Una mirada a lo que veo
Autorretrato (¿todo junto?) que nos han mandado hacer para clase de lengua castellana:
Su abuela siempre le contaba que nació con los ojos muy abiertos. Era cierto: le decían “Míryam, tienes los ojos muy grandes, o los abres mucho, no sé; y son muy marrones, das miedo cuando miras así”. A parte de eso, sus cabellos igualmente castaños solían caer como por descuido, poco más abajo de los hombros, sin ningún adorno. Casi como si los llevara por obligación. Tampoco eran abundantes y, además, tan finos que pasaba horas y horas desenredándolos... no les tenía excesivo aprecio.
Era muy poquita cosa: muy bajita y muy delgada. Apenas se hacía notar. A menudo vestía con lo que la gente cataloga como ropa normal: pantalones, camiseta, zapatillas deportivas. Nada de marca, y si la había, se encargaba de arrancarla. No usaba joyas, pero sí algunas baratijas: tres anillos, una pulsera de plástico, un reloj, algunos colgantes en una cadenilla de plata, todo recuerdos o regalos de amigos y familia. Unas gafas de cristal considerablemente grueso completaban su imagen: nada en especial.
Desde siempre su carácter había sido muy tranquilo. Odiaba las prisas, y solía sonreír con frecuencia, siempre y cuando la situación le pareciese adecuada. Era algo tímida, incapaz de poner en palabras todo lo que se amontonaba en su mente en cuestión de segundos. Detestaba sonrojarse porque le parecía estúpido; no se avergonzaba de ella misma y normalmente tampoco de sus actos. Pero no podía evitar que los colores se instalaran en sus mejillas manchándolas de tonos rosados e incluso rojizos. En fin, ella era así, qué se le iba a hacer.
No hablaba mucho, porque creía que no debía hablar si sus palabras no eran más importantes que el silencio, y habitualmente no lo eran. Aunque había personas con las que tenía la confianza suficiente como para decir siempre lo que se le pasara por la cabeza; y si no lo decía en voz alta, aquellas personas le leían la mente, ya que una vez la conocías era transparente en su totalidad.
Había cosas que, más que gustarle, la apasionaban desde que tenía memoria (y eso era mucho tiempo). Una de ellas era la lectura. Aprendió a leer antes de ir al colegio, y algunas técnicas de lectura antes de que alguien se molestara en enseñárselas. Devoraba con cariño las páginas de cualquier novela, deteniéndose a veces para olerlas. Porque, a propósito de olores, se auto consideraba la persona más maniática y sensible que conocía hasta la fecha, al menos en cuanto al sentido del olfato, claro está.
Otra de las cosas que le encantaba era escribir. Escribía muchísimo, si tenemos en cuenta que pensaba escribiendo. Era su entretenimiento preferido: añadía acotaciones a sus pensamientos, palabras y situaciones. Describía mentalmente todo lo que su campo de visión le permitía. Incluso en ocasiones dejaba volar la imaginación y pasaba horas creando personajes nuevos con historias propias que se entrelazaban unas con otras, formando una maraña indescifrable de tal tamaño que se veía forzada a regresar a la realidad de golpe. Pocas veces conseguía plasmarlo todo en un papel, suponía un gran reto para ella, pero era un reto que adoraba.
Su nueva afición era la música. Opinaba que era otro tipo de lenguaje, más profundo y difícil que el de las palabras, aunque también con más matices. Así, no solo escuchaba música, sino que la sentía y a menudo también la componía para si, sin pasarla a pentagramas. Soñaba con el día en que tuviera los recursos económicos suficientes para pagarse clases particulares de piano.
De vez en cuando también se dedicaba a la fotografía, pero le resultaba mucho más difícil que la lectura o la escritura, y además tenía poca paciencia.
Se definía como una persona rara en una vida demasiado normal. Quizá fuera cierto.
Su abuela siempre le contaba que nació con los ojos muy abiertos. Era cierto: le decían “Míryam, tienes los ojos muy grandes, o los abres mucho, no sé; y son muy marrones, das miedo cuando miras así”. A parte de eso, sus cabellos igualmente castaños solían caer como por descuido, poco más abajo de los hombros, sin ningún adorno. Casi como si los llevara por obligación. Tampoco eran abundantes y, además, tan finos que pasaba horas y horas desenredándolos... no les tenía excesivo aprecio.
Era muy poquita cosa: muy bajita y muy delgada. Apenas se hacía notar. A menudo vestía con lo que la gente cataloga como ropa normal: pantalones, camiseta, zapatillas deportivas. Nada de marca, y si la había, se encargaba de arrancarla. No usaba joyas, pero sí algunas baratijas: tres anillos, una pulsera de plástico, un reloj, algunos colgantes en una cadenilla de plata, todo recuerdos o regalos de amigos y familia. Unas gafas de cristal considerablemente grueso completaban su imagen: nada en especial.
Desde siempre su carácter había sido muy tranquilo. Odiaba las prisas, y solía sonreír con frecuencia, siempre y cuando la situación le pareciese adecuada. Era algo tímida, incapaz de poner en palabras todo lo que se amontonaba en su mente en cuestión de segundos. Detestaba sonrojarse porque le parecía estúpido; no se avergonzaba de ella misma y normalmente tampoco de sus actos. Pero no podía evitar que los colores se instalaran en sus mejillas manchándolas de tonos rosados e incluso rojizos. En fin, ella era así, qué se le iba a hacer.
No hablaba mucho, porque creía que no debía hablar si sus palabras no eran más importantes que el silencio, y habitualmente no lo eran. Aunque había personas con las que tenía la confianza suficiente como para decir siempre lo que se le pasara por la cabeza; y si no lo decía en voz alta, aquellas personas le leían la mente, ya que una vez la conocías era transparente en su totalidad.
Había cosas que, más que gustarle, la apasionaban desde que tenía memoria (y eso era mucho tiempo). Una de ellas era la lectura. Aprendió a leer antes de ir al colegio, y algunas técnicas de lectura antes de que alguien se molestara en enseñárselas. Devoraba con cariño las páginas de cualquier novela, deteniéndose a veces para olerlas. Porque, a propósito de olores, se auto consideraba la persona más maniática y sensible que conocía hasta la fecha, al menos en cuanto al sentido del olfato, claro está.
