Fallé la promesa, recuperaste el sentido. No, el sentir. Y mientras me empeñaré en ser un dios cercano(una diosa cercana)
. Gracias.
Llevaba toda la semana pensando en ti, en verte. Preparé una cena ligera, que apenas probamos. Dabas la impresión que en cualquier momento ibas a romper a hablar, después hacías un gesto con la copa o el tenedor y permanecías mudo. Yo no sabía que hacer o decir para distraerte, y tu beso al llegar aún me quemaba en los labios. Era evidente que deseabas actuar con corrección, algo que nunca antes habíamos practicado. "¿Cómo estás?. Se te ve muy guapa", comentaste al llegar. No hacia falta decirlo, ya sabía que lo pensabas. Te puse una mano en el brazo:
- No te esfuerces en nada, estás en tu casa, pórtate como si estuvieras sólo. Yo estoy por si me necesitas para algo, nada más.
Por primera vez en la noche me dedicaste una sonrisa.
- Precisamente lo que necesito es a ti, pero ya no es cuestión sólo del tiempo que vivimos, o de edades como quieres hacerme entender, además, nuestros caminos son diferentes.
Después de cenar, nos sentamos algo más cómodos, abrí el bar y te serví una copa. Comentaste la ironía de ser tú quien bebía en vez de yo.
No podía recordar que habíamos comido, ni si nuestras rodillas se habían rozado durante la cena, ni qué hacíamos en ese momento con las manos cogidas... Estábamos llorando, o intentando disimularlo, o intentando no enterarnos de que el otro lloraba.
- Se acabó -. Dijiste con fuerza. - Esto es ridículo-.
- Tienes la puerta abierta, nunca he intentado retenerte. ¿Hace cuánto de aquella primera cita? ¿Un año? Un año ya, y en todo éste tiempo no te he pedido nada.
- Por eso es ridículo, yo no sé que hacer con todo ésto, hay veces que te odio con todas mis fuerzas, pero si me invitas a cenar no soy capaz de rechazarte.
- Ven aquí, dame tus manos, anda cuéntame como eras de niño.
- ¿De verdad te importa?- Siempre he escuchado a muchos hablar de que sus infancias fueron un paraíso... Una infancia gélida no puede recordarse como tal: por nada de este mundo ni del otro volvería a la mía. Oficialmente fui un niño bienamado, con una camita primorosa, en dormitorio propio, rodeado de juguetes, con personas a mi cargo que controlaban mis pis y mis cacas, o sea, fui un niño feliz... Si la soledad manchara no habría agua que pudiera lavar la de mi infancia. Era un niño miedoso, saltaba de mi cama buscando compañía. Iba a refugirame al dormitorio de mis padres, me ponían entre ellos para que no me enfriara. Hasta que decidieron educarme. Primero cerraron la puerta de su habitación, pero como yo me acostaba ante ella por fuera decidieron cerrar la puerta de la mía, pero como yo me acostaba ante ella por dentro decidieron poner barandillas a mi pequeña cama... Se me negaba la compañía de dios, que es para un niño su madre solamente. Lo comprobarás en breve.
- Sigue por favor, a no ser que te duela mucho, sigue.
- Mi nfancia fue una noche oscura, no me extraña que los místicos se remitan tanto a la niñez espiritual. Alguien lo espera todo de su dios, y su dios se le esconde: lo pone en otras manos. Alguien que depende del todo, esencialmente del otro, se queda solo. En mitad de la noche infinita, o lo que es peor, crujiente, surcada de presencias, en mitad de la noche negra, o lo que es peor, acribillada por ojos y reflejos. Solo en el mundo, destronado... Pero estamos hechos para consolarnos y engañarnos. Cuando crecemos nos viene bien creer que la infancia fue un concurrido paraíso. Quizá porque lo que viene después no la mejore.
- Y si sufrías de aquel modo, ¿cual era tu relación con los mayores?
- Los niños son muy dados a mentir. Yo era mucho más agradable y sonriente cuando mentía. Como de mayor. Pero quizás tú te refieres a otra cosa, a otra mentira: a la que uno intuye dentro de uno mismo, a lo que lo hace diferente de otros. A la Gran Mentira, con mayúsculas, que va a llenar tu vida, que tendrá que defenderte de los otros, que actuará como barricada, como muro impenetrable. Esa verdad sin digerir, esa gran mentira frente al resto, es dura de sobrellevar. De ahí que fuera un niño y un adolescente hermético, fingidor de todo. Y aún hoy sigo siéndolo. Pero no por farsante, sino por no tener que serlo. A pesar de que mis años ya me dicen que, aunque joven, se me considera una persona adulta, no estoy tan lejos del niño aquel que fui. Y de nuevo mi dios, mi diosa, toma otro camino, escoge vivir fuera de mi, y me deja preso en el fortín de su cama. No puedo olvidar tu cama.
- Todos los niños mienten, la mentira es su escudo. Incluso ante ellos mismos. Yo no recuerdo haberle dicho a nadie que algunas veces soñaba con mi padre... Soñaba que me desnudaba y me besaba, no sé que significa eso. Ahora, no sé que significa nada. Mi cama nunca ha tenido barreras, puedes entrar y salir de ella a tu antojo, pero no quieras que pase a ser "tú" cama.
Te pusiste a llorar de nuevo. Habías bebido bastante. Aunque tenías motivos mucho más invisibles que el alcohol. O quizás empezabas a compadecerte de ti mismo. Te echaste en mis brazos para ocultar las lágrimas, y en ese momento tuve una revelación. Me atravesó desde la coronilla hasta la punta de los pies y me dejó paralizada: Nunca te había visto llorar... Te mecí como se mece a un niño: lo eras en ese momento.
- Vamos a dormir. Vamos a la cama.