-Enrique Urquijo-
(Madrid 16/11/05)
Se puede decir que llevaba seis años esperando este momento. Como de costumbre al principio no podía imaginarlo siquiera, y simplemente vivía intensamente el sentimiento inundándome de él, creciendo junto a él, con la ilusión y la esperanza de que llegara el día en que fuera capaz de intentar sacarlo fuera y al menos por unas horas conjugar realidad y sueño en un mismo tiempo y espacio. Y precisamente de esta forma la obligada linealidad temporal cobra sentido y razón de ser hasta ofrecernos una existencia circular que - sin necesidad de huir de ese accidente llamado Tiempo – nos permite rozar la eternidad regresando (porque al vivir no avanzamos hacia la muerte sino que regresamos a ella) a todo aquello que fuimos, somos, y volveremos a ser.
Como yo ahora vuelvo a ser el de hace seis años y regreso una tarde de jueves a la calle General Margallo, esquina con Julián Romea (y ya sólo el hecho de ser esa calle fue otro regreso a lo que fui, al adolescente cuyo instituto quedaba cerca y en los bares y calles de esa zona pasó mucho tiempo) y vuelvo a bajarme del autobús con un libro recién comprado, y entro en la floristería pegada al Vips y le comento a la dependiente que es el cumpleaños de la chica con la que estoy empezando a salir y a la que sólo conozco de un par de semanas, y con quien he quedado (mirada al reloj; ¡por entonces llevaba reloj!) en diez minutos (a las siete y media para ser exactos) a la salida de su trabajo en las oficinas del número... (sacando feliz una arrugada tarjeta de la cazadora) ...¿dieciseis? de la calle General Margallo, y a quien pienso regalar este libro (por supuesto enseñándoselo como quien exhibe un tesoro) - y causalmente ese libro me regresaba entonces sin yo saberlo al futuro, a lo vivido hace unas semanas en Palma, a lo que ahora estoy viviendo en Madrid, porque se trataba de
La vieja sirena de
José Luis Sampedro – y claro, quería regalarle también una flor y no sabía cuál elegir. Lógicamente la buena mujer me despachó en un instante y a la salida ahí estaba yo con un par de tallos inmensos cubiertos por un ostentoso plástico adornado por un lacito inevitablemente hortera, sobre el que afortunadamente al final florecían unas pequeñas rosas rojas, sosteniéndolo con una mano junto al libro, y con la otra fumando un cigarrillo, mirando al reloj, y esperando en la calle a que ella bajara. Lo hizo y entonces, al caminar hacia el mítico Lekumberri de Reina Victoria para tomar unas cañas y brindar por su nuevo año de vida... ahí terminó todo.
Dieciocho de noviembre. Yo estaba emocionalmente herido ya que unas horas antes me había enterado viendo la televisión de la desgraciada muerte de
Enrique Urquijo descubriendo su adicción a las drogas, y de pronto algo saltó como un resorte dentro de mí y me puse a escuchar de otra manera sus discos y comencé a descubrir que ese músico inmenso que tanto me había inspirado y maravillado con sus creaciones, con el que tanto me había identificado y apoyado a la hora de ponerle nombre y apellidos a emociones tan desgarradoras como la angustia, la tristeza, el fracaso o la melancolía... acompañadas siempre por el deseo de seguir buscando, de no cesar nunca de ilusionarme por el anhelo de alcanzar el amor, la paz, la esperanza... decía que a ese artista genial por primera vez le conocí como a un simple ser humano vencido y derrotado, y recuerdo muy bien la brutal sensación de abandono e incluso traición que daba sentido a las lágrimas y el dolor con una simple pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué teniéndolo todo lo único que le daba vida era aquello que más le destruía y que marcaría su final? Camino del Leku se lo comenté a Diana y nunca olvidaré ni sus palabras ni el tono de voz empleado:
“El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Terrible. Me dieron ganas de recuperar el libro, pisotear las flores, y contestar algo parecido a un
“prefiero la compañía de un muerto que me transmite tanta vida a la de un vivo que es capaz de mostrar semejante indiferencia e insensibilidad”, pero en lugar de eso no hice más que aceptarlo como síntoma evidente de ignorancia y esperar a otro momento para reincidir en el tema. Y el momento llegó minutos después cuando en la barra apurando unas cervezas empezó a sonar una canción de Los Secretos que hizo que se me humedecieran los ojos y apenas lograra expresarme. Escucha con atención –le dije nervioso- y mientras la voz y la música de Enrique se hacían presentes yo le repetía la letra una y otra vez emocionado ante tanta belleza y fatalidad. Pero Diana ni caso,
“no está mal, pero ¿qué quieres que te diga?, yo soy muy simple y tú muy profundo y no alcanzo a comprenderte. Ya te lo dije antes: Ha muerto ¿no? Pues que descanse en paz y nosotros a disfrutar de la vida que en cualquier momento podemos palmarla y fin de la historia.”.