Otra de las cosas que le encantaba era escribir. Escribía muchísimo, si tenemos en cuenta que pensaba escribiendo. Era su entretenimiento preferido: añadía acotaciones a sus pensamientos, palabras y situaciones. Describía mentalmente todo lo que su campo de visión le permitía. Incluso en ocasiones dejaba volar la imaginación y pasaba horas creando personajes nuevos con historias propias que se entrelazaban unas con otras, formando una maraña indescifrable de tal tamaño que se veía forzada a regresar a la realidad de golpe. Pocas veces conseguía plasmarlo todo en un papel, suponía un gran reto para ella, pero era un reto que adoraba.
Su nueva afición era la música. Opinaba que era otro tipo de lenguaje, más profundo y difícil que el de las palabras, aunque también con más matices. Así, no solo escuchaba música, sino que la sentía y a menudo también la componía para si, sin pasarla a pentagramas. Soñaba con el día en que tuviera los recursos económicos suficientes para pagarse clases particulares de piano.
De vez en cuando también se dedicaba a la fotografía, pero le resultaba mucho más difícil que la lectura o la escritura, y además tenía poca paciencia.
Se definía como una persona rara en una vida demasiado normal. Quizá fuera cierto.
"Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo..." (H.Hesse)
UNO
Se hace difícil andar por esta ciudad (supongo que el concepto de andar es extrapolable a cualquier sitio con aceras de baldosas de cemento donde posar los pies cuando sea complicado volar, edificios de hormigón que ocultan cualquier atisbo de horizonte que intentes imaginar, y bramidos encabronados de coches encabronados de conductores encabronados) entre el frío del invierno, el viento que se cuela por un hueco entre la chaqueta y la bufanda exactamente a la altura del cuello, y las piscinas de agua que forma en el suelo tanta lluvia impertinente. Metes una mano en un bolsillo y con la otra intentas sujetar el paraguas de la mejor forma posible para acabar lo menos chorreante, dando por hecho que te mojas hasta los huesos. Por si eso fuera poco, es necesario esquivar las gotas de agua de tu propio paraguas que como ratas traicioneras caen desde los costados, clic, clac, y que inconscientemente para ti te dejan el brazo perdido. Además entras en una guerra ya declarada contra el resto de paraguas que sujetan al resto de personas, y que no dudarán en sacarte un ojo con tal de defender su línea de camino. Es interesante observar cómo el ser humano demuestra su terrible egoísmo despiadado cuando se esconde debajo de un paraguas, aunque siempre es esperanzador pensar que los fusiles no protegen de la lluvia.
Un semáforo en rojo es una puñalada trapera. Miras el paso de cebra desde el bordillo, rezando para no resbalar cuando el muñeco se enverde. Es el momento de reconocer tus pies dentro de unos calcetines empapados, aunque no importa más de la cuenta. Aprietas el paso, sabiendo que estás cerca de casa, aunque no sea especialmente motivante el hecho de llegar, notar su frío y su silencio, y preparar algún tipo de cena rudimentaria y sencilla que baste para justificar la supuesta necesidad de comer tres veces al día. En la plaza un grupo de gitanos bendice una guitarra y canta una especie de flamenco que hace cumplir los tópicos, y que te hace sentir un poco más vivo. Miras de reojo los andamios grises de un ambulatorio cerrado, y te cruzas con varios grupos de personas con los cuales, evidentemente, no intercambias una sola palabra. Sientes que mientras andas tienes que esquivar a la gente, o ellos jamás lo harán contigo. Notas una punzada en la espalda, y percibes que la vida está detrás, asquerosamente cerca. Das dos o tres pasos, y deseas que el disparo haya tenido retroceso. Para que se joda.
Se hace difícil andar por esta ciudad (supongo que el concepto de andar es extrapolable a cualquier sitio con aceras de baldosas de cemento donde posar los pies cuando sea complicado volar, edificios de hormigón que ocultan cualquier atisbo de horizonte que intentes imaginar, y bramidos encabronados de coches encabronados de conductores encabronados) entre el frío del invierno, el viento que se cuela por un hueco entre la chaqueta y la bufanda exactamente a la altura del cuello, y las piscinas de agua que forma en el suelo tanta lluvia impertinente. Metes una mano en un bolsillo y con la otra intentas sujetar el paraguas de la mejor forma posible para acabar lo menos chorreante, dando por hecho que te mojas hasta los huesos. Por si eso fuera poco, es necesario esquivar las gotas de agua de tu propio paraguas que como ratas traicioneras caen desde los costados, clic, clac, y que inconscientemente para ti te dejan el brazo perdido. Además entras en una guerra ya declarada contra el resto de paraguas que sujetan al resto de personas, y que no dudarán en sacarte un ojo con tal de defender su línea de camino. Es interesante observar cómo el ser humano demuestra su terrible egoísmo despiadado cuando se esconde debajo de un paraguas, aunque siempre es esperanzador pensar que los fusiles no protegen de la lluvia.
Un semáforo en rojo es una puñalada trapera. Miras el paso de cebra desde el bordillo, rezando para no resbalar cuando el muñeco se enverde. Es el momento de reconocer tus pies dentro de unos calcetines empapados, aunque no importa más de la cuenta. Aprietas el paso, sabiendo que estás cerca de casa, aunque no sea especialmente motivante el hecho de llegar, notar su frío y su silencio, y preparar algún tipo de cena rudimentaria y sencilla que baste para justificar la supuesta necesidad de comer tres veces al día. En la plaza un grupo de gitanos bendice una guitarra y canta una especie de flamenco que hace cumplir los tópicos, y que te hace sentir un poco más vivo. Miras de reojo los andamios grises de un ambulatorio cerrado, y te cruzas con varios grupos de personas con los cuales, evidentemente, no intercambias una sola palabra. Sientes que mientras andas tienes que esquivar a la gente, o ellos jamás lo harán contigo. Notas una punzada en la espalda, y percibes que la vida está detrás, asquerosamente cerca. Das dos o tres pasos, y deseas que el disparo haya tenido retroceso. Para que se joda.
DOS
Son terribles las tardes de domingo. Es un hecho que destruyen cada semana, y a punto están de hacerlo también con uno mismo. En lugar de llegar como llega un tren a una estación o una carta a un buzón (es horrorosa la disposición de los buzones en el perverso mundo de las comunidades de vecinos, donde la ranura sólo deja entrar cartas blancas y delgadas, en una vergonzosa discriminación de los paquetes obesos, luego ilusionantes) se abalanzan encima de uno hasta hacer parecer innecesario el disponer de tiempo libre, aunque estas dos últimas palabras sean intrínsecamente contradictorias. Así que aquí estamos los dos, sentados en un banco de un parque comiendo pipas con sal (es mentira, realmente comemos sal con pipas) mientras vemos pasar por delante parejas formadas por uno y una que conducen un carrito de bebé y arrastran una correa que contiene al final un cuello de perro. Otras parejas también están formadas por uno y una, pero éstas no conducen perros ni arrastran niños, tan sólo a ellos mismos a través de las manos, y probablemente acabarán comprando una casa con su parque debajo, su cámara en el portero automático y su garaje para el coche, deambularán los domingos por la tarde hasta hacer de ello una costumbre, y serán felices porque se creen felices.
