También fue esa la crítica con la que más me identifiqué de esa película.Ulo wrote:El secreto de sus ojos 8/10
El tema sigue siendo el amor
Entrar en el rigor que demanda el cine y la literatura negra, parece servirle al experimentado narrador de historias cotidianas Juan José Campanella, para controlar sus habituales desbordes sentimentales y minimizarlos a certeros chispazos de humor que alternan momentos de intenso dramatismo con risas como válvula de escape.
Su última película entrecruza el relato policial con una historia romántica, donde Darín interpreta a un funcionario judicial (Benjamin Espósito), quien a punto de jubilarse se empeña en escribir una novela sobre un caso criminal ocurrido en su jurisdicción laboral, veinticinco años atrás: el asesinato impune de una joven inocente. Con enorme solidez narrativa, la historia va y vuelve a través de un cuarto de siglo: la novela que pretende escribir el protagonista conduce a la turbulenta Argentina de mediados de los setenta, con su carga de violencia fuera de control.
Eludiendo los lugares comunes sobre el tema y los encasillamientos ideológicos, la trama entrelaza los dilemas éticos en torno de la justicia y el castigo, al amor y el desgaste del tiempo.
La mirada al pasado trae al presente no sólo la violencia de un crimen injusto y la incoherencia de que su perpetrador no fuera castigado, sino también una profunda historia de amor entre el personaje central y su compañera de trabajo en el juzgado (Soledad Villamil), a quien éste ha amado idealizadamente y en silencio durante años. Pero no se habla solamente de ese amor nunca consumado sino también del amor interrumpido entre el viudo Morales (Pablo Rago) y la joven victima (Carla Vazquez) y su persistencia en el tiempo, luchando contra el olvido.
Sustentado en un guión excelente, una destacada fotografía, montaje y dirección de arte, "El secreto..." conforma una de las mejores películas del cine argentino del último tiempo aunando solidez artística y complacencia de público.
Uno de sus puntos más fuertes son las notables actuaciones en roles inolvidables. Con respecto a los desenlaces, Campanela tiene la necesidad de que sus películas
conduzcan hacia un final feliz. Así el protagonista Benjamin Exposito recorre un
itinerario que van literalmente del temor al amor (del "Temo" al "Te Amo"). Porque
debajo de tanta negrura, el tema sigue siendo ese eterno sentimiento. Y su concreción, el gran desafio pendiente en el poco tiempo que aún queda.
Synecdoche, New york (8/10)
Durante el visionado de Synecdoche, New York, la primera sensación que servidor tuvo fue de grata familiaridad, de que lo que estaba presenciado reedita con esmero y soltura aspectos estéticos, temáticos y tonales ya vistos en películas tan brillantes como Olvídate de mí!, Cómo ser John Malkovich y Adaptation. Una sensación que va más allá de la mera obviedad (Charlie Kaufman, director de Synecdoche, New York, fue también guionista de esos tres filmes), y que reabre el debate acerca de la verdadera autoría de una Película, ya que ratifica de tal manera la impronta de los guiones de Kaufman en las obras de Gondry y Jonze, que sitúa a ambos realizadores en una posición, cuando menos, incómoda.
Finalizada la proyección, la segunda impresión que se me generó es la de haber asistido a algo monumental, inabarcable, rayano a la genialidad y huidizo a los límites de mi comprensión inmediata. Kaufman, en su ópera prima, lleva los ítems de sus anteriores guiones a la pirueta más mortal de todas las que se han visto: la de hablar de la vida y el tiempo amasándolos cual Marcel Proust metido a cineasta o Tarkovsky posmoderno. Ese tiempo, esa vida, son los de Caden Cotard, un particular director teatral cuya existencia queda en “stand by” tras el abandono de su mujer y su hija. Después del trauma emocional, los acontecimientos se sucederán sin demasiado énfasis alrededor del pasivo y melancólico señor Cotard, a quien sólo motiva el estreno de su nueva obra, un montaje mastodóntico con el que pretende reproducir su propia existencia y con ello el fluir vital de la ciudad de Nueva York.
Synecdoche, New York es deliberadamente irregular, buscadamente autoparódica y obligadamente autoreflexiva. Y es que allí donde cualquier artesano del Cine se contentaría con la noble labor de entretener sostenidamente, Kaufman se empeña en ir más allá, en provocar a lo largo del metraje infinidad de reacciones, algunas de ellas totalmente opuestas a una valoración positiva del film: curiosidad inicial; tedio casi constante, causado por el inquebrantable abatimiento de su protagonista; sorpresa, por lo jeroglífico del argumento; admiración, fruto de la belleza y originalidad de las imágenes; absurdo, siempre de la mano del onirismo bien plasmado; empatía y complicidad, ante lo vívido del drama del protagonista; y, finalmente, estupor y sometimiento generados por la grandeza y complejidad del entramado metavital que se muestra.
En definitiva, nunca fue tan apropiado admitir que un nuevo visionado siempre es conveniente para comprender mejor un film, y tampoco es excesivamente osado vaticinar que Synecdoche, New York será un estrepitoso fracaso comercial. Que se convertirá en una nueva película de culto sí que es una convicción personal algo más ciega y arriesgada que el tiempo ratificará o desechará en un futuro no muy lejano.