Y efectivamente fue así: el principio del fin de mi relación con Diana. Un fracaso más en mi larga lista, - ¿todo sigue igual porque todo ha sido un juego? – que me hizo inmensamente afortunado al disfrutar de la vida sin la necesidad de convivir diariamente con alguien similar a Diana.
Volver a ser un niño. En el mismo lugar donde ahora vivo. Tendría doce años. Me asomo al pequeño jardín que da paso a la parcela común, y vuelvo a escuchar una música procedente del jardín vecino y que comienza con
“Buena chica.” Me asomo a la verja y disimuladamente observo los quince años de ¿Raquel? tomando el sol en bikini como tantas otras veces escuchando Los Secretos y concretamente su disco
“Continuará” Y esa chica, la música, el verano, la pubertad en su apogeo... ahí comenzó todo aunque tardaría ocho años en darme cuenta, y otros seis más en llegar hasta aquí. Regresar hasta aquí mejor dicho, al prodigioso instante de leer
“adiós tristeza” y en ese libro zambullirme de lleno en la vida de Enrique, y enlazar su vida y su obra (y no sólo la suya sino la nuestra también), y sin haberle conocido sentir conjuntamente, al mismo tiempo, una inmensa felicidad y tristeza que me llevan a reconocer sin pudor que gracias a la existencia de artistas como él soy capaz de aprender a soñar y a vivir la vida que yo mismo he elegido. Una vida en la que sin necesidad de conocer la publicación de este libro yo seguía teniendo muy presente las creaciones de Enrique como lo demuestra lo que escribí en este foro hace tan solo dos meses despidiéndome de
Ana. En ese terrible instante necesitaba más que nunca escribir porque necesitaba vivir, y lo hice. Y unas semanas más tarde salió el nuevo disco de
José Ignacio Lapido que tanto anhelaba, y gracias a él me compré la revista
Efeme del mes de octubre, y ahí en las primeras páginas se hacía mención a la biografía recién publicada de Enrique Urquijo y entonces comprendí que personalmente estaba atravesando una crisis maravillosa en la que gracias como siempre a la música, la literatura, el arte... podría alcanzar una explicación a mi existencia y dentro de ella apostar definitivamente por disfrutar en lo posible de la misma.
Así regresamos a
Palma y a todo lo vivido esos dos días y medio que igualmente necesité escribir y donde estaba presente, muy presente, la figura de Ana acompañada, cómo no, en menor medida por la figura de Enrique gracias sobre todo a la búsqueda de su dichosa biografía. Intento fallido pero recompensa aún mayor: José Luis Sampedro y su
“Escribir es vivir”.
Finales de octubre y principios de noviembre. Poco a poco fui consciente de la relación entre dos fechas coincidentes en su número: diecisiete. Dos muertes separadas por seis años y sus circunstancias, pero unidas intrínsecamente por el dolor y la impotencia. Absorto por la causalidad me encontré inmerso en la rutina soñando nuevos planes y vivencias que giraran en torno a todo aquello que me hacía sentir especialmente vivo e ilusionado. Valencia, Madrid, Cádiz y Granada... La chica de ayer de
Antonio Vega, el barrio de Malasaña (El Pentagrama, La Vía Lactea, la sala Maravillas, El Café del Foro, la calle del Espírutu Santo...), el aniversario de mi primer encuentro con la Luz
(“Y Cádiz. Andalucía. Mi tierra. Madrid queda atrás. "La Ciudad te seguirá (...)" Me sigue, sigo en ella y ella en mí. ¿Hasta cuándo? Desde siempre y hasta siempre. Se le escapa a la razón un sentido y una causa, pero el efecto está aquí. He regresado y todo es igual. No hay cambios. Me ahogo en Madrid pero al instante respiro de nuevo. Necesito la Costa de la Luz. Tacita de Plata. Necesito conocer profundamente el Cádiz que ya llevo dentro, y, por supuesto, necesito descansar de una vez".) y sobre todo los conciertos de José Ignacio Lapido el dos de diciembre en Granada en la sala La Copera, y el diez en la mítica sala El Sol de Madrid.
“Allí estaré” es sin duda la mejor frase que sintetiza mi absoluta confianza en que todo sueño puede transformarse en realidad si se le exime de su ingrata guillotina funcional. El engaño consiste en vivir el componente positivo emocional de cada sueño (ilusiones, esperanzas, deseos...) a cada instante una y otra vez por medio de esa especie de rutina circular de la existencia llamada memoria, y así almacenando, acumulando, revisando, eliminando, reviviendo esos sueños dentro de la otra rutina lineal de la existencia llamada tiempo, es inevitable que cada día se convierta en un sueño (pasado, presente, o incluso futuro) hecho realidad. Por ejemplo mi fracasada búsqueda del libro. En mi rutina laboral seguía esperando y soñando ese encuentro, pero no me molesté en forzar su cumplimiento porque no lo necesitaba, sabía que si antes del diecisiete no tenía el libro en mis manos me resultaría muy fácil obtenerlo en un radio de apenas quinientos metros. Así que esos días me dediqué a vivir la soñada rutina que me tocara en ese momento realizando el mismo proceso de siempre de acumular, revisar, eliminar otros sueños, y de esta forma cada vez que pasaba por una librería certificaba feliz que nadie encuentra lo que busca hasta que la tarde del dieciseis, al salir del trabajo, decidí aprovecharme de la nueva rutina creada los últimos meses y consistente en no esperar al autobús para dirigirme a la estación de Aluche sino andar quince minutos hasta ella, y como resulta que en ese trayecto hay una tienda de papelería, prensa y revistas y según su cartel también libros, ahí estaba yo caminando hacia ella y eligiendo en el reproductor mp3 la música de Enrique Urquijo como compañía. Y a medida que me acercaba la causalidad se fue cumpliendo. Escasos metros antes de la tienda se encuentra la parada del 17, al que en caso de divisar a distancia no dudaría en intentar coger y adiós posibilidad de obtener en ese momento el libro, pero nada, ni rastro del autobús y por tanto vía libre para entrar en la tienda. Entrada apoteósica en el disfrute de la inutilidad de la misma ya que su apariencia de quiosco de prensa me hacía impensable el hallar allí un libro tan particular, y efectivamente dentro por más que mis ojos recorrían la estancia yo por allí apenas veía libros, y los que veía eran escolares. De todas formas, casi disculpándome dando por supuesta la negación, cuando me tocó el turno pregunté (escéptico de mí) si vendían libros y ante la lógica respuesta afirmativa, contesté que
“ya, pero buscaba la biografía de Enrique Urquijo y no tendré tanta suerte, ya he mirado en otros sitios y, o estaba agotado o ni siquiera lo conocían, o...” pero ya no pude seguir más, la mujer me interrumpió sonriendo e indicándome que sí, y ante mi evidente rostro de sorpresa y felicidad, me señaló el escaparate mientras salía del mostrador para dirigirse hacia él comentándome algo así como que al menos tenían uno y que iba a comprobarlo, y efectivamente ahí estaba, y yo volvía a ser un niño maravillado y fascinado ante la aventura de vivir que ahora me obligaba a salir de la tienda sin el ansiado tesoro para sacar dinero del cajero automático (porque sí, tendrían el libro, y no se qué tanto por ciento de rebaja del mismo que hacía que se quedara en una cantidad y no en otra, pero evidentemente sólo admitían el pago en efectivo) y regresar de inmediato a por él, y no perder ni un instante en abrirlo y empezar a leerlo de pie, en plena calle, saltando capítulos, esperando al autobús y sobre todo buscando una fecha ya que deseaba comprobar y cerciorarme de lo siguiente:
“El martes 16 el rastro de Enrique se perdió en las tripas de Malasaña.”
Dato que desconocía y que me dejó hondamente impresionado de igual forma que cuando encontré esta foto no pude evitar emocionarme y escuchar una canción que por fin se me revelaba en su máximo esplendor de desnudez hasta dar forma real a lo soñado.
-Agárrate a mí María-
Estoy metido en un lío
y no sé como voy a salir
Me buscan unos amigos
por algo que no cumplí
Te juré que había cambiado
y otra vez te mentí
Estoy como antes colgado
y por eso vine a tí
Agárrate fuerte a mí, María
Agárrate fuerte a mí
que esta noche es la más fría
y no consigo dormir
Agárrate fuerte a mí, María
Agárrate fuerte a mí
que tengo miedo
y no tengo donde ir
Mañana cuando despiertes
estaré lejos sin ti
No creo que pase nada
de otras peores salí
Si acaso no vuelvo a verte
olvida que te hice sufrir
No quiero si desaparezco
que nadie recuerde quien fui
Agárrate fuerte a mí, María
Agárrate fuerte a mí
que esta noche es la más fría
y no consigo dormir
Agárrate fuerte a mí, María
Agárrate fuerte a mí
que tengo miedo
y no tengo donde ir
Agárrate fuerte a mí, María
Y no llores más por mí
Volveré a por ti algún día
y escaparemos de aquí
Agárrate fuerte a mi, María
Agárrate fuerte a mí
que tengo miedo
y no tengo donde ir
El libro es increible y ya me dedicaré en otro momento a comentarlo. Ahora simplemente espero recorrer este fin de semana las calles de Malasaña compartiendo todo lo feliz que me hace sentir esta música y esta vida. ¿Por qué? Mejor que te lo explique alguien que llegó a conocerte como Vanessa, o incluso mejor que te escuches a ti mismo en las palabras de Pía:
Julio 1999:
(...)
Ese mes de julio, Enrique sufrió una recaída y fue infresado en la clínica Nuestra Señora de la Paz, de la orden religiosa de San Juan de Dios, donde permaceció tres semanas. Allí conoció a una jovencita de 21 años llamada Vanessa Montalbán, que estaba en tratamiento contra la anorexia. Enrique, cariñosamente, la apodaba
la gordi.
Enrique y Vanessa empezaron a coincidir en las sesiones de terapia de grupo. A ella le llamó la atención que Enrique resultaba bastante inaccesible a la hora de compartir con los demás su problema, pero , a pesar de ello, bromeaba sobre él. Durante esas sesiones el terapeuta les preguntaba, por ejemplo, cuál era su hobby. Vanessa podía responder, “yo me alimento del aire”; Enrique, tremendamente desengañado después de años saltando de clínica en clínica, de tratamiento en tratamiento, de médico en médico, con resultados frustrantes, respondía entre burlón y cínico: “yo no bebo, no me drogo, no fumo...”
Vanessa entraría a formar parte de un reducido grupo de nuevas amistades que iban a oxigenar sus últimos meses de vida. Ella se encontró con una persona que irradiaba “una dulcura especial”.
“En esos meses me recuperé mucho mejor”, afirma Vanessa. “Me aceptaba con todos mis defectos, con todos mis problemas, tal como soy. Cogí mucha autoestima.”
Enrique le regaló los dos discos de Los Problemas. Vanessa aprendió a interpretar la crudeza de las letras de Enrique y se convirtió en una admiradora acérrima; por eso se quedó con la espina clavada de no haber podido verlo nunca en directo. Hubo una oportunidad en la que casi lo consiguió: el 6 de septiembre Los Problemas actuaron en Picassent (Valencia) y Vanessa estaba de vacaciones cerca de allí, en Benidorm. Como no tenía medios para desplazarse, le envió un fax para decirle por escrito todo lo que no podría decirle cara a cara.
“Aunque no sepas cómo”, escribió, “me has ayudado mucho. Me ofreciste tu amistad y eso significó mucho para mí porque nunca había conocido a nadie que mereciera tanto la pena como tú. [...] Las canciones de los compact que me regalaste me han caompañado en los ratos malos como en los buenos y han conseguido que vuelva a emocionarme, sensación que creí haber perdido y que gracias a ti he recuperado [...] Yo por mi parte te he tomado la palabra y si me siento decaída o sin fuerzas para luchar te lo haré saber”.
Enrique, conmovido por las palabras de Vanessa, la llamó por teléfono y estuvieron dándose ánimos y recordando los días que pasaron juntos en aquel centro que ellos, en una broma privada, conocían como Alcatraz.
(...)
El día 20 se desplazaron hasta un pueblecito de los Pirineos para celebrar el cumpleaños de una prima de Pía (...)
Cuando regresaron a casa después de la fiesta, Pía se sorprendió al descubrir a Enrique llorando a lágrima viva. Según ella estaba emocionado por lo bien que había hecho sentir a ese pequeño grupo de personas. ,
“Es que éste es mi trabajo: mi trabajo es hacer feliz a la gente” decía
(...) [
Enrique Urquijo, Adiós tristeza. De Miguel A. Bargueño. Editorial Ramalama Music, 2005]
Y para terminar mi sentido homenaje, un nuevo regreso; en esta ocasión a lo que yo mismo escribí y viví hace seis años contrastándolo con los últimos versos que compuse hace unos días viviendo precisamente este momento que ahora cronológicamente en lo posible escribo:
Año 1999:
MÚSICA-SUCESO HALLADO MUERTO ENRIQUE URQUIJO FUNDADOR DE "LOS SECRETOS"
Madrid, 18 nov (EFE).-El líder del grupo musical "Los Secretos", Enrique Urquijo, falleció la pasada tarde en Madrid por causas "no naturales", informaron hoy a EFE fuentes policiales.
Urquijo, de 39 años de edad, y fundador de uno de los grupos más populares del 'pop' español de los años 80, fue hallado muerto en un portal de la madrileña calle Espíritu Santo, en el barrio de Malasaña.
Según las mismas fuentes, las diligencias sobre el fallecimiento del compositor de la llamada 'movida madrileña', "al parecer motivado por problemas de drogodependencia", han pasado al juzgado de Instrucción número 14 de Madrid, que estaba de guardia.
El grupo "Los Secretos", con nueve discos grabados, fue uno de los más representativos de la 'movida madrileña', y entre sus filas se vivió hace años las muertes repentinas de dos de sus baterías. EFE
(...)
"Fue una de las muertes más crueles y terribles que he visto en mi vida.", dice
Joaquín Sabina.
(...) [
Enrique Urquijo, Adiós tristeza. De Miguel A. Bargueño. Editorial Ramalama Music, 2005]
-Tristeza-
Malasaña.
Un portal.
La noche corrompe tu música
y baila disfrazada de muerte.
Cerca de allí
se cierran los bares
y las sombras
–pentagramas del color de tus ojos–
calman en silencio
la soledad de tu angustia.
Hace frío,
el termómetro de la esquina
señala dos grados
y tu piel
–geografía de un sueño sin luz–
dibuja el tatuaje invisible
de tu voz perdida en la niebla.
Alguien enciende un cigarrillo.
El cielo de Madrid
derrama sus lágrimas
escribiendo tu nombre en la lluvia
mientras
–ajeno al dolor–
duermes por fin como un niño.
Malasaña.
Un portal...
y no hay nadie en la calle.
+
-Cicatrices-
Tu único secreto
consistía en vivir
más allá de la existencia mortal
que a todos nos esclaviza
sin encontrar una respuesta.
Tus canciones
eran disparos de flash,
grises sueños,
borrosas esperanzas,
ilusiones perdidas
en el túnel de la angustia
y por eso
–ahora que tu voz ha enmudecido para siempre–
el vacío se vuelve insoportable
y calmo mi dolor
en la eternidad de tu música
mientras mis ojos se cierran.
+
(18/11/05)
-Vivir-
Ya no queda otra salida posible.
Hemos abierto tantas puertas y ventanas
que el espacio y el tiempo se confunden
en un solo presente accidental.
Tal vez si la distancia y el olvido
secaran al sol sus cicatrices
los días de diluvio y de tormenta
limpiarían nuestros ojos de nostalgia
al recorrer nuevamente el laberinto.
Tal vez sea la esperanza indestructible
escondida al final del corazón.
En todo caso no hay salida.
Hemos abierto tantas puertas y ventanas
que el tiempo y el espacio se destruyen
en múltiples espejos diferentes.
Ayer diferente al que vas a ser mañana;
hoy idéntico al que nunca fuiste ayer,
y mañana siempre buscando otro tal vez
que corresponda con el que nunca hubieras sido.
Hemos abierto tantas puertas y ventanas
que ya no queda otra salida posible.
(18/11/05)
+
Saludetes,