No hay mucho más que hacer porque la sal no deja tiempo para nada, además de inflar los labios. Entre pipa y pipa una mirada basta, y si uno es lo suficientemente hábil para realizar todo el proceso de retirada de cáscara mientras se sujeta el puñado que se comerá a continuación con una sola mano, quedará libre la otra para acariciar una rodilla, un muslo o una oreja, entre los chasquidos musicales producidos por los dientes. Se escapa una sonrisa cómplice, y las dos bocas saladas hacen una sola muy salada. Una sola boca, un solo corazón, una sola persona, y así sucesivamente, ya sabes. La tuya muerde, la mía acaricia, y al revés. Luego vendrá algún tequiero, y más sal. Aburrido de los labios hinchados los míos bajarán hasta tu cuello, y la regla de suavidad impuesta me obligará a ser delicado entre beso y beso, prohibiendo por ley el uso de los dientes. Esa ley parece mucho más difusa cuando tú llevas tu sal a la parte inferior de una de mis orejas, y lo siguiente es un escalofrío. Lo más probable es que después dejemos de ser mancos y las manos salgan a escena, y sin saber cómo estaremos en casa, entre temblor y temblor, desnudándonos muchas veces, más allá de aquel arte tan valorado de quitar la ropa del cuerpo humano. Dentro del frío hará calor, y la sal se habrá difuminado prácticamente por completo, quedando únicamente el sabor de la propaganda personal, de las palabras internas. Bastará un pellizco, un calambre en una zona estratégica del mapa político de la piel para que el subconsciente me haga doblar las rodillas, y acabaré casi frenético entre tus piernas, tal vez del mismo modo que al principio, y tú también sabrás a sal como entonces.
Nos levantamos del banco deseosos de llegar a casa y terminar allí con la tarde de domingo, sabedores de que esta vez ella no ha acabado con nosotros. Multitud de parejas quedan sentadas en los bancos del parque, creando sus propias reglas. Comienzo a subir la cuesta y te agarro de la cintura. Entre tanto deseo aún queda un momento para ser racional. Miro al suelo y sólo veo mis pies, inspiro y respiro mientras pienso qué difícil debe ser estar solo, en este puto mundo de siameses.
Son terribles las tardes de domingo. Es un hecho que destruyen cada semana, y a punto están de hacerlo también con uno mismo. En lugar de llegar como llega un tren a una estación o una carta a un buzón (es horrorosa la disposición de los buzones en el perverso mundo de las comunidades de vecinos, donde la ranura sólo deja entrar cartas blancas y delgadas, en una vergonzosa discriminación de los paquetes obesos, luego ilusionantes) se abalanzan encima de uno hasta hacer parecer innecesario el disponer de tiempo libre, aunque estas dos últimas palabras sean intrínsecamente contradictorias. Así que aquí estamos los dos, sentados en un banco de un parque comiendo pipas con sal (es mentira, realmente comemos sal con pipas) mientras vemos pasar por delante parejas formadas por uno y una que conducen un carrito de bebé y arrastran una correa que contiene al final un cuello de perro. Otras parejas también están formadas por uno y una, pero éstas no conducen perros ni arrastran niños, tan sólo a ellos mismos a través de las manos, y probablemente acabarán comprando una casa con su parque debajo, su cámara en el portero automático y su garaje para el coche, deambularán los domingos por la tarde hasta hacer de ello una costumbre, y serán felices porque se creen felices.
No hay mucho más que hacer porque la sal no deja tiempo para nada, además de inflar los labios. Entre pipa y pipa una mirada basta, y si uno es lo suficientemente hábil para realizar todo el proceso de retirada de cáscara mientras se sujeta el puñado que se comerá a continuación con una sola mano, quedará libre la otra para acariciar una rodilla, un muslo o una oreja, entre los chasquidos musicales producidos por los dientes. Se escapa una sonrisa cómplice, y las dos bocas saladas hacen una sola muy salada. Una sola boca, un solo corazón, una sola persona, y así sucesivamente, ya sabes. La tuya muerde, la mía acaricia, y al revés. Luego vendrá algún tequiero, y más sal. Aburrido de los labios hinchados los míos bajarán hasta tu cuello, y la regla de suavidad impuesta me obligará a ser delicado entre beso y beso, prohibiendo por ley el uso de los dientes. Esa ley parece mucho más difusa cuando tú llevas tu sal a la parte inferior de una de mis orejas, y lo siguiente es un escalofrío. Lo más probable es que después dejemos de ser mancos y las manos salgan a escena, y sin saber cómo estaremos en casa, entre temblor y temblor, desnudándonos muchas veces, más allá de aquel arte tan valorado de quitar la ropa del cuerpo humano. Dentro del frío hará calor, y la sal se habrá difuminado prácticamente por completo, quedando únicamente el sabor de la propaganda personal, de las palabras internas. Bastará un pellizco, un calambre en una zona estratégica del mapa político de la piel para que el subconsciente me haga doblar las rodillas, y acabaré casi frenético entre tus piernas, tal vez del mismo modo que al principio, y tú también sabrás a sal como entonces.
Nos levantamos del banco deseosos de llegar a casa y terminar allí con la tarde de domingo, sabedores de que esta vez ella no ha acabado con nosotros. Multitud de parejas quedan sentadas en los bancos del parque, creando sus propias reglas. Comienzo a subir la cuesta y te agarro de la cintura. Entre tanto deseo aún queda un momento para ser racional. Miro al suelo y sólo veo mis pies, inspiro y respiro mientras pienso qué difícil debe ser estar solo, en este puto mundo de siameses.
El grupo se adentró sigilosamente en la sala... la luz tenue de una bombilla agonizante, condenada a colgar del techo hacía un tiempo por brillar más que el resto, pero ahora apagada y consumida, cansada y casi olvidada, iluminaba el lugar, dejando amplios márgenes a la imaginación y los sentidos. Despedía un tufo singular e inimitable, ya que había sido utilizado para crear belleza y putrefacción a partes iguales; era tan intrínseco que ni el mejor perfumista de la historia sería capaz de descomponerlo, ni siquiera partirlo en dos. Era la esencia creadora y destructora de la vida, concentrada, exprimida al máximo, que esperaba latente a ser descubierta para fulgurar pululante entre las ánimas vacías y llenarlas de esplendor.
