado mucho tiempo en universidades y fuera de ellas. Mi pedagogía siempre se reducía a dos palabras: amor y provocación. Hay que querer a las personas a quien se dirige uno y yo quería a mis alumnos. Y si me permiten, les digo con toda sinceridad que, ahora mismo, siento cariño por ustedes, les agradezco que estén aquí pendientes de mis palabras. Quiero corresponder a ese primer impulso afectivo con la provocación. Hay que provocar en el que escucha que piense por su cuenta. No hay que adoctrinar, hay que provocar. Me gustaría pensar que, en algún momento, algo de lo que digo les sirva de provocación para que salten por encima de mí, para que se hagan y lo hagan mejor todavía.
(...)
Muchos de ustedes habrán estado en Granada y habrán visitado el Generalife. El Generalife era el sitio ideal para veladas poéticas. De noche, con un clima espléndido, la luna, un surtidor y leyendo o hablando medio tumbado de Omar Jayam. Eso es un estilo de vida fabuloso que no pueden imaginar quienes se afanan por implantar e imponer a todos otro tipo de vida. Es importante, y perdonen que les llame la atención sobre estas cuestiones, pero tienen mucho que ver con la vida y la formación del autor y el posterior reflejo en su obra. Ya lo irán ustedes viendo. Porque ese mundo que evoco aquí ante ustedes, el mundo de mi infancia, sigue siendo mi mundo. Afortunadamente, sigo siendo el niño que vive allí y no quiero ser otra cosa. Todo lo demás son aditamentos, colgajos que han puesto en la percha de mi vida, son pájaros que se posan en las ramas del árbol que soy; senador, catedrático, académico, sí, todo eso está muy bien, pero es completamente secundario con lo que estoy haciendo hoy aquí.
Miren, les voy a pedir un favor. En el mundo al que pertenezco era difícil llegar al tuteo, por eso me cuesta tanto trabajo tutear, pero si me lo permiten, llegado a este punto, me gustaría tutearlos. ¿Por qué? Porque lo que os estoy contando, lleno de emoción, no se puede contar desde la distancia. No he venido aquí a hacer retórica, ni poética, ni literatura ni nada. He venido aquí a VIVIR, a vivir cuando se me está acabando la vida y, por tanto, a disfrutarla más.
(El ambiente se carga de emoción, la sala aplaude y el profesor recurre una vez más a sus técnicas de distensión basadas en el humor y las anécdotas; cuenta historietas de la pianola de su padre, del olor a jazmín y de las músicas de su infancia antes de retomar el hilo para centrar la cuestión.)
(...)
Y decir gracias no sirve de nada. Y poder preguntarle al dependiente-camarero por el libro mientras me servía la cerveza, y sentarme y que me lo traiga y le eche un vistazo y llevármelo como si fuera un tesoro. Y después en el avión, en la sala de fumadores del trabajo, en el autobús, en el metro, en cualquier tiempo y lugar, leerlo y con su lectura descubrir que ha llegado por el fin la señal para dar el siguiente paso y aceptar que la escritura es vida, que lo que yo ahora mismo estoy haciendo esta larga semana es vivir nuevamente lo que el tiempo lineal me regaló aquellos dos días tan maravillosos que pasé en la Isla de la Calma. Y como todo es presente, invariablemente esta semana he seguido viviendo experiencias que más adelante podré escribir si lo deseo como necesidad vital de la memoria para hacer consciente su carácter plenamente selectivo. Y si esto fuera poco, además gracias al poder de la imaginación no es necesario siquiera referirse a los hechos reales tal cual sucedieron sino que se puede y se debe ficcionar la realidad para transformarla en otra realidad diferente que al fin y al cabo es la verdadera en la mente del auténtico creador, del auténtico escritor.
Así pues le dije Adiós a la Tristeza felizmente resignado. Sé que dentro de unos días, el 17 de noviembre, decidiré que reaparezca en mi vida de manera especial con una canción: “Agárrate fuerte a mí, María”, que tanto me había emocionado durante muchos años y de la que hace sólo unos minutos (precisamente mientras me documentaba sobre esa fecha) he descubierto por fin la realidad escondida entre sus letras. Siempre supuse que María era el nombre verdadero de alguien muy importante en su vida, pero no sé porqué razón nunca supuse que se tratara de ella. El artículo completo es impresionante y ya lo conservo como anticipo de un libro que me ayudará a seguir descubriéndome y aceptándome, eligiendo ser lo que quiera ser, y aprendiendo de nuevo, constantemente, a escribir y vivir, a sentir y vivir, a pensar y vivir.
