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Diez menores torturan a la madre de Yéremi
Diez menores torturan a la madre de Yéremi
• “Mamá, soy Yéremi, ayúdame”. “Vamos a matar a tu hijo”. Diez chavales normales, de familias de clase media de la Península y Canarias, han llamado a la madre de Yéremi, el niño desaparecido desde hace dos años, para burlarse de ella, insultarla y amenazarla. Todos han sido identificados por la Guardia Civil.
Reportaje por: Luis Rendueles / Manuel marlasca
Fotografías por:
09/03/09
Nos han llamado chicos muy jóvenes, niños. Nos insultan, nos dicen barbaridades…”. Ithaisa Suárez, la madre de Yéremi Vargas, sufre una tortura añadida al calvario que se abrió el 10 de marzo de 2007, cuando alguien se llevó a su hijo –entonces de siete años– junto a su casa, en Vecindario (Gran Canaria). La mujer no quiere decir más, pero se le nota una tristeza infinita por recibir esas llamadas.
Lo cierto es que diez menores de edad de Canarias y la Península marcaron el teléfono de la casa de Yéremi. Y no para ayudar ni para dar palabras de aliento. Todo lo contrario. En varias ocasiones le anunciaron la muerte de su hijo y se burlaron de ella. En otra, un chaval muy joven –de 13 años– se hacía pasar por su niño desaparecido y gritaba desesperado: “Soy Yéremi, mamá, ayúdame”. Algunos incluso elaboraron un montaje y lo colgaron en internet: la cara de Yéremi aparecía sobre los cuerpos de las tres niñas asesinadas en 1992 en Alcácer.
Obviamente, todas las llamadas eran inútiles. Ninguno de los chavales conoce a Yéremi, ni lo ha visto en su vida. Sí han visto, eso sí, su fotografía y a su madre por televisión, pidiendo ayuda, llorando, contando su terrible drama, ofreciendo su teléfono a quien tenga alguna pista para encontrar a su niño. El caso es que la Guardia Civil, que no ha querido comentar estos episodios, tuvo que perder el tiempo comprobando las llamadas de esos chavales, casi todas realizadas desde teléfonos móviles, e identificando a los menores que las habían hecho. Tres de ellos, incluso, fueron detenidos; a los otros siete se les tomó declaración en las provincias de la Península y una de Canarias donde viven. Todos los menores implicados en tan cruel historia son “chicos normales, de familias integradas, de clase media, sin ningún problema”, viven con sus padres –que han conocido la historia cuando les llamaron las fiscalías de Menores de su Comunidad– y no tienen antecedentes por faltas ni delitos de ningún tipo.
¿Por qué un chaval de 13 años llama por teléfono a la madre de un niño desaparecido y se burla de ella, la humilla? Ninguno de ellos ha sabido explicarlo en sus declaraciones. Algunos llamaron en grupos de dos o tres y afirman que usaron su móvil para “reírse un rato”. En uno de los casos, tres chicos menores de 16 años justificaron la llamada a la madre de Yéremi, en la que se hacían pasar por el niño y le amenazaban de muerte, desde un lugar del centro de España, porque “eran las fiestas de su pueblo” y habían “tomado varias copas”. Un investigador policial experto en desapariciones explica que “de un lado está el tiempo que nos hacen perder, comprobando esos números de teléfono, localizándolos y luego identificando a los que llaman. Cuando alguien hace una llamada en casos tan dramáticos como este debe saber que está quitando medios muy útiles”. Pero lo más grave, en su opinión, es el tremendo daño que se hace a las familias: “Las madres de chicos desaparecidos están luchando por aferrarse a una esperanza. Y una llamada de ese tipo, aunque les expliquemos que es falsa, las machaca”.
Vicente Garrido, profesor de Psicología y Criminología en la Universidad de Valencia, distingue dos tipos de llamadas: “Los que hacen la broma pesada, como una gamberrada que ahora tienen más fácil por los móviles e internet. Son chicos inmaduros, que seguramente no destacan en nada bueno ni malo. Y los descerebrados, que ahora tienen más fácil hacer daño y contactar con otros descerebrados”. A Garrido le preocupa más el segundo perfil de los críos que han llamado: “Los que insultan a la familia, amenazan... Esos ya están revelando una capacidad de crueldad con los demás fuera de lo común”. Garrido apunta un factor más: “Seguro que entre quienes llaman no hay ninguna niña”. No se equivoca.
Pese a la crueldad que implica llamar en ese tono a casa de un desaparecido, este tipo de casos no son nuevos. Un veterano policía recuerda que ya en el secuestro de Anabel Segura se dieron algunas llamadas así; también ocurrió en la desaparición de las niñas de Alcácer (1992-1993). Pero quienes llamaban entonces eran personas con problemas de salud mental o alcoholismo, incluso videntes buscando fama y fortuna. O delincuentes tratando de sacar un rescate falso. El padre de María Teresa Fernández, desaparecida en Motril (Granada) desde el 18 de agosto de 2000, ha recibido toda clase de llamadas. Varios desaprensivos le sacaron dinero prometiéndole que sabían donde estaba su hija. Otro le anunció donde estaba enterrada.
En el caso de Yéremi Vargas, apenas dos días después de su desaparición un vecino de Aguimes llamó a la familia desde una cabina para pedirles 6.000 euros por su rescate. El tipo, un ladrón de 27 años, fue detenido. No sabía nada de Yéremi, sólo quería sacar tajada. La madre de Yéremi también ha tenido que soportar llamadas de “borrachos” adultos en las que les insultan. Lo que sorprende a curtidos inspectores encargados de los casos de homicidios más conocidos de los últimos veinte años en España es que los que hacen esas llamadas, “maliciosas” en el argot policial, son cada vez más jóvenes. “Esos chavales tienen teléfonos móviles, acceso a internet, tiempo libre y crueldad o frivolidad”, asegura un investigador. El psicólogo Vicente Garrido confirma que “si todas las conductas desviadas, como el consumo de alcohol, de cocaína, las agresiones a padres, son cada vez más precoces, esta no iba a ser una excepción”.
Los chavales que han torturado con llamadas a la familia de Yéremi lo hicieron para pasar un rato divertido. Lo cierto es que ninguno ha cometido ningún delito. “Si han insultado, se les podría acusar de calumnias o injurias, de amenazas; al resto, a los que han suplantado al niño, quizá de usurpación de personalidad”, subraya un especialista de una fiscalía de menores. Y añade que “es más bien un problema moral, de educación, de valores. Y más complicado. Su solución no está en los juzgados”. Uno de los investigadores lo tiene claro: “Moralmente es imperdonable”. La madre de Yéremi no quiere decir lo que piensa, pero ha conocido una parte de la sociedad que no imaginaba. Asombrados, enfadados, indefensos, de momento se conforman con que esos “niñatos” dejen libre la línea de teléfono. Por si algún día, llegan, por fin, noticias de Yéremi.
http://www.interviu.es/default.asp?idpu ... _PK=547&h=