Había sido abandonado. Las probetas, algunas mugrientas, otras descuartizadas cruelmente en el suelo, apenas dejaban pasar la escasa luz. Las ventanas, tapiadas, obligadas a mantener acallado y oculto el laboratorio, lo velaban en silencio. Todavía había mendrugos de antiguos experimentos, algunos en tarros de cristal, guardados cual reliquia o miel, todos ellos incompletos y carentes ya de sentido.
Ellos se encargarían de arreglarlo todo. Habían descubierto su nuevo hogar.
Había sido abandonado. Las probetas, algunas mugrientas, otras descuartizadas cruelmente en el suelo, apenas dejaban pasar la escasa luz. Las ventanas, tapiadas, obligadas a mantener acallado y oculto el laboratorio, lo velaban en silencio. Todavía había mendrugos de antiguos experimentos, algunos en tarros de cristal, guardados cual reliquia o miel, todos ellos incompletos y carentes ya de sentido.
Ellos se encargarían de arreglarlo todo. Habían descubierto su nuevo hogar.
"Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo..." (H.Hesse)
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-Al terminar la bebida , jugueteé con una onda de su pelo, con la hebilla de su chaqueta, con el reborde del pantalón... Bromeábamos, nos reíamos. Poco a poco se restauró nuestro mundo y se alejaron todos los demás. La pasión aventa como un vendaval, el resto de los afectos, el resto de los recuerdos. Mi desorden, se enfrentó con ventaja a su nuevo orden instaurado, que desconozco. Y me cercioré de que mi interés aumentaba porque algo se le contraponía, porque algo se resistía y le presentaba querellas. Era cuestión de destruir cimientos nuevos, de obtener otra vez de las médulas el acuerdo que durante mucho nos ha unido.
Mientras me preguntaba porqué aquellas manos, porqué aquellos párpados, me di cuenta de mi derrota, una derrota no elegida por nadie. Una derrota sin triunfador.
A pesar de todo, la batalla la había ganado con todos los honores.
Habrá en casi todo una actitud poética que no se materialice en nada, si no en procurar estarse ante las cosas con una posición de aprendizaje, de pregunta, de perplejidad: algo que no es más que una vía de conocimiento y no de comunicación. De ahí que todo se concrete de la forma más difícil: como una lenta cristalización insoportable, una quemadura con la realidad más honda y verdadera, una reunión de contrarios...-
Mientras me preguntaba porqué aquellas manos, porqué aquellos párpados, me di cuenta de mi derrota, una derrota no elegida por nadie. Una derrota sin triunfador.
A pesar de todo, la batalla la había ganado con todos los honores.
Habrá en casi todo una actitud poética que no se materialice en nada, si no en procurar estarse ante las cosas con una posición de aprendizaje, de pregunta, de perplejidad: algo que no es más que una vía de conocimiento y no de comunicación. De ahí que todo se concrete de la forma más difícil: como una lenta cristalización insoportable, una quemadura con la realidad más honda y verdadera, una reunión de contrarios...-
"Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese fue todo su patrimonio..."
*Somos lo que decimos...*
*Somos lo que decimos...*
- Hay pasos difíciles que no se dan casi nunca. Sobre todo el de la indiferencia. Queda un resquemor, o una afición indulgente y templada. Lo que puede llegar a producirla es la inmovilidad de los recuerdos, que van perdiendo lentamente la partida.
Se trata de una casa cuyos deterioros ya nadie reconstruye: se la visita, pero no se la revoca, no se la vive, y las goteras, las humedades, las sabandijas, las imtemperies, la menoscaban y la afean, hasta que los visitantes dejan de acudir.
El camino del olvido es el inverso al de la vida. Pero en ese regreso a la previa indiferencia, bajo luces distintas, se ven paisajes que no se habían visto en la ida. Y es que ya somos nosotros otra vez. Los recuerdos se diluyen, sin perderse, en el iridiscente líquido del día a día, y al diluirse pierden su amargura. Porque van ya camino del olvido, que no los borra sino que los traspone y les permite volver de tiempo en tiempo: evocados, llamados, no ya presentes a todas horas como antes. Y luego ya, por fin, tampoco llamados, sino sobrevenidos solo por descuido, o al tropezar con algo suyo que los identifica, mansos, fraternales, como envueltos en el cariño con el que se envuelven los recuerdos falseados de la infancia. No agresivos como eran, no puntiagudos.
Pero como los recuerdos, hay dichas que también nos sobrevienen demasiado tarde, son esas las que no tienen remedio...-
Se trata de una casa cuyos deterioros ya nadie reconstruye: se la visita, pero no se la revoca, no se la vive, y las goteras, las humedades, las sabandijas, las imtemperies, la menoscaban y la afean, hasta que los visitantes dejan de acudir.
El camino del olvido es el inverso al de la vida. Pero en ese regreso a la previa indiferencia, bajo luces distintas, se ven paisajes que no se habían visto en la ida. Y es que ya somos nosotros otra vez. Los recuerdos se diluyen, sin perderse, en el iridiscente líquido del día a día, y al diluirse pierden su amargura. Porque van ya camino del olvido, que no los borra sino que los traspone y les permite volver de tiempo en tiempo: evocados, llamados, no ya presentes a todas horas como antes. Y luego ya, por fin, tampoco llamados, sino sobrevenidos solo por descuido, o al tropezar con algo suyo que los identifica, mansos, fraternales, como envueltos en el cariño con el que se envuelven los recuerdos falseados de la infancia. No agresivos como eran, no puntiagudos.
Pero como los recuerdos, hay dichas que también nos sobrevienen demasiado tarde, son esas las que no tienen remedio...-
"Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese fue todo su patrimonio..."
*Somos lo que decimos...*
*Somos lo que decimos...*
Con ésto de recuperar me estoy haciendo pesada . Perdón por la paranoía.
- Anoche me dió por recapacitar sobre esta vida mía aqui, en la Tierra, con los pies más o menos apoyados en ella. Mi vida comparada con la de los demás...
Miré a mi alrededor y vi unas paredes relucientes, y en el interior un corazón desconchadísimo.
Y solo. De nuevo. Como siempre. A pesar de los jaleos, los chismes, las gracias... Esa bulla no impide que ahora todo sea como una película que se ha dejado de rodar antes del final. Queda un decorado pobre y un personaje al que el guionista ha castigado echándolo de la historia antes del final porque estaba descontento con él. E imaginé, sin dormir todavía, que el resto del elenco estaba junto aún, embarullando como cuando yo estaba con él, disfrutando de las eternas boberías, sin echar en falta al personaje desterrado, que comenzaba a desear el fin de la película...
Ya por la mañana, esta misma mañana, después de dormitar un par de horas, mientras me lavaba los dientes frente al espejo del lavabo, me miré a los ojos. "¿Quién eres? ¿O quién soy...? ¿Somos la misma? ¿Lo hemos sido siempre?".
No había nadie junto a mi, tampoco en el espejo. Eso me entristeció.
"¿De quién son esos ojos que me observan? ¿Qué tienen que ver conmigo esas huellas de cansancio tan largo? ¿Qué camino he seguido para llegar aquí?".
Me preocupaba si era el mío verdadero, o me había desviado en algún instante. Pero, ¿quién señala a cada uno su camino? ¿No era yo el mío? Cada uno es, o va terminando por ser, su camino.
Qué pereza ordenar esa arca confusa. Cuántas muertes... ¿Irreparables?. Irreparable, si... Pero escuché otra voz al trasluz de la mía propia:
"Considera que no puedes juzgar con estos ojos de hoy, desapasionados, las acciones entusiastas de ayer." Pero mi imágen ahí enfrente... "El derecho a la imágen, existía ya en Roma: alguien privilegiado se retrataba en piedra y exhibía el rostro en público. Porque la imágen es cosa de otros y no nuestra... Y tú estás ahora sóla"
Sin embargo, soy yo quién está detrás de ésa. La niña, la adolescente, la joven... Fui la estremecida por la impaciencia, la perpetua insatisfecha de si y de los demás, la insaciable, la enamorada, la madre de mi hijo.
"Y ésta, cuyo nombre acaso la muerte esté aprendiendo, ¿quién será? ¿No te haces cargo de ella? Ahora que cualquier día puedes tener el fin cerca. Hay días, recuérdalo, en que escuchas pasos que no da nadie. No es todavía la muerte. Tú sabes bien quien es."
Suspiré, me había quedado sin resuello... Y sea como fuera, no hay que hacer muecas delante de un espejo.
Juzgué que todo estaba como debiera estar. Me metí dentro de los ojos del espejo. Pasé bajo su grisáceo arco, y era un arco de triunfo. Yo, esta de ahora, esta de mañana, soy la pista y la carrera; los corredores eran quienes a mi me hicieron. No podía defraudarlos. A ellos, que se afanaron en cubrir jadeantes el tramo establecido para cada uno, que codo con codo, me fueron acompañando hasta este espejo de hoy... No puedo abandonar hasta quienes hasta ahora se esforzaron porque yo fuera cada día más yo...
Pero al mismo tiempo que yo, ¿no fracasaron todos ellos?.
Volvió la voz: "La vida no es implacable, escomprensiva y misericordiosa. Sólo exige ser vivida con ciega confianza. Y con alegría creciente: ten cuidado. Si no, ese sería el reproche más grande que tedrían que hacerte... ¿Te creiste capaz de enriquecer la vida? Pues sonríe. Perdónate y sonríete. Si pierde sla alegría de estar viva es que la muerte anida ya dentro de ti... Si has terminado de lavar la cara y cepillar tus dientes, muerde otra vez, con más fuerza que nunca, la ácida y brillante manzana del principo. Siempre hay un principio."
Me sonreí sin demasiadas ganas, y me dije que una noche de insomnio estropea a cualquiera.-
- Anoche me dió por recapacitar sobre esta vida mía aqui, en la Tierra, con los pies más o menos apoyados en ella. Mi vida comparada con la de los demás...
Miré a mi alrededor y vi unas paredes relucientes, y en el interior un corazón desconchadísimo.
Y solo. De nuevo. Como siempre. A pesar de los jaleos, los chismes, las gracias... Esa bulla no impide que ahora todo sea como una película que se ha dejado de rodar antes del final. Queda un decorado pobre y un personaje al que el guionista ha castigado echándolo de la historia antes del final porque estaba descontento con él. E imaginé, sin dormir todavía, que el resto del elenco estaba junto aún, embarullando como cuando yo estaba con él, disfrutando de las eternas boberías, sin echar en falta al personaje desterrado, que comenzaba a desear el fin de la película...
Ya por la mañana, esta misma mañana, después de dormitar un par de horas, mientras me lavaba los dientes frente al espejo del lavabo, me miré a los ojos. "¿Quién eres? ¿O quién soy...? ¿Somos la misma? ¿Lo hemos sido siempre?".
No había nadie junto a mi, tampoco en el espejo. Eso me entristeció.
"¿De quién son esos ojos que me observan? ¿Qué tienen que ver conmigo esas huellas de cansancio tan largo? ¿Qué camino he seguido para llegar aquí?".
Me preocupaba si era el mío verdadero, o me había desviado en algún instante. Pero, ¿quién señala a cada uno su camino? ¿No era yo el mío? Cada uno es, o va terminando por ser, su camino.
Qué pereza ordenar esa arca confusa. Cuántas muertes... ¿Irreparables?. Irreparable, si... Pero escuché otra voz al trasluz de la mía propia:
"Considera que no puedes juzgar con estos ojos de hoy, desapasionados, las acciones entusiastas de ayer." Pero mi imágen ahí enfrente... "El derecho a la imágen, existía ya en Roma: alguien privilegiado se retrataba en piedra y exhibía el rostro en público. Porque la imágen es cosa de otros y no nuestra... Y tú estás ahora sóla"
Sin embargo, soy yo quién está detrás de ésa. La niña, la adolescente, la joven... Fui la estremecida por la impaciencia, la perpetua insatisfecha de si y de los demás, la insaciable, la enamorada, la madre de mi hijo.
"Y ésta, cuyo nombre acaso la muerte esté aprendiendo, ¿quién será? ¿No te haces cargo de ella? Ahora que cualquier día puedes tener el fin cerca. Hay días, recuérdalo, en que escuchas pasos que no da nadie. No es todavía la muerte. Tú sabes bien quien es."
Suspiré, me había quedado sin resuello... Y sea como fuera, no hay que hacer muecas delante de un espejo.
Juzgué que todo estaba como debiera estar. Me metí dentro de los ojos del espejo. Pasé bajo su grisáceo arco, y era un arco de triunfo. Yo, esta de ahora, esta de mañana, soy la pista y la carrera; los corredores eran quienes a mi me hicieron. No podía defraudarlos. A ellos, que se afanaron en cubrir jadeantes el tramo establecido para cada uno, que codo con codo, me fueron acompañando hasta este espejo de hoy... No puedo abandonar hasta quienes hasta ahora se esforzaron porque yo fuera cada día más yo...
Pero al mismo tiempo que yo, ¿no fracasaron todos ellos?.
Volvió la voz: "La vida no es implacable, escomprensiva y misericordiosa. Sólo exige ser vivida con ciega confianza. Y con alegría creciente: ten cuidado. Si no, ese sería el reproche más grande que tedrían que hacerte... ¿Te creiste capaz de enriquecer la vida? Pues sonríe. Perdónate y sonríete. Si pierde sla alegría de estar viva es que la muerte anida ya dentro de ti... Si has terminado de lavar la cara y cepillar tus dientes, muerde otra vez, con más fuerza que nunca, la ácida y brillante manzana del principo. Siempre hay un principio."
Me sonreí sin demasiadas ganas, y me dije que una noche de insomnio estropea a cualquiera.-
"Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese fue todo su patrimonio..."
*Somos lo que decimos...*
*Somos lo que decimos...*
(y) TRES
Crees que el dolor es localizado, que el golpe es homogéneo, provoca un traumatismo craneoencefálico severo, el paciente cae en coma y con suerte se despertará un mes después de la misma forma en la que se ha ido a dormir. Sin rastros, sin daños colaterales, sin metralla en los muslos, o en el pecho. Crees que la solución dialéctica, además, sólo tiene un camino y es de una dirección. En definitiva, unificas todo en un solo problema, un solo perdón. Pero no te das cuenta de que no me duele el fondo, sino que me abrasa la forma. Tú te impones un centro y te fijas en él. Yo sufro su circunferencia: interés periférico, otra vez. Crees que es fácil, que no hay detalles. Pero esto es un Monet, importan las pinceladas, el simbolismo. Lo que ves no es sino una representación de la realidad, muy clara: tú y yo no estamos juntos, por tanto existe plena libertad sexual disfrazada de libertad sentimental. Pero no te quieres dar cuenta de que lo que me duele es un “nene”, un “neno”, unas fotos o unos calcetines. En fin, de que lo que me duele es el trazo. De que vives en un lienzo que no soy capaz de comprender.
Crees que el dolor es localizado, que el golpe es homogéneo, provoca un traumatismo craneoencefálico severo, el paciente cae en coma y con suerte se despertará un mes después de la misma forma en la que se ha ido a dormir. Sin rastros, sin daños colaterales, sin metralla en los muslos, o en el pecho. Crees que la solución dialéctica, además, sólo tiene un camino y es de una dirección. En definitiva, unificas todo en un solo problema, un solo perdón. Pero no te das cuenta de que no me duele el fondo, sino que me abrasa la forma. Tú te impones un centro y te fijas en él. Yo sufro su circunferencia: interés periférico, otra vez. Crees que es fácil, que no hay detalles. Pero esto es un Monet, importan las pinceladas, el simbolismo. Lo que ves no es sino una representación de la realidad, muy clara: tú y yo no estamos juntos, por tanto existe plena libertad sexual disfrazada de libertad sentimental. Pero no te quieres dar cuenta de que lo que me duele es un “nene”, un “neno”, unas fotos o unos calcetines. En fin, de que lo que me duele es el trazo. De que vives en un lienzo que no soy capaz de comprender.
Ojalá mirase a mi alrededor y no viese el daño causado. Quizás lo ideal hubiese sido no haber tirado sobre la tierra tanta cal, que quema.
Siento ver lágrimas que no apagan ningún fuego, y sin embargo se me antoja una sonrisa en la boca, donde debería haber una patada (Zas).
Y no tengo valor para pedir ya más perdón, porque mirando lo que veo solo quiero huir. Y no es una solución, como tampoco es no mirar lo que veo. Infantil juego que si no te miro no me haces daño.
Y no pretendo con mis matices clavar más fuerte el cuchillo, pero mi forma de ser hace de esto un daño, y más fuerte.
Y lo que me jode es que por más que miré, que intente cambiar el paisaje nunca entiendas que las palabras van a otro nivel.
Nunca fuí una buena pintora
Siento ver lágrimas que no apagan ningún fuego, y sin embargo se me antoja una sonrisa en la boca, donde debería haber una patada (Zas).
Y no tengo valor para pedir ya más perdón, porque mirando lo que veo solo quiero huir. Y no es una solución, como tampoco es no mirar lo que veo. Infantil juego que si no te miro no me haces daño.
Y no pretendo con mis matices clavar más fuerte el cuchillo, pero mi forma de ser hace de esto un daño, y más fuerte.
Y lo que me jode es que por más que miré, que intente cambiar el paisaje nunca entiendas que las palabras van a otro nivel.
Nunca fuí una buena pintora
Incluso cuando una reúne valor suficiente para darlo tarda demasiado en sobrevenir el olvido. Tanto, que consigue engañarme para que crea de nuevo que todo es posible.Layma wrote:- Hay pasos difíciles que no se dan casi nunca. Sobre todo el de la indiferencia. Queda un resquemor...
-Bajo la pequeña ducha me vi abatida y no reconocí mi cuerpo. Era imposible que fuera el mismo del que bebieron otros cuerpos. Deseé como cada día que llegara la noche para dormir. Todo pasa, todo pasará, esta esponja, este gel, el polvo acumulado en los rincones, el cenicero lleno de colillas junto al lavabo. Todo se lo llevará el agua.
Tiré del tapón de la bañera que comenzó a vaciarse con mucha lentitud. Cada vez menos agua. Se balanceaba como con cierta alegría por ser así asumida. Lo entendí. Y vi de pronto que se apresuraba hacia el desagüe, y que formaba a su alrededor un remolino, urgente ya, acumulando prisa sobre prisa, toda la impaciencia del mundo, para escapar de aquella bañera y de mis pies... El deseo arrebatador, las confidencias, ahora este remolino... Y eso es todo.
Todos los de antes y yo éramos ya la misma. Todos esas capas que me configuran sin mucha elegancia, sin mucha resistencia. Quizás no caben retrocesos, quizás no es posible hacer que afloren esas antiguas capas sin que me desmorone entera yo... El agua, como tú, había desaparecido por completo. Dentro del albornoz me sequé la que aún quedaba sobre la piel. Unas gotas. Eran sólo unas gotas. Pero mi piel seguía húmeda impidiendo al olvido instalarse. Manteniendo la esperanza.-
"Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese fue todo su patrimonio..."
*Somos lo que decimos...*
*Somos lo que decimos...*
-Tiempo de asombros-
Vuelvo la vista atrás y recuerdo, con ternura, el quehacer de las abuelas, esperando tu llegada. Con dedos felices, ágiles y la destreza en las manos, con la alegría en los ojos y la ilusión en el alma, todo salió de su hacer: pequeños trozos de vida,patucones y camisas, pañales, cintas y demás. Hasta la cesta de mimbre iba vestida de fiesta, los encajes, los volantes, las cintas de tonos suaves, para tus primeros sueños: una almohada de ilusiones.
-----------------------------------
El tiempo de espera ha terminado, ya estás aquí, sobre mi corazón, tu cuerpo cálido y aún húmedo, que pesa como el mundo, y también es ligero, suave, casi tenue. No fue fácil, lo sabes, pero teníamos el mejor apoyo, su ayuda incomparable. Y así empezó la vida, tu vida, nuestra vida, que ya la adivinamos, hermosa, alegre, larga.
Nos han dejado solos, y los tres nos miramos, aunque tú todavía miras poco, y vamos descubriendo ese mundo distinto que ya nos prometíamos pero que nos sorprende, porque no hay nada igual, al mundo de la vida guardada en el espacio mínimo que tu ocupas, mi hijo.
-----------------------------------
Acabas de nacer, acabas de llegar y estás ahí, tranquilo, plácido, como si no fuera éste el momento más importante de toda tu vida y de toda mi vida. Estás ahí, tranquilo, plácido, fija tu mirada en los ojos de tu madre... tu madre, que soy yo ¿quién lo diría?, si apenas yo era ayer una mujer casi sin amarras, un espíritu inquieto, un alma fugaz, y ahora, apenas a unas pocas horas de distancia he anclado mi alma junto a ti, para siempre. No importa tu momento, sé que estaré contigo, al alcance de tu voz, tu llanto, tu risa o tu silencio, siempre.
----------------------------------
Hemos contado tus dedos, uno a uno, tal como nos enseñó el padre de tu padre, y los tenías todos, repartidos en manos y pies, largos y finos de lo más apropiados, dicen todos, para ser de mayor un artista al piano, o tal vez con el lápiz, el pincel, o quizás el violín.
---------------------------------
¿Cómo es posible, me pregunto, que tú, pequeño ser inmenso, hayas estado en mi, tan quedo, y ahora que estás fuera tenga mi vida toda pendiente de tu llanto, tu risa, tu mirada, la forma que sonríes cuando duermes? ¿Estaré yo en tus sueños?
Te estaba comtemplando, en realidad me paso horas contemplándote, y he visto tu mirada siguiendo con cuidado la forma de tus dedos y ví que los movías con cuidado, con mimo, y parece que hubieras encontrado ya tu primer juguete.
------------------------------
Apenas entrar en casa, al volver del hospital, te he llevado en mis brazos a que tomaras posesión de tu cuarto, tu cuarto hecho de sueños. Y me asaltan las preguntas: ¿qué pensarás de tu cuarto? ¿te gustará, te sentirás bien en él? ¿te gustarán las cortinas y el color de las paredes? ¿la estantería, los libros, las historias que harás tuyas? ¿la cesta de los juguetes con los perros y los osos? ¿te gustará tu moisés?.
¿Te gustarán los vecinos de la habitación de al lado?.
Y tú... ¿qué pensarás? ¿entenderás el ruido y el silencio? ¿y el porqué del murmullo cuando estás dormido? ¿y el arrullo de tu madre en tu oído?.
------------------------------
Cuando despierta el día me acerco cautelosa a ver si estás dormido. Si lo estás, es la paz contemplarte; si estás despierto en cambio, lo que empieza es la fiesta; aunque también hay veces que despiertas llorando y sólo te consuelas en brazos de mamá, escuchando el sonido que hace mi corazón.
¡Sentir que mi latido, mi aliento, hasta mi aroma, la forma de mis manos, el ruido de mis pasos, tienen forma de universo para ti! Tienen forma de madre.
------------------------------
Tu primer baño en casa, ¡cuánto revuelo armó!. Las abuelas, tu padre, el termómetro, el pato, tu pequeña cabeza apoyada en mi brazo, y yo, más que asustada, más bien hecha temblor, mientras tú tan confiado te bebías el agua con la que yo intentaba dejarte reluciente.
------------------------------
Has sonreído para mi, aunque aún yo sólo sea para ti una sombra, pero soy la sombra de mamá. Hoy he sido feliz, en realidad lo soy todos los días desde que estás conmigo, pero hoy has sonreído, no sólo sonreído, has reído con ganas, con los ojos, con las manos, y con ese sonido como de cascabeles, lleno de regocijo y... hoy he sido feliz.
----------------------------
A veces se me ausenta la sonrisa, se me ensombrece el alma toda entera e incluso a la alegría de tenerte la vuelve lenta la melancolía, llevándose la paz, también la calma. Y ¿porqué esta nostalgia? ¿será acaso que temo sea demasiado grande el cometido: convertirte en persona, enseñarte a vivir, a amar, a dar, a reir, y también a llorar?
¿Seré capaz?.
Vuelvo la vista atrás y recuerdo, con ternura, el quehacer de las abuelas, esperando tu llegada. Con dedos felices, ágiles y la destreza en las manos, con la alegría en los ojos y la ilusión en el alma, todo salió de su hacer: pequeños trozos de vida,patucones y camisas, pañales, cintas y demás. Hasta la cesta de mimbre iba vestida de fiesta, los encajes, los volantes, las cintas de tonos suaves, para tus primeros sueños: una almohada de ilusiones.
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El tiempo de espera ha terminado, ya estás aquí, sobre mi corazón, tu cuerpo cálido y aún húmedo, que pesa como el mundo, y también es ligero, suave, casi tenue. No fue fácil, lo sabes, pero teníamos el mejor apoyo, su ayuda incomparable. Y así empezó la vida, tu vida, nuestra vida, que ya la adivinamos, hermosa, alegre, larga.
Nos han dejado solos, y los tres nos miramos, aunque tú todavía miras poco, y vamos descubriendo ese mundo distinto que ya nos prometíamos pero que nos sorprende, porque no hay nada igual, al mundo de la vida guardada en el espacio mínimo que tu ocupas, mi hijo.
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Acabas de nacer, acabas de llegar y estás ahí, tranquilo, plácido, como si no fuera éste el momento más importante de toda tu vida y de toda mi vida. Estás ahí, tranquilo, plácido, fija tu mirada en los ojos de tu madre... tu madre, que soy yo ¿quién lo diría?, si apenas yo era ayer una mujer casi sin amarras, un espíritu inquieto, un alma fugaz, y ahora, apenas a unas pocas horas de distancia he anclado mi alma junto a ti, para siempre. No importa tu momento, sé que estaré contigo, al alcance de tu voz, tu llanto, tu risa o tu silencio, siempre.
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Hemos contado tus dedos, uno a uno, tal como nos enseñó el padre de tu padre, y los tenías todos, repartidos en manos y pies, largos y finos de lo más apropiados, dicen todos, para ser de mayor un artista al piano, o tal vez con el lápiz, el pincel, o quizás el violín.
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¿Cómo es posible, me pregunto, que tú, pequeño ser inmenso, hayas estado en mi, tan quedo, y ahora que estás fuera tenga mi vida toda pendiente de tu llanto, tu risa, tu mirada, la forma que sonríes cuando duermes? ¿Estaré yo en tus sueños?
Te estaba comtemplando, en realidad me paso horas contemplándote, y he visto tu mirada siguiendo con cuidado la forma de tus dedos y ví que los movías con cuidado, con mimo, y parece que hubieras encontrado ya tu primer juguete.
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Apenas entrar en casa, al volver del hospital, te he llevado en mis brazos a que tomaras posesión de tu cuarto, tu cuarto hecho de sueños. Y me asaltan las preguntas: ¿qué pensarás de tu cuarto? ¿te gustará, te sentirás bien en él? ¿te gustarán las cortinas y el color de las paredes? ¿la estantería, los libros, las historias que harás tuyas? ¿la cesta de los juguetes con los perros y los osos? ¿te gustará tu moisés?.
¿Te gustarán los vecinos de la habitación de al lado?.
Y tú... ¿qué pensarás? ¿entenderás el ruido y el silencio? ¿y el porqué del murmullo cuando estás dormido? ¿y el arrullo de tu madre en tu oído?.
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Cuando despierta el día me acerco cautelosa a ver si estás dormido. Si lo estás, es la paz contemplarte; si estás despierto en cambio, lo que empieza es la fiesta; aunque también hay veces que despiertas llorando y sólo te consuelas en brazos de mamá, escuchando el sonido que hace mi corazón.
¡Sentir que mi latido, mi aliento, hasta mi aroma, la forma de mis manos, el ruido de mis pasos, tienen forma de universo para ti! Tienen forma de madre.
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Tu primer baño en casa, ¡cuánto revuelo armó!. Las abuelas, tu padre, el termómetro, el pato, tu pequeña cabeza apoyada en mi brazo, y yo, más que asustada, más bien hecha temblor, mientras tú tan confiado te bebías el agua con la que yo intentaba dejarte reluciente.
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Has sonreído para mi, aunque aún yo sólo sea para ti una sombra, pero soy la sombra de mamá. Hoy he sido feliz, en realidad lo soy todos los días desde que estás conmigo, pero hoy has sonreído, no sólo sonreído, has reído con ganas, con los ojos, con las manos, y con ese sonido como de cascabeles, lleno de regocijo y... hoy he sido feliz.
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A veces se me ausenta la sonrisa, se me ensombrece el alma toda entera e incluso a la alegría de tenerte la vuelve lenta la melancolía, llevándose la paz, también la calma. Y ¿porqué esta nostalgia? ¿será acaso que temo sea demasiado grande el cometido: convertirte en persona, enseñarte a vivir, a amar, a dar, a reir, y también a llorar?
¿Seré capaz?.
"Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese fue todo su patrimonio..."
*Somos lo que decimos...*
*Somos lo que decimos...*
- Una tarde de las que vino a "tomar café", sin ninguna inmediata conexión con lo que conversábamos, citó unos versos de Teognis, un poeta arcaico griego, me aclaró: "Insensatos los hombres que lloran a sus muertos y no a la flor de la juventud que se marchita"... ¿Me estaba haciendo algún tipo de invitación a la vida?. "No la quiero", me limité a contestar.
La vida y el amor son una sóla enfermedad mortal, estamos muriendo a cada instante. Ambos nos devuelven, apenas regustados, al antes y a la nada irrevocable. Una mañana yacerán, bajo los verdes prados donde nos besábamos, comidas de gusanos, unas cuencas vacías donde resplandecieron aquellos ojos que nos contemplaban y nos comprendían.
Más acertado centrarse en las miradas que excluyen palabras, la melancolía de la ausencia, la tensión de la proximidad(su mano empezaba a subir por mi pierna), la posesión de un cuerpo, la curva de unos labios que se ofrece al beso en tanto la manos conquistan la piel y la carne que de antemano sabían suyas... Que ya había ganado antes de citar a Teognis.
Mejor quedarme ensimismada en el deseo que nos atosiga y nos empapa como una lluvia espesa y nos abate igual que un viento o un oleaje fuerte, y nos muerde en la boca, y nos araña, y nos deja ahogados. El deseo, el deseo que jamás podrá ser satisfecho, porque cada cuerpo suscita uno distinto, y los cuerpos de ayer no pesan ya sobre la tierra.
El cuerpo guarda sin saberlo la huella de los deseos cumplidos y también quizás de los que no se cumplieron y de los que ya no podrán cumplirse. Es el lenguaje del cuerpo codicioso el que debería empezar a comprender.-
La vida y el amor son una sóla enfermedad mortal, estamos muriendo a cada instante. Ambos nos devuelven, apenas regustados, al antes y a la nada irrevocable. Una mañana yacerán, bajo los verdes prados donde nos besábamos, comidas de gusanos, unas cuencas vacías donde resplandecieron aquellos ojos que nos contemplaban y nos comprendían.
Más acertado centrarse en las miradas que excluyen palabras, la melancolía de la ausencia, la tensión de la proximidad(su mano empezaba a subir por mi pierna), la posesión de un cuerpo, la curva de unos labios que se ofrece al beso en tanto la manos conquistan la piel y la carne que de antemano sabían suyas... Que ya había ganado antes de citar a Teognis.
Mejor quedarme ensimismada en el deseo que nos atosiga y nos empapa como una lluvia espesa y nos abate igual que un viento o un oleaje fuerte, y nos muerde en la boca, y nos araña, y nos deja ahogados. El deseo, el deseo que jamás podrá ser satisfecho, porque cada cuerpo suscita uno distinto, y los cuerpos de ayer no pesan ya sobre la tierra.
El cuerpo guarda sin saberlo la huella de los deseos cumplidos y también quizás de los que no se cumplieron y de los que ya no podrán cumplirse. Es el lenguaje del cuerpo codicioso el que debería empezar a comprender.-
"Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese fue todo su patrimonio..."
*Somos lo que decimos...*
*Somos lo que decimos...*