“Él no sabía vivir en este mundo", escribe Pía Minchot, su última novia, en la carta que ha enviado a la página web del músico para compartir con sus fans sus tristes sentimientos. De Pía dicen los más allegados que fue la mejor de sus novias, sensata, sensible, la que intentó poner orden en su vida. Se conocieron hacía unos tres años y durante el último vivieron juntos. Lejos quedaba ya la relación que mantuvo con Almudena, la madre de su hija María, de la que se separó hace más de dos años.
(...)
Pero, por encima de todas, la mujer de su vida era la pequeña María, una niña guapísima a la que su padre paseó por estudios y locales de ensayo contagiando a todo el mundo de la ternura que desprende la cría. "Ahora María es lo más importante para todos nosotros", continúa Álvaro. "De momento está con su madre fuera de Madrid y estamos estudiando cómo darle la noticia. Es una monada de niña y super inteligente. Enrique estaba muy orgulloso de ella. Fardaba de niña y con razón. Tanto que le escribió hace dos años Agárrate a mí María, una canción que, sin ser de las más conocidas, es de las más duras y sinceras que compuso.”
Y llorar y vivir, y escuchar el agridulce sabor de las lágrimas de emoción que la música despierta en nosotros para seguir sintiéndonos vivos entre tanta existencia apagada y vencida.
“Él no sabía vivir en este mundo” ¿Cuántas veces te dije lo mismo de mí? Muy pocas, lo sé, pero sí de manera constante y repetida a lo largo de los años. Igual que tu respuesta la última vez que nos vimos: “No te engañes. Tú sabes perfectamente vivir (y de hecho te encanta) en este mundo. Lo que te asusta e inquieta, lo que anhelas realmente conocer, es la manera de comunicar y expresar tu vida en este mundo para compatibilizar las dos realidades que están siempre presentes dentro de ti.” ¿Y qué esperanza nos queda?- te dije al oído mientras te abrazaba. “No seas idiota – te burlaste dándome un beso en la mejilla. Deja ya tu irónico fatalismo. ¿Te parece poco vivir teniendo la certeza de que siempre, pase lo que pase, seguiremos necesitando volver a encontrarnos para celebrar los dos juntos la vida?” La vida. ¿Y el mundo? En él nunca pude agarrarme a la vida de nuestro hijo (niño o niña) como ahora ya no puedo agarrarme más a tu vida. Y por eso escuchar esta canción en la voz de Antonio Vega (la original de Enrique la reservo para esa noche del 17 de noviembre en Malasaña) me hace posible vivir en este mundo lo único que deseo: seguir poder cantanto (gracias a Ismael Serrano) aquello de que “amo tanto la vida, que de ti me enamoré” aunque esta noche no sea la más fría ni pueda ya más agarrarme fuerte a ti.
(...)
Mañana cuando despiertes
Estaré lejos sin fin
No creo que pase nada
De otras peores salí
Si acaso no vuelvo a verte
Olvida que te hice sufrir
No quiero si desaparezco
Que nadie recuerde quien fui
Agárrate fuerte a mi María
Agarrate fuerte a mi
Que esta noche es la mas fría
Y no consigo dormir
Agarrate fuerte a mi María
Agarrate fuerte a mi
Que tengo miedo
Y no tengo donde ir
Agarrate fuerte a mi María
Y no llores mas por mi
Volveré por ti algún día
Y escaparemos de aquí
Agarrate fuerte a mi María
Agarrate fuerte a mi
Que tengo miedo
Y no tengo donde ir.
(...)
Y para terminar exhauto y vacío, purificado en virtud de la escritura y de la música, una única referencia a mi última noche en la Isla vivida en compañía de una sirena y de una niña que se fueron en un mismo taxi blanco.
“Ya no puedes escapar, un taxi blanco aparecerá: te llevará a un concierto, al cielo o a tu infierno, al centro de la nada donde poder gritar...” (José María Granados)
-Mamá.
Efectivamente, a las cinco de la mañana de un reloj que no atrasó su hora, se subió a un taxi blanco la niña que sigue exisitendo en su madre y cuyo beso de despedida me hace presente a Wendy y su dedal y mi sombra, y con quien compartir sin necesidad de palabras las heridas del amor y del tiempo: la elegida soledad del amado.
Dejo atrás definitivamente la Isla de la Calma volando por medio de mi mayor pensamiento alegre en ese momento (vosotras) y me embarco plenamente a vivir la próxima parada segura en mi existencia: el dos de diciembre en Granada.
Y no es tan sólo una señal. Es, simplemente, la Vida.
(Madrid, 06/11/05)
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"He visto tu cara ardiendo en un lienzo de agua, y me he sumergido en un sueño sin poderte tocar, formando un mosaico de sombras, buscando a ciegas lo que sé